Así aparece el resultado de mi búsqueda en la base de datos de pasajeros del Mariel, que ha publicado el Nuevo Herald, con los nombres de los 125 mil refugiados que entre los meses de abril y septiembre de 1980 llegaron a Cayo Hueso, en un total de 1,600 embarcaciones desde las cuales algunos vieron por última vez a sus seres queridos o a la tierra que los vio nacer. Hace treinta años las alegrías, ilusiones, sueños, derrotas, las posesiones más pequeñas y las tragedias del momento arribaron aprisionadas y sin tino en las maletas y sobre los hombros y espaldas de tantos cubanos. Cubanos, de los buenos, los regulares y los malos. Los que salieron por su propia voluntad y los que juntaron a punta de arma, sin aviso y despedida en la búsqueda del fastidio y la beligerancia. Pero una historia como ésta solo la cuentan sus protagonistas. Los que salieron, los que no volvieron y todos los que nos quedamos con los ojos francos y los corazones fragmentados mientras elevábamos los brazos en un gesto que alguien decía era el gesto de la Patria.
Las xxx no me devuelven nada. Esos días de mayo, no terminé de llorar a mi mejor amiga cuando la noticia irrumpió en la cocina de mi casa mientras mi abuelo Capuleto solemnizaba su triste ceremonia por la custodia de la nieta más pequeña. Evento que después de esto sería inminente. Yo escuchaba. No veía nada, no podía ver sus lágrimas, ni sentir su rabia y su decepción, no podía ver a mi abuela Montesco abrazarlo con los ojos repletos de compasión, y a veces ni alcanzaba a escuchar sus susurros y rogativas. Yo no tenía fuerzas para salir de mi escondite. ¿Cuáles eran los detalles? ¿A dónde se había ido y por qué y con quién? ¿En qué momento? ¿Dónde estaban mis otros hermanos? ¿Qué iba a pasar ahora? ¿Qué diría en mi escuela, que les contaría a mis amigos, me tirarían tomates? Con el tiempo me di cuenta que no necesité los detalles. Me acostumbré a ser la hija de quién era y vivir la vida que debía. Y fui feliz. Levanté mis brazos con el gesto de la Patria pero juro que no ese no fue el motivo de los 25 años de silencio que siguieron. Los motivos eran todo lo demás. Los rostros de ellos y el dolor de la pérdida, las llamadas que nunca se hicieron, y las que se revelaron llenas de presagios que nunca se efectuaron, y el dolor, y el dolor y el dolor. Los abuelos Capuletos partieron sin volver a verla. Y a partir de entonces mi lesión se cuajó cicatriz.
Los protagonistas hemos sido todos.