Son todas las cosas y más. Quedaré en el mismo sitio por mucho tiempo. Cuando era agarrar un pedazo de papel y cualquier cosa que sirviera para escribir andaba de rincón en rincón garabateando lo que fuera. Que conste que no digo “escribía”. Claro, la vida era solo aquello. Y cualquier imagen del mundo era una palabra inteligente, concreta, rítmica. Hoy con el Word y el teclado, con google y la realeza de la info nadando en abundancias, e incluso el mundo diferente y provisto que he contemplado se me ha agotado la vieja locura por las palabras y me entró esta reciente que es como una casi soberbia de decir sin decir, un arrebato de mensajes y voces que me farfullan para lo que no guardo estación ni ánimos de borronear. Aquí vengo y reviso estas páginas con prudencia, y leo otras y me deleito con el contento saborcillo de significarnos así, con la anécdota del día, con el anonimato de los seudónimos y las banderas, con la poesía y las canciones de nostalgias y mimos, y fotografías que me acarrean pilotando naves y cuando decido que debo decir esto, lo otro y lo que quiero, todas las letras del largo abecedario que heredé se desbandan como esos pájaros negros tras las ardillas heridas.
Me quejo y quejo y ya ni siquiera sé si tengo razón, si de veras me penan los huesos o los tales cuarenta años son solo eso y dolor. Nada me acompaña si me siento aquí, sigo siendo la misma princesa creída, sin castillos ni caballos ni doncellas; la misma gitana de las aventuras que no rebasaron ni la tienda más pequeña, ni viví de los bosques como la seducida Marion, ni me sorprendieron en ferias ni paraninfos con rumbosas orquestas. Todo me lo barrí cuando agité los restos de esos extraños caparazones pavorosos y viciados. Soy yo, la amada de mi amor, la madre de mi estrenado adolescente, la extranjera del barrio, la hermana lejana, la tía de los regalos y memorias. La que se quedó sin apetitos ni grafías para estos cantos.