martes, 30 de marzo de 2010

La otra (VI)

Logró descubrir la ciudad. Cuando la trajeron junto con su hermano, después de que su abuela enfermó, llegaron a la casa de los tíos en el barrio Lawton. Primero en una casa pequeña en la calle Milagro, justo frente al parque, y luego en una casona más profunda en la avenida Porvenir, donde el polvo y el ruido se colaban por donde no había agujero. Una vecindad con casas coloniales de portales altos, balaustres torneados, invadidas por columnas anchas y con ventanales amplios de varias hojas que se levantaban desde el suelo en los pórticos y zaguanes, en patios y recibidores dejando que el fresco o el hastío de apoderaran de las siestas. Allí se educó para llevar la vida sin prisa. En su talego guardaba el apego a la responsabilidad, “…el que trabaja y se esfuerza por su familia y los demás será feliz, o al menos bien recompensado.” En la escuela de monjas había soportado lo incontable y aun así encontraba momento para desairarse, correr y sonreír. Con el primer rayo de luz en la mañana antes de saltar de su cama ponía una mano en su corazoncito y enviaba un beso a su abuela, abría sus ojos y miraba a su alrededor para asegurarse de que sus primas dormían tranquilas por lo que todavía tenía tiempo para ayudar en la cocina con el desayuno, salía con cuidado, levantaba la vista para sonreír y dar una mano a su tía, y mientras andaba por toda la casa en busca de ropa que lavar y tarecos que recoger canturreaba tonadillas y bromeaba con todos. Por allí también conoció y declaró su primer amor al hombre equivocado. Apasionado y generoso como ella pero sin arrojo, incapaz de sostenerla en sus brazos. El ardor de las esquelas recibidas, los encuentros en el parque Butari y sus regalos coloridos se esfumaron. Durante mucho tiempo, cuando al final de la jornada se dejaba caer agotada en su cama, escondía su cabeza en la almohada y sollozaba, recordaba aquel rostro sin vida, el mechón de pelo en la frente y sus ojos azules dormidos y llorosos mientras farfullaba un adiós.

En aquel barrio conoció y se casó con uno de los hombres más bellos pero menos hostigado. En sus enseres traía a su madre, temor de vecinos y amigos. Pero ese hombre la adoró desde el primer vistazo en una de aquellas esquinas y la buscó, la enamoró, le rogó, le pidió, le ofreció y se puso a sus pies con la dulzura de los amores tiernos y la valentía de las entregas absolutas. África no era el nombre que él ciertamente habría de olvidar. África sería la mujer de su vida, la madre de sus hijos, el amor incondicional. A varias cuadras de la casa familiar nacieron sus hijos unos años después. En el mismo parque, donde ella había paseado con sus primas y amigas en las tardes de ocio, perdido y entregado su corazón una y otra vez, y donde sus hijos habían correteado mientras esperaban la llegada de su padre del trabajo, allí mismo, su hijo menor conoció a mi madre. Para ese entonces ya vivían en el barrio del Obelisco, en Marianao y ella había logrado establecer su negocio alimentando y cuidando a varias alumnas de la Normal de Kindergarten donde estudiaba mi tía, pero las visitas de mi padre al barrio para reencontrase con sus viejos amigos le había espigado un amor de locura por una niña de 14 años. África supo desde ese instante que algo había cambiado y decidió comenzar a aflojar ataduras. Le huyó a todo, e hizo de todo. En medio de aquella baraúnda y con el triunfo revolucionario construyendo y destruyendo, se fueron a vivir a la zona de Almendares, a la casa blanca de las tejas rojas que siempre me mostraba cuando íbamos al policlínico, muchos años después. Hubo boda y nacimiento y otra vez una mudanza a una vecindad más cercana al río. Allí la conocí yo. Allí tuve conciencia de mi amor por ella. De mi amor por mi abuelo Picon y mi tía, y de las otras ausencias. Allí, en la casa junto al río Almendares tuve mis primeros amigos con los que lloré tantas veces y también reí a carcajadas durante varias aventuras e incursiones desautorizadas, fui por primera vez a la escuela, sufrí mis primeras caídas y puntadas, jugué con Picon a la magia y “la escuelita”, me disfracé con cada ropa que encontré en los closets, adoré los espejos y las lunas que rodeaban todos los salones y escuché el viejo tocadiscos Phillips, pintarrajeé los libros de historia y comunismo de mi abuelo, y aprendí a montar el triciclo, y tuve por primera vez aquel sueño recurrente de la pantera y el tigre acercándose por la entrada de los garajes después de haber visto a uno de los hijos de la familia que vivía en la casa de los conserjes colgado del techo de la caseta del perro.

De la casa del río también nos marchamos. Estuve meses llorando. Picon necesitaba salir de su oscuro cuarto y ver la calle, desde su sillón de paralítico. Y nos fuimos a la casa de la calle 15. Nos fuimos a Playa. A una moderna casa de los años 50 con pisos de granito y ventanas de cedro y una cisterna tan grande que me asustaba solo de escuchar la caída del agua. Con el mismo arrojo de siempre puso a todos en carácter, revolvió cajones, lavó paredes y baños, levantó pisos, convirtió muebles viejos en nuevos, abrió puertas donde no había, descubrió como dejar entrar la claridad y el sol, hizo amigos y vinieron vecinos a la colada del café de la mañana y construyó otra vez el hogar para que no nos desbordaran las nostalgias. En la casa de la Calle 15 fue feliz. Esa fue su mansión. Allí saboreó su vida y se dedicó a una familia más grande, otros nietos llegaron, y tuvo la dicha de cuidar a sus biznietos. Allí la vi por última vez acomodada en su silla metálica de tiras azules donde ya le improvisaban una vida para que sus noventa y dos años no le negaran nada. Allí salvamos a toda costa nuestra mata de naranja agria y a falta de carros llenamos el garaje de recuerdos. África vivió la mayor parte de su vida en la Habana. La recorrió completa, pueblos cercanos, barrios lejanos. Pero Cárdenas, en su corazón, se pobló con el resto de sus memorias.

2 comentarios:

  1. Hola Fermina, que bonito relato, tengo que leer el resto. Un saludo,

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  2. Gracias Lola por tu comentario y por leer el relato. Me gustaria leyeras los otros, asi otras personas, y no solo los amigos y allegados que me conocen desde hace tiempo me puedan dar su opinion. Gracias por visitarme.
    Nos vemos por aqui y por alla...

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