viernes, 30 de julio de 2010

Escrito para ti



Mi amiga L. me ha dado un regalo lindo. En aquellos años en que trabajábamos juntas nos encantaba leer poesía, y cuando teníamos alguna que nos gustaba mucho la reescribíamos en la vieja máquina de escribir de J. y las poníamos debajo de los cristales de los escritorios.
En este viaje me obsequió con una compilación de Casa, una nueva edición del 2007 de poetas hispanoamericanos: “Poesías de amor hispanoamericanas”, con prólogo de Mario de Benedetti.
“Escrito para ti”, de Alejandro Romualdo, poeta peruano, premio nacional de poesía y representante de la “generación el 50”, es uno de los poemas que quisiera compartir.

Para todos los que no están, mis amigos, mi familia, mi isla, mi mar.

Se abre la mar (El alba se despliega
como una ola sobre el mar).
Qué bien me siento
cuando estoy así. A tu lado
hablaría y hablaría
siglos enteros junto al mar, por todos
estos acres, secos años que han pasado
como cuchillos.

Silencio largo. Aire
reprimido.

Áspera mar, inmensa
y ávida hembra que cubrió mi pecho, yo
te amo
para mí quiero el aire que respiras
el aire limpio y libre que respiras, tú
levantaste un sueño entre mis ojos
para mí, soñaste
para mí,
tú me ayudaste a levantarme, cuando
aquellos querían hundirme (por la luz
que me alumbra), me diste
un poco
de pecho,
para respirar.

No quiero nada. Nunca. Nada,
sino otra vez tu cuerpo, tu alma de paz,
como un tranquilo mar abierto. Amor,
en esta inmunda cárcel no me faltes, eres
una ventana al mar, a la mañana. Palabra
por palabra, será verdad
tanta belleza. (La tarde se despliega
como la cola de un pavorreal).
Mi bien
yo te escucho
tu mano sobre mi hombro, tu cabeza
en mi pecho, como
una mansa paloma.

No quiero vivir más
sin ti.
Los pocos años que uno vivirá
no valen nada si no estás. Es todo
lo que puedo decir abiertamente (La noche
se despliega
como las alas de un cormorán). Por eso
he decidido hablar y hablar y hablar
solo, como el mar
con el mar, hoy que me siento
a tu lado, que me tiendo
a tu orilla,
a vivir.

martes, 27 de julio de 2010

Aun soñamos con la prosperidad

El Mundial de futbol arrasó con los corazones de los fanáticos mientras mostró como el universo progresa. Olga Guillot, la Reina del bolero ha muerto. Chávez, loco de remate, le declara la guerra a Colombia y la momia de Fidel Castro sale de su tumba lamiéndose algunas gotas de sangre de su propia vendetta. El mundo gira mientras en Cuba, inamovibles los días y las miserias, aun conservamos los símbolos del tiempo atascado entre calles, restos de edificios, palabras y promesas. La cara de un turista es un poema.
Aquí les dejo uno de ellos.
"La libreta de la bodega"
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
"El pan. uno por persona. En diciembre alguien llegó."
"Lo que nos toca"
 
Los productos "extras", controlados, !Que suerte, eh?!.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
¿Leche? ¿Productos del agro?
Y los domingos el periodico "Tribuna de la Habana" para que sepan lo que se va a comer durante la semana. 
¿Sabrán ellos el significado de “Tribuna”?
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

Ahí está. Y para que sepan, ni con este socialismo igualitario todos comemos igual. La cosa va por municipio, edad, y disponibilidad. ¿Será igual en casa de los vampiros de los Castro y su prole?
"La repartidera"
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

"La felicidad general de un pueblo descansa en la independencia individual de sus habitantes"

José Martí.

martes, 20 de julio de 2010

Del reencuentro, lo íntimo y lo inevitable.

Otra vez en tu casa, nuestra casa, la que “el separado” no quiere que nombremos así. Bien que le sirvió para vendernos tú propio espejo, tu luna querida, los muebles de la terraza y las sillas del comedor que hacía varios años él mismo te había traído de Bogotá. Que sinvergüenza. Bah! Pero no es de eso que te quería hablar. Quería contarte de la casa, nuestra casa de la calle 15. Tu silla de aluminio y cordón azul plástico, la que te acogió cuando tu cuerpo se volvió dócil, la ayudante fiel de todas las manos que te cuidaron, estaba allí como la esencia más primaveral de tu cuarto. El cuarto tuyo y de Picon, mío y de mi hermana, mío y de K. Quería contarte que todo está igualito. Bueno, algunas cosas han cambiado, ahora hay lámparas/ventiladores que tienen las aspas doblabas hasta caer en forma de boomerang de tanto calor que las agobia. Dice M. que hay que destornillarlas e invertirlas de vez en cuando.
Algunos azulejos del baño se han golpeado, y cambiaron el inodoro y el lavamanos pues ya no había manera de reparar la caducidad. La que fue una fastuosa pila en el fregadero de la cocina hubo que sustituirla (por otra más moderna que quedó peor) y dejó un hoyo corroído y siniestro que tía tapa con un cartón lleno de maripositas.
K. y yo les regalamos un hornito microondas minúsculo y enclenque (lo mejor que apareció por allá) que ahora ponen sobre el aparador amarillo de la cocina y se contempla más de lo que se usa.
La pared de platos ya no se limpia con la misma frecuencia que a ti te gustaba pero aun se planean esos días, las palanganas, la escalera, los papeles periódicos y lo que queda del antiguo mapa. Y que te cuento de tanto “teléfono sonando y puerta tocando”. Hay un solo aparato en la cocina y estas mujeres caminan el día entero de un lado a otro para atender el teléfono y la puerta que no dan pausa. Ya sabes cómo es allá, “el entra y sale”, el cafecito y la mesa de la cocina que no para de recibir convidados. Vecinos llegando del trabajo que antes de entrar a sus casas hacen su primera tertulia de la tarde. Pero tú no estás. Y no hay manera de no percibirlo. A veces podía verte, sentada en la sillita de hierro de cojín rojo, con tus manos cruzadas al frente, reposando sobre tu saya, con el gesto de la conversación amena y la sonrisa especial de dentadura postiza que a todo pesar te hacía más joven. M. te hace honor. Todo el mundo llega buscándola, compartiendo, contando penas y glorias en aquella cocina que siempre fue tu reserva, tu selva amazónica, tu valle de paz, la entrega del afecto para todos, incluso en aquellos días en que esa vieja mesa raída y sus sillitas de hierro mudaron sus aires de familia por el desconcierto del hambre.
¿Lo demás? Más o menos lo mismo. El cuartico de atrás está lleno de tarecos, recuerdos y desgastes. Es decir, de nosotros. Tía sigue cuidando de las plantas, ya no hay muchas adentro de la casa pues con tanta jácara del “Aedes aegypti” y la fumigación revolucionaria con queroseno no hay vida que aguante, excepto los propios mosquitos. El pobre pajarraco escandaloso murió unos días antes de mi regreso. Pensé en ti, en tu manera de interpretar los hechos. Todas habíamos pensado lo mismo: “el infortunado se llevó lo malo cuando era preciso”. El garaje acumula menos periódicos, la tabla de planchar y las tendederas por si llueve y ningún vecino pide espacios prestados pues ya nadie tiene nada que amontonar. La mata de naranja agria sobrevive. Se alza sin misterios ni melindres. Apenas da frutos pero permanece. M. dice que a veces tiene alguna naranja pequeña y sin mucho jugo, pero ella siente como si la brindara con ternura y reclamara el gusto de alguna sazón de nuestra cocina, volver a ser parte de lo que hemos sido. Pero no te pongas triste. Todo está bien. Solo que las cosas cambian aunque no nos demos cuenta o, aunque nos demos cuenta y no podamos evitarlo. No volveremos a vivir como antes como cuando vivíamos contigo pero viviremos. Andarás por ahí, soliviantando los empeños, amarrando a San Dimas en las patas de las mesas, meciendo y dando palmadas en las nalgas de quien no pueda dormir, abatiendo cazuelas en la cocina o sentada en la terraza “para coger un diez” y eso nos hará feliz aunque guardemos el abrazo para más tarde. Oye mami, es que era eso nada más, que quería contarte…

lunes, 19 de julio de 2010

La Habana desnuda

La piedra descascarada, el muro enmohecido, los balcones derribados somos nosotros. Tus ojos se sosegaron en el mar y enjuagaron un poco su dolor. No hubo ritos, ni cantos, ni flores para Camilo. Tú eres el rumbo que ya no se halla, yo soy la espuma que se deshace. La ciudad no vive, ni reposa, ni danza. Posa como una mujer desnuda ante el amor corrompido, majestuosa y triste, esplendorosa y humillada, refulgente y derrotada. Expone su cuerpo sin remilgos pero cierra sus ojos ante la tragedia de lo imperdonable. Ahí estamos todos. Caídos ante la derrota, revolcados ante lo imbatible, devolviéndonos llantos por papeles, voces por silencio, muertos por vivos.
¿A donde se ha ido la verdad, la mentira, el derecho a vivir con decoro? Los abrazos familiares y las noches de tertulia dejaron que mi palabra se hospedara, pero el vicio de la calumnia no tiene límites. Golpes contra el muro, contra la única vida que se tiene.
Esto es lo que tengo. Lo que pude guardar en mis ojos, recuperar en mi sombra, sollozar sin lágrimas. La ciudad vegeta tragándose su gente, acorralándolas para evadir el abandono allí frente a su propia mirada donde el mar susurra y abraza.