martes, 30 de marzo de 2010

La otra (VI)

Logró descubrir la ciudad. Cuando la trajeron junto con su hermano, después de que su abuela enfermó, llegaron a la casa de los tíos en el barrio Lawton. Primero en una casa pequeña en la calle Milagro, justo frente al parque, y luego en una casona más profunda en la avenida Porvenir, donde el polvo y el ruido se colaban por donde no había agujero. Una vecindad con casas coloniales de portales altos, balaustres torneados, invadidas por columnas anchas y con ventanales amplios de varias hojas que se levantaban desde el suelo en los pórticos y zaguanes, en patios y recibidores dejando que el fresco o el hastío de apoderaran de las siestas. Allí se educó para llevar la vida sin prisa. En su talego guardaba el apego a la responsabilidad, “…el que trabaja y se esfuerza por su familia y los demás será feliz, o al menos bien recompensado.” En la escuela de monjas había soportado lo incontable y aun así encontraba momento para desairarse, correr y sonreír. Con el primer rayo de luz en la mañana antes de saltar de su cama ponía una mano en su corazoncito y enviaba un beso a su abuela, abría sus ojos y miraba a su alrededor para asegurarse de que sus primas dormían tranquilas por lo que todavía tenía tiempo para ayudar en la cocina con el desayuno, salía con cuidado, levantaba la vista para sonreír y dar una mano a su tía, y mientras andaba por toda la casa en busca de ropa que lavar y tarecos que recoger canturreaba tonadillas y bromeaba con todos. Por allí también conoció y declaró su primer amor al hombre equivocado. Apasionado y generoso como ella pero sin arrojo, incapaz de sostenerla en sus brazos. El ardor de las esquelas recibidas, los encuentros en el parque Butari y sus regalos coloridos se esfumaron. Durante mucho tiempo, cuando al final de la jornada se dejaba caer agotada en su cama, escondía su cabeza en la almohada y sollozaba, recordaba aquel rostro sin vida, el mechón de pelo en la frente y sus ojos azules dormidos y llorosos mientras farfullaba un adiós.

En aquel barrio conoció y se casó con uno de los hombres más bellos pero menos hostigado. En sus enseres traía a su madre, temor de vecinos y amigos. Pero ese hombre la adoró desde el primer vistazo en una de aquellas esquinas y la buscó, la enamoró, le rogó, le pidió, le ofreció y se puso a sus pies con la dulzura de los amores tiernos y la valentía de las entregas absolutas. África no era el nombre que él ciertamente habría de olvidar. África sería la mujer de su vida, la madre de sus hijos, el amor incondicional. A varias cuadras de la casa familiar nacieron sus hijos unos años después. En el mismo parque, donde ella había paseado con sus primas y amigas en las tardes de ocio, perdido y entregado su corazón una y otra vez, y donde sus hijos habían correteado mientras esperaban la llegada de su padre del trabajo, allí mismo, su hijo menor conoció a mi madre. Para ese entonces ya vivían en el barrio del Obelisco, en Marianao y ella había logrado establecer su negocio alimentando y cuidando a varias alumnas de la Normal de Kindergarten donde estudiaba mi tía, pero las visitas de mi padre al barrio para reencontrase con sus viejos amigos le había espigado un amor de locura por una niña de 14 años. África supo desde ese instante que algo había cambiado y decidió comenzar a aflojar ataduras. Le huyó a todo, e hizo de todo. En medio de aquella baraúnda y con el triunfo revolucionario construyendo y destruyendo, se fueron a vivir a la zona de Almendares, a la casa blanca de las tejas rojas que siempre me mostraba cuando íbamos al policlínico, muchos años después. Hubo boda y nacimiento y otra vez una mudanza a una vecindad más cercana al río. Allí la conocí yo. Allí tuve conciencia de mi amor por ella. De mi amor por mi abuelo Picon y mi tía, y de las otras ausencias. Allí, en la casa junto al río Almendares tuve mis primeros amigos con los que lloré tantas veces y también reí a carcajadas durante varias aventuras e incursiones desautorizadas, fui por primera vez a la escuela, sufrí mis primeras caídas y puntadas, jugué con Picon a la magia y “la escuelita”, me disfracé con cada ropa que encontré en los closets, adoré los espejos y las lunas que rodeaban todos los salones y escuché el viejo tocadiscos Phillips, pintarrajeé los libros de historia y comunismo de mi abuelo, y aprendí a montar el triciclo, y tuve por primera vez aquel sueño recurrente de la pantera y el tigre acercándose por la entrada de los garajes después de haber visto a uno de los hijos de la familia que vivía en la casa de los conserjes colgado del techo de la caseta del perro.

De la casa del río también nos marchamos. Estuve meses llorando. Picon necesitaba salir de su oscuro cuarto y ver la calle, desde su sillón de paralítico. Y nos fuimos a la casa de la calle 15. Nos fuimos a Playa. A una moderna casa de los años 50 con pisos de granito y ventanas de cedro y una cisterna tan grande que me asustaba solo de escuchar la caída del agua. Con el mismo arrojo de siempre puso a todos en carácter, revolvió cajones, lavó paredes y baños, levantó pisos, convirtió muebles viejos en nuevos, abrió puertas donde no había, descubrió como dejar entrar la claridad y el sol, hizo amigos y vinieron vecinos a la colada del café de la mañana y construyó otra vez el hogar para que no nos desbordaran las nostalgias. En la casa de la Calle 15 fue feliz. Esa fue su mansión. Allí saboreó su vida y se dedicó a una familia más grande, otros nietos llegaron, y tuvo la dicha de cuidar a sus biznietos. Allí la vi por última vez acomodada en su silla metálica de tiras azules donde ya le improvisaban una vida para que sus noventa y dos años no le negaran nada. Allí salvamos a toda costa nuestra mata de naranja agria y a falta de carros llenamos el garaje de recuerdos. África vivió la mayor parte de su vida en la Habana. La recorrió completa, pueblos cercanos, barrios lejanos. Pero Cárdenas, en su corazón, se pobló con el resto de sus memorias.

viernes, 26 de marzo de 2010

La otra (V)

Recostó su cabeza sobre el respaldo del asiento de atrás, exigiéndole a sus ojos cansados no abandonarse al ritmo remiso que desparramaba ese carro viejo y rumoroso pues siempre le impresionaron los viajes por carretera. Los dos últimos días habían sido diferentes, sentía que los había vivido como en una nube, desde donde percibía y a la vez era parte aunque no siempre lograba comprender. Con el fresco en su rostro retornó en su imaginación a la casona, los sillones acomodados por el portal y la sala, el gentío en el comedor grande y la cocina en donde Verena, la hermana más pequeña de Isabelita no paraba de colar café; y atrás algunos hombres fumando bajo la sombra de la glorietica del patio, y en el pasaje que da a los cuartos con un tropel entrando y saliendo, preguntado por el baño, pidiendo un poco de agua. Todos los rostros quedaron mezclados en su memoria. No conocía casi a nadie, salvo a las muchachitas, que ya eran tan viejas, arrugadas y mañosas como ella. No reconoció los colores de las paredes y apenas se notaban las molduras pues todo tenía la misma tonalidad blancuzca ceniza y cascajosa. Los muebles de cedro del salón principal, que acogían a las visitas más importantes, con sus asientos de brocado y seda ya no estaban. La mesa del comedor había sido sustituida por una de hierro y cristal, pero el viejo aparador de columnas imponentes y lunas insertadas que su tío abuelo, conocido carpintero y ebanista, había tallado con sus propias manos, aun estaba allí, parecía una ballena en medio de un arroyuelo. Todavía se preguntaba si realmente toda esa gente conocía a la pobre Isabelita, que vino a morirse solterona y se despedía del mundo de los vivos en el mismo lugar donde su madre la había traído a este: en la sala de la casona, pero aquella vez sobre una vieja colchoneta de saco blanco, hoy, “…la pobre y que Dios la guarde”…, estaba metida en ese ataúd que ya habían notificado (según le contó una señora asistente al funeral y a quién tampoco conocía) era de baja de calidad y poca resistencia, de madera blanda, húmeda, de cartón y pino, ya que el suministro de sarcófagos en la provincia estaba en declive luego de que la fábrica de ataúdes cerró y los pocos que llegan vienen desde Oriente.

También le sonaba que algunos la habían llamado hasta por otro nombre. Parece que la habían confundido, algunos la llamaban Hilda, otros África, y le preguntaban por su prima Delia y la familia de la Habana y las nietas “…vaya usted a saber, después de tanto tiempo, y no saben que Delia ya murió… las nietas bien, grandísimas, por lo demás…será que la vejez…”. Sus ojos se cerraron por varios minutos, un bocinazo espeluznante la sobrecogió y se despertó sin reconocer su rumbo. Aún estaba asustada y pensó por qué no les había hecho caso a las nietas y había dejado que ellas o una de ellas la acompañara.

El fresco era tibio pero su cansancio era atroz. “La Habana está ahí mismo ya”. Recostó su cabeza otra vez, otro bocinazo pero ya no miró. Recordaba un velorio confuso y un funeral triste. Isabelita no dejó hijos, ni marido, ni nada en este mundo que recapitulara su presencia. Solo ellas, las hermanas, de las que ya solo quedaban Raquel y Verena, y su querida prima, ella, África, pues los otros se habían marchado también. Amigos y vecinos sí, muchos. Sus años de costurera le valieron cariños (y rencores), el cuidado de sus padres y hermanas cuando se fueron enfermando y envejeciendo uno a uno, hicieron fulgurar su paciencia y su bondad. África hablaba por teléfono con ella esporádicamente. La casa, el viejo y las nietas la mantenían sin un minuto de reposo. Ah, las nietas, “…debieron haberme acompañado. Que funeral tan triste. Dos o tres sobrinos. Uno dijo unas palabras, pero que sabía, si nunca habían vivido con ella…tengo que buscar en la caja de las fotos, y enseñarle a mi niña la foto de Isabelita y la de Verena, yo creo que de Raquel no tengo, por ahí hay alguna de…el día que me toque a mí ¿cómo será, estarán mis hijos, mis nietos, mi niña dirá algunas palabras, estará triste, me recordará siempre, le contará a sus hijos de todo esto, de lo que hicimos juntas…”. El sol le calentaba la cara, tenía el cuello sudado y la blusa de ovalitos negros hecha una maraña. “Oiga mi vieja, vamos, despiértese que ya llegamos…mire, ahí está la nieta en la puerta, seguro ya estaban preocupados… ¿Descansó un poco? “

lunes, 22 de marzo de 2010

Reencuentro

El mar siempre hace gala del eco de la memoria. Delinea rostros en la orilla de la playa. Se deshacen y regresan con cada sacudida de las olas. No hay espuma sin memoria, no hay silbido de la brisa sin nostalgia, no hay nombres que no susurren los graznidos de las gaviotas. El mar, como la vida, enamora y asusta; nos trae paz y a veces se traga el mundo dejando un dolor sin sutura.

No sé si fue tu rostro joven o viejo, terso o surcado el que rompió en la orilla, amarilla de sol, roja de tarde, plata en la noche. No sé si comprendiste que yo estaba allí, esperándote, hablándote igual que hacía de niña cuando el agua llegaba a mis rodillas y divisaba el otro lado que no tenía lados, ¿te acuerdas? y yo entraba y salía del agua y pretendía ser un delfín que llevaba mensajes.
Decían que el enemigo solo estaba a noventa millas. Demasiado lejos para ser amigos y demasiado cerca para ser viles. Yo miraba al horizonte tratando de descifrar como podía parecerle a alguien esa distancia tan próxima. Tenía noventa millas entre el extremo cicatrizado de un cordón umbilical y el mío. Y siempre que el agua llegaba a mis rodillas yo hablaba mirando el horizonte. Pero si miraba hacia a la arena, ahí estabas, y mi universo era diferente. Nunca te gustó el mar. Pocas veces te vi en traje de baño, y nunca poner un pie en la orilla. Nos acompañabas y mientras todos disfrutábamos cocinabas y cuidabas de él.
El mar siempre me muestra tu sonrisa. Si no llega no importa, yo la traigo. No puedo ir a ningún lugar donde no estés. A todos he llegado a través de ti. Incluso al mar, a la orilla donde nunca pusiste tus pies junto a los míos, a la espuma donde no nos salpicamos ni corrimos. Aun así, todos mis recuerdos tienen el sabor melancólico de la sal y nadan en mí con el sonido cristalino del agua mientras tu abrazo me arropa con suavidad igual que la tarde acomoda al sol en los brazos del mar, allá lejos en el horizonte.

jueves, 11 de marzo de 2010

Carta por la Liberación de los presos políticos

Cada día me propongo colgar la entrada prevista. Revisar la historia de África y dejarles aquí sus últimos recuerdos. Necesito contarles sobre el último libro que hemos leído porque esta buenísimo…Los acontecimientos no me dejan hacer nada en paz. Tengo siempre la sensación de que voy a levantarme y descubrir que algo extraordinario ha pasado o que de repente la tristeza nos cobijará como ropa. Cada día me pregunto cómo habrá pasado la noche Guillermo Farinas, como estará su familia, que estará pasando allá en ese pedacito de calle donde el coraje se sentó en la sala para no saltar jamás. Ayer me contó mi esposo que ha leído que hay otros cubanos dispuestos a continuar las huelgas de hambre, y se me hace una trabazón en la garganta preguntándome ¿cuántos de ellos van a morir, cuántos de ellos harán de esta horrible manera de morir su carga al machete en los campos cubanos? Y me abruma la sensación de aspereza y disolución en mi cabeza, me muero por ir a Cuba, por ver a mi familia, planifico el viaje con la ilusión de los enamorados, pensando en los niños que nos esperan para irnos a la playa, a comer en la pizzería y los regalos que añoran y mientras tendremos que quedarnos callados ante lo que sabemos y ellos, nuestros padres, hermanos, primos, ignoran mientras nadan en la piscina de la casa en la Playa por la que le habremos pagado al gobierno cubano casi 300 dólares diarios. Pero nosotros aquí no podemos ignorar lo que pasa, no podemos callarnos, tenemos que hacernos eco de cada denuncia, hacer nuestro pedacito, nuestra manera también de hacer nuestra carga al machete. Hay muchos, miles de cubanos en la red haciendo movimientos increíbles. Al menos leamos, participemos, ayudemos a correr sus voces. En este sitio por Orlando Zapata Tamayo, varios blogueros aúnan sus esfuerzos por la misma causa. Ahora nos piden que firmemos una Carta por la Liberación de todos los presos políticos en Cuba.

¡FIRMA YA!

lunes, 8 de marzo de 2010

Enviándonos abrazos este 8 de Marzo

Una amiga me ha enviado este poema del poeta brasileño Mario Raúl de Morais Andrade, conocido como Mario de Andrade, nacido en Sao Paulo. Fundador del Modernismo brasileño, ejerció también la crítica de arte y literaria y fue un incansable investigador etnográfico en medio de la dictadura de Getulio Vargas. Murió en 1945, a la edad de 52 años, de un infarto. Murió en su casa y debido a sus diferencias con el régimen en ese momento no hubo ninguna reacción oficial al respecto. Muerto ya el dictador y luego de publicadas algunas de sus obras todo su trabajo y aporte a la cultura brasileña fue reconocido.

Mi amiga Dag, me envió este poema, así solito en un email. Seguramente se acordó que me gustaba la poesía o que cuando éramos adolescentes yo escribía poemas cursis en pedacitos de cualquier cosa, o escribía cualquier pedacito de cosa cursi. Incluso para sus cumpleaños, en aquellos tiempos que en nuestro país casi nada podíamos regalarnos. Su mamá aun guarda algunos. Seguramente le gustó el poema pues quien no piensa, quien no cree a nuestra edad (muy jóvenes aun) que el tiempo es más que precioso y que cada día con cada gesto, con cada acción que tomamos gastamos un poquito más del que tenemos. Tiene razón el poeta y tiene razón la Dag en enviárselo a sus amigos pues aunque puedes leerlo en un libro o encontrarlo en internet, cuando un amigo te lo envía es como si te diera un abrazo, y encuentras un motivo para leerlo con atención, te das cuenta de lo afortunada (o no) que eres. Yo lo soy, tengo este tiempo para disfrutar de mi familia, mi esposo, mi hijo, mis amigos, y de mi. Y al mirar a mi alrededor las injusticias que nos rodean, pienso que somos afortunados de estar aqui y de hacer algo por mas pequeñito que sea para denunciarlas o para ayudar.
Y como hoy es 8 de Marzo, (mi esposo fue el primero en darme este beso mañanero) con este poema y con tantas otras palabras que no puedo expresar, me gustaría enviar abrazos a todas las mujeres del mundo y en especial a las mujeres cubanas, las compatriotas que ahí están esta mañana levantándose con o sin desayuno para ellas y sus familias, a las mujeres cubanas, las madres, hermanas, hijas, que cada día luchan sin miedo a nada ni a nadie, por la libertad de sus seres queridos, por la libertad merecida de un pueblo.
Y a todas mis amigas de este lado del mar también.

“El valioso tiempo de los maduros”

Conté mis años y descubrí, que tengo menos tiempo para vivir de aquí en adelante, que el que viví hasta ahora...
Me siento como aquel chico que ganó un paquete de golosinas: las primeras las comió con agrado, pero, cuando percibió que quedaban pocas, comenzó a saborearlas profundamente.
Ya no tengo tiempo para reuniones interminables, donde se discuten estatutos, normas, procedimientos y reglamentos internos, sabiendo que no se va a lograr nada.
Ya no tengo tiempo para soportar absurdas personas que, a pesar de su edad cronológica, no han crecido.
Ya no tengo tiempo para lidiar con mediocridades.
No quiero estar en reuniones donde desfilan egos inflados.
No tolero a maniobreros y ventajeros.
Me molestan los envidiosos, que tratan de desacreditar a los más capaces, para apropiarse de sus lugares, talentos y logros.
Detesto, si soy testigo, de los defectos que genera la lucha por un majestuoso cargo.
Las personas no discuten contenidos, apenas los títulos.
Mi tiempo es escaso como para discutir títulos.
Quiero la esencia, mi alma tiene prisa...
Sin muchas golosinas en el paquete...
Quiero vivir al lado de gente humana, muy humana.
Que sepa reír, de sus errores.
Que no se envanezca, con sus triunfos.
Que no se considere electa, antes de hora.
Que no huya, de sus responsabilidades.
Que defienda la dignidad humana.
Y que desee tan sólo andar del lado de la verdad y la honradez.
Lo esencial es lo que hace que la vida valga la pena.
Quiero rodearme de gente, que sepa tocar el corazón de las personas…
Gente a quien los golpes duros de la vida, le enseñó a crecer con toques suaves en el alma.
Sí… tengo prisa… por vivir con la intensidad que sólo la madurez puede dar.
Pretendo no desperdiciar parte alguna de las golosinas que me quedan…
Estoy seguro que serán más exquisitas que las que hasta ahora he comido.
Mi meta es llegar al final satisfecho y en paz con mis seres queridos y con mi conciencia.
Espero que la tuya sea la misma, porque de cualquier manera llegarás...

viernes, 5 de marzo de 2010

La entrada del mar en la Habana

Les dejo estas fotos (en blanco y negro), traídas del Blog Fotos desde Cuba,  y otras (a color tomadas de internet)  de la entrada del mar en el litoral habanero y las olas de más de 3 metros que inundaron las calles el pasado miércoles. Dicen que los inundaciones eran en el municipio Playa desde La Puntilla hasta la Avenida 3ra, en la parte de Jaimanitas y el Náutico desde Marina Hemingway hasta el primer Farallón, detrás de La Cecilia y desde La Puntilla hasta el fondo del Acuario Nacional. En la zona de Centro Habana y La Habana Vieja el agua entro por todo el Malecón desde San Lázaro y Marina hasta La Punta; y hasta en La Habana del Este entró el mar hasta la playa de Guanabo. En el Vedado que sufre más estos embates por ser una zona muy baja el mar llego desde la Calle N casi hasta el túnel de Línea, alcanzando toda esa zona, poniendo en movimiento a tanta gente que trataba de cuidar sus pocos bienes. Creo que desde el ciclón  Wilma en el 2005 no se veía esto, pero ahora sin ciclón, solo por la entrada de un frente frio. Claro, que ahora pienso en la gente de la Habana, en nuestras familias. Todo allá “bajo control” pero esto viene a ser otra adversidad más para los cubanos, entre tantas. Otra pendencia más del gobierno para amparar la malaventura.

jueves, 4 de marzo de 2010

La música que heredé en casa

Hace unos días y a raíz de las noticias sobre la presentación de Omara Portuondo en New York, la cancelación de su concierto en Miami, y toda la polémica creada alrededor de esto, muchos recuerdos regresaron a mi. Cuando era pequeña, solía escuchar música en el viejo Phillips, armatoste color crema-amarillo pálido, que a veces también servía de mesa de esquina o estante, en la terraza de la casa, mientras mi abuela trajinaba sin parar arrastrando sus pies desde el garaje a la cocina y de la cocina al patio y del patio a la puerta. Me sentaba en un rincón entre los dos sillones cerca del mueble de hierro que portaba los discos, organizaba cuáles canciones y de qué discos oiría, en qué orden y qué atuendo del closet de mi tía y mi abuela sería el propicio para usar. Cuando dejé de disfrazarme para la ocasión, seguía derrumbándome en el piso, con libreta o diarios en mano para escuchar a Omara, Elena, y Moraima, Beatriz Márquez, Gina León y los Galantes, Sara Montiel …”alza pa’rriba polichinela, cata catapun, cata pun, catapuuun…como los muñecos en el pim-pam-pum..”, Los Panchos, Orlando Contreras, Fernando Álvarez, Nelson Ned, Barry Manilow y mi siempre querido Richard Clayderman, ante las caras atónitas de mis amigas que no entendían como a mi edad (hacía esto desde los 5 o 6 años y hasta la juventud, mientras el viejo tocadiscos sobrevivió y luego cuando fue sustituido por un Sony traído de cierto lugar por algún amigo de mi padre), y en plena moda del rock duro y las canciones de Roberto Carlos a la hora del besuqueo en las fiestas, podía yo saber sobre toda esa música de viejos. Me gustaba mucho Roberto Carlos, Camilo Sesto, y Julio Iglesias, pero nada escuchaba yo con tanto deleite como Escandalo por Tejedor y Luis, o Amigo de qué, por Orlando Contreras. Y qué decir de Omara cantando  Veinte años de María Teresa Vera o “La era esta pariendo un corazón” de Silvio Rodríguez. Si, era raro pero era lo que había en mi casa, y lo que escuchaban mami y tía. A veces, cuando no estaba en casa mi papá, podía oír en su grabadora portátil aquellos casetes TDK donde grababa los programas radiales “Oiga” con Manolo Ribeiro de conductor (al que nunca le conocí la cara) y poemas recitados por el actor cubano Mario Limonta el hombre de la voz inconfundible, mientras en la sección “Algo para recordar” disfrutaba con Charles Aznavour y su "Venecia sin ti" o  Nicola di Bari con “Como violetas”. Raro, raro para la época y mi edad, pero me encantaba. Y todas esas canciones y esos recuerdos son también los lazos que quedan de la infancia, los lazos que nos hicieron ser lo que somos hoy.
No sé que piense la gente de Miami, no sé si es política o ideológicamente correcto, pero creo que yo estaría en una encrucijada, si alguno de todos esos artistas, los vivos, claro, los cubanos, vinieran a mi ciudad a ofrecernos un concierto. Creo, que sentarme allí, con mi familia, compartir con ellos estos recuerdos, sería una satisfacción que me deleitaría por estos días. Con estos títulos y estos nombres les invito a que si tiene tiempo busquen algunos videos en Youtube, algunos hay. Aquí les dejo (a la izquierda) una de mis canciones favoritas de estas tres grandes de la canción cubana: Amigas.

martes, 2 de marzo de 2010

La otra (La caja de las fotos)

Una noche de aquellas en que me gustaba sacar la caja de las fotos, una desteñida y antigua caja de cartón que alguna vez se compró con un cake (pastel) de cumpleaños y que tenía una imagen de una flor púrpura colosal en su tapa, Mami me enseñó la fotografía en la que ella y su hermano Pucho están sentados en una banqueta de cedro sin respaldo, con asiento forrado y apoyos altos con formas redondas, donde descansaban sus bracitos para una incómoda pose de retrato. Me decía que no lograba recordar esos rostros. Tocaba con la yema de sus dedos la carita pequeña y graciosa de Pucho que todos confundían con la de una niña con bucles largos y bruñidos y el vestido que parecía una prenda de bautizo. La yema de sus dedos repasaban la antigua foto, de viejo sepia y blanco crema, su boca dibujaba un rictus de melancolía y sus ojos se llenaban de gusto. Pucho murió joven, al menos eso pensaba ella ahora, con sus más de setenta y tantos mayos a cuestas.
Se acercaba la foto a sus ojos, por entonces casi sin pestañas y concentraba todo su esfuerzo en ese repaso preguntándose si en realidad algún día estuvo ahí. Recordaba vagamente haber visto en el baúl de las telas y atavíos de ocasiones aquel vestidito cándido con encajes de nieve, la tira bordada que su abuela cosió varias veces ajustando las tallas pues había sido varios años atrás la bata de bautismo de su prima Isabel, y los calzones bombachos que no la dejaban moverse con soltura. Baúl que, abría sus ojos y llevaba sus manos al pecho mientras me contaba, se había quemado el día que explotó el fogón en la casona vieja, pues se guardaba en un cuarto contiguo a la cocina que servía de almacén para cualquier cosa. Yo quedaba boquiabierta, pues terminaba diciendo: “el gato se había quedado dormido encima del baúl”.
Se aproximaba la fotografía una y otra vez casi hasta rozar su nariz y yo la seguía empinándome hasta el dorso tibio de sus manos. Desde aquella banqueta, después de varios ensayos, palabras dulces y regaños, acomodos, y varios “espérese por favor” al fotógrafo, podía (y lo decía cerrando sus ojos) palpar la delicadeza de los pliegues en la falda negra de su madre, su tocado con cinta negra y adorno brillante y su pelo ondulado levantado con el gancho que también usaba su abuela, y el sombrero a mano por “si hubiera demasiado sol”. Su madre los miraba con ternura y reía como una chiquilla ante cada movimiento de ellos que impedía al fotógrafo hacer uso de su daguerrotipo. ¿Cómo podría imaginar que esa sería la última vez que estaría presente para un retrato familiar? Mami quedaba en silencio mucho rato cuando se le asomaban esas memorias, cuando pronunciaba esas palabras. De su madre solo tenía esos tres o cuatro retratos y algunas historias contadas por la abuela. Igual que hizo Mami conmigo, las historias, que eran la realidad y el escenario, me las contó ella a mí. Me pasaba la mano por mi pelo desordenado y me miraba diciendo sin palabras cuanto de todo eso sabíamos las dos, cuanto de todo eso teníamos en común, de las retiradas y los abandonos, de los reemplazos de las familias, pero yo aun no lo comprendía. Pronto comencé a remar en todos nuestros charcos. Comencé a preguntar lo que ella no quería confesar por voluntad propia, a colmar  los silencios, a darle forma a los espacios que ella urgía dejar ver. Y me abstraía por horas revisando la caja de las fotos (era uno de mis juegos favoritos) rehilándome historias, y podía escucharla a ella mascullándome nombres y considerando lazos familiares, trastornando leyendas de amores y tropiezos, todos llenos de entretejidos ímpetus y ella dentro de esos mundos. Ella siempre fue así. Fue así en el pasado donde no la conocí y fue así en la vida que me entregó. La heroína de su vida. La heroína de mi vida.
Fue esta la fotografía que me trajo aquella noche. La imagen con la que quiere que emprendamos su historia, su trajinar en zapatos apretados, su estancia en vuelos ajenos y propios, en sueños de los que se apoderó con la dulzura de las frutas coloridas en cosecha, plantándolos en sus palmas abiertas para otorgarlos sin reclamos ni anuncios. Tomo la fotografía y veo una pequeñita de ojos oscuros y curiosos, de mirada valiente sin dudas, y mientras sus ojos se colmaban en la contemplación de la sonrisa de su madre, sin saberlo me entregó su energía y su carácter, el jugo vital de su ser.

lunes, 1 de marzo de 2010

La lucha continua

He estado muy ocupada y hasta diríamos, un poco aturdida en estos días. Demasiadas convulsas noticias que nos han mantenido en un estado entre el entumecimiento y la escalada impotencia, el desplome y la rabia. No he podido poner entradas, a pesar de querer contarles bastante. Tengo que contarles sobre nuestro último libro leído y discutido en el club del libro, y comentar sobre algunas fotografías, y contarles de La otra y sus recuerdos. Pero que es todo eso frente a todo lo que ha pasado en los ultimos dias. Por ahora, por este solo momento, les dejo el enlace al blog de Aguaya, porque ella tiene un resumen que además se mantiene actualizado sobre las manifestaciones de apoyo a los cubanos que han decidido hacer huelga de hambre en las prisiones de Cuba y nos tiene fotos de las manifestaciones por la muerte de Orlando Zapata Tamayo en diferentes ciudades.

Vivir distante de la patria, vivir en el exilio, te aparta, sin arrinconarte, de las raíces, pero te une a todos aquellos, no importa de donde vengan que comparten contigo las secuelas de esta guerra y los sabores de su amor.

“Cuba nos une en extranjero suelo
Auroras de Cuba nuestro amor desea:
Cuba es tu corazón, Cuba es mi cielo,
Cuba en tu libro mi palabra sea”

José Martí