martes, 23 de febrero de 2010

Murió Orlando Zapata Tamayo.

Un cubano de verdad, un negro humilde, luchador, murió como un valiente. Su decisión de batallar por la libertad de Cuba, igual que tantos hicieron durante la Guerra Grande y durante de la lucha revolucionaria desde los años 30- 59, lo llevo a una huelga de hambre que le ha hecho perder su vida. Los responsables habrán de pagar por ello. Es una noticia reciente. Igual, que cuando levantamos nuestra voz hace unos días por su libertad, hoy nos unimos al sufrimiento de su madre, al dolor de su familia, y del pueblo (aunque algunos cubanos dentro de la isla ni conocen su nombre) que ha estado a su lado.

¿Cómo será la entrega de su cuerpo a su madre y familia? ¿Cómo será el velorio? ¿El entierro? Ojala el pueblo cubano pudiera ser parte del verdadero homenaje que este hombre desarmado y valeroso se merece.

Enlaces que pueden visitar:

http://www.elnuevoherald.com/2010/02/23/660805/muere-el-preso-politico-cubano.html

http://desarraigos.blogspot.com/

http://www.elmundo.es/america/2010/02/24/cuba/1266967804.html

http://www.elpais.com/articulo/internacional/Muere/preso/politico/cubano/pasar/85/dias/huelga/hambre/elpepuint/20100224elpepuint_1/Tes


El preso politico Ariel Singler Amaya tambien esta muriendo. Su madre , Dama de Blanco, murio el mes pasado, luchadora tambien por los derechos humanos.
 
http://www.youtube.com/watch?v=BsXEpaXOZ1g&feature=related
http://www.youtube.com/watch?v=qDURYAFxoYQ&feature=player_embedded#

viernes, 19 de febrero de 2010

Despedida a La Moderna Poesía

Para mi tía
Hace unos días tratando de encontrar información sobre la ciudad de Cárdenas rastreé varios lugares de la red en busca de libros, mapas o cualquier otra referencia. Di con varios sitios cubanos y pensé que podría topar con la venta en línea de La Moderna Poesía, la conocida librería de Miami, un símbolo de la herencia cultural cubana y la literatura en español. Fue inútil. Para mi sorpresa hoy, leyendo los diarios en la mañana, una de las noticias que corría en la ciudad de Miami era su inmediato cierre para el próximo fin de semana.

Cuando era pequeña mi tía y mi abuela me llevaban “a pasear a La Habana”, que significaba “ir de tiendas” a la parte más vieja de la ciudad (con nuestra libreta de cupones a cuestas) y siempre me dejaban entrar a disfrutar un rato en la antigua librería que aún conservaba su nombre, a pesar de que su dueño ya hacía años se había marchado de Cuba. Este dato lo sabía pues mi tía, siempre en voz bien baja, me comentaba “lo que fue esta librería y lo que es ahora…del día a la noche”. Pero yo no conocí la otra. Cuando cruzábamos el parque y nos encaminábamos hacia la entrada de la calle Obispo ya solo me imaginaba entrando por esa majestuosa puerta siempre abierta con sus paredes de piedra clara( y sucias, claro). Si a esas alturas ya no era “ni la sombra de lo que fue” con el pasar de los años su deterioro fue más que evidente. Era un cascarón vacío, estantes desocupados, empleados ociosos, suciedad, y tristeza. No retengo exactamente que pasó, pero si tengo el vago recuerdo, cuando estudiaba en la Universidad y me acerqué alguna vez por esas calles de la ciudad haber visto la librería cerrada y un montón de piedras y escombros frente a su bello portón. Quizás lo soñé.

La primera vez que visitamos Miami por supuesto nos fuimos a caminar por la calle Ocho y entramos a La Moderna Poesía, la que por derecho propio su dueña conservaba el nombre original devenido de su herencia familiar, su tío el señor José Antonio López Serrano, dueño de la Librería en la Habana y que aunque no sabía yo su nombre de niña, ya mi tía me había contado que “el dueño de la librería también era el dueño del edificio ese alto del Vedado, y su padre se mató de un tiro por algo de un dinero”. Me sentí feliz cuando entré a este local, que aunque no tenía la majestuosidad de aquel edificio de Obispo número 257 esquina a Bernaza, me hizo sentir bienvenida y llena de nostalgia. Nos tomamos una fotografía en su entrada donde relucía su nombre en caracteres orgullosos y se la mandamos a mi tía en la Habana.

En el año 2008 visité otra vez la Moderna Poesía de La Habana, según mi tía, renovada y remodelada. Aquello daba pena, no solo por la pobreza de ejemplares sino porque casi todos los ejemplares eran obras de Nicolás Guillén y del “Guerrillero Heroico”, algunos sobre cocina y de varios autores jóvenes, pero obras de otros escritores extraordinarios cubanos brillaban por su ausencia: Virgilio Piñeira, Reynaldo Arenas, Padura, Zoe Valdés, y tantos más. Brillaba por su ausencia la variedad, la opinión diferente, la vida fuera de la isla.

Para los cubanos amantes de los libros que conocieron los días espléndidos de una de las mejores librerías de la Habana y llegaron a Miami a rehacer su vida, La Moderna Poesía de la calle Ocho representó un encuentro con uno de los queridos rincones de su ciudad, con sus raíces culturales. Para los que vivimos en la isla la mayor parte de la "época revolucionaria" solo nos quedan las historias de los abuelos y el viejo cascarón habanero que fue en otro tiempo la cara del boulevard de Obispo con su elegancia y lucimiento.

Nuestro agradecimiento a la librería la Moderna Poesía de Miami y a su dueña Magdalena Álvarez y su familia por sus más de 100 años de servicios a tantas generaciones de cubanos y latinoamericanos.

Para la noticia: http://www.elnuevoherald.com/noticias/ultimas-noticias/story/656096.html

jueves, 18 de febrero de 2010

Una voz mas por Orlando Zapata Tamayo

Libertad para todos los presos de conciencia en las cárceles de Cuba

Mientras el presidente Obama organiza su cena con el Rey de España y envía funcionarios a la isla para hablar de inmigración, mientras el líder espiritual tibetano es recibido en Washington a pesar de las advertencias chinas al presidente norteamericano, mientras la Interpol continúa su zafarrancho detrás del agresor de Cabañas, y en la portada del BBC Mundo o CNN en línea (por decir algún título nada mas, la lista puede ser larga) no aparece ni siquiera una información en la portada de noticias sobre América Latina, y los “hot topics” siguen siendo Afganistán, Palin, y las Olimpiadas de invierno, mientras el Presidente de Ecuador regresa de operarse su pierna en el país que ahora mismo no puede suministrar ni siquiera un antibiótico a quien padece una horrible infección o es incapaz de abastecer de leche evaporada a niños enfermos que no toleran otra (y esto lo digo con total soberanía), mientras da ganas de vomitar leer el periódico Granma o las noticias de Prensa Latina, un hombre agoniza en la isla de Cuba por el delito de ambicionar una patria libre. No estoy restándole importancia a todas las noticias anteriores. Por supuesto que no. Solo estoy diciendo que me hubiera gustado, y nos hubiera gustado a muchos cubanos y otros que no lo son pero igualmente amantes de la libertad y la integridad que el nombre de Orlando Zapata Tamayo apareciera en algún lugar de las portadas, de las ediciones del día, de la voz de los gobiernos, el nombre de Orlando Zapata Tamayo y de otros tantos, que son el símbolo de la lucha contra una de las tiranías mas repulsivas que aun vegeta en el conteniente. El silencio y la mirada evasiva son los cómplices más efectivos de la ignorancia de la realidad. Mirando las noticias cada mañana, y hoy leyendo uno de los Blogs que sigo, me di cuenta que a pesar de estar al tanto de lo que sucede, hay que decirlo, hay que contarle a la gente lo que piensas, lo que lees, lo que viste, lo que te parece bueno o malo, y contarles sobre lo que cada día nos rompe cuando leemos y escuchamos las noticias de nuestra isla, pues muchos de los que nos siguen en los Blogs, no son cubanos, o no están familiarizados con la situación de Cuba. Por ello me uno a las voces del mundo que piden la Libertad para Orlando Zapata Tamayo, y que dejen a su madre abrazar a su hijo, VIVO. Les recomiendo la entrada de hoy en el Blog de Aguaya: http://desarraigos.blogspot.com/




lunes, 15 de febrero de 2010

La otra (IV)

Para Dag, por qué “La otra”

El 27 de febrero del 2002 estuvimos juntas por última vez. Durante todo el día me ayudó con los preparativos de bolsas y maletas, cuidó del niño mientras organizábamos la ropa del viaje, recibíamos visitas cortas y largas, despedidas silenciosas y afligidas y deseos de regocijos y suertes. Me planchó (por última vez) la camisa negra que había comprado unos meses atrás en el arrebato de vestir de manga larga para el avión y el frío de Madrid, y que después de 8 años (y casi 20 libras) conserva al menos su disposición para el recuerdo. Caminó conmigo por toda la casa, prevenida y alerta ante cada necesidad de mi entidad suspendida y le dijo a todo el que pudo que por fin habían llegado mis papeles, que yo iba primero y ella después. Me preguntó muchas veces mientras me veía agitada de un lugar a otro como sombra huérfana de reflejo, si tenía todo listo repitiéndome una y otra vez “procura que al niño no le falte nada para un viaje tan largo”... Para ese viaje largo fui despedazando todas mis más esenciales posesiones, imposibles de sujetar en las manos ni amontonar en los bolsillos. No conseguí siquiera retenerlas por algunos segundos más ni con la titánica contemplación que mis fuerzas me entregaron, aún cuando los desafíos de mis escombros me enviaban señales de impaciencia ante la perspectiva del futuro y la fortuna de los reencuentros. Fue en ese momento donde dijo algunas palabras, se sentó en el sillón de hierro de la terraza, olvidando la total algarada y el descalabro y murmuró algo acerca de la comida. No supe si me abrazó como yo anhelaba o la abracé como anhelaba ella. Allí la dejé sentada. Cuando volví la mirada seguía meciéndose en el sillón, entreviendo a través de los cristales de la terraza la noche que ya se descubría.

En Marzo del 2005, y cuando los arbitrajes de gobiernos y políticos me dejaron regresar a mi país, la volví a ver. Ya no estuvimos juntas. No logró reconocer su tesoro más querido, ni pronunció mi nombre, ni me sostuvo la mirada. Alguna vez me tomó la mano con el gesto dulce y descuidado de la inocencia, de la necesidad de tocar a otro ser humano. Fueron días tristes, los más tristes que recuerdo viviendo entre el mutismo de lo irreconocible y las sonrisas que tanto extrañaba. Y cuando faltaban solo dos meses, el 6 de Enero del 2008, para que esos mismos arbitrajes de gobiernos y políticos me autorizaran mi próxima visita no tuvo fuerzas para esperar. Sonaron los teléfonos, aparecieron familiares y vecinos y se crearon actas certificadas para amortizar su vida de casi un siglo.

Con el frío de la madrugada del 12 de Enero me despertó la congoja de un salto. La encontré sentada en el borde de la cama como era su costumbre, alcanzándome con la caricia de su mano. Traté de reponerme, de repararme como un reloj viejo. Le conté cuanto pesaba la pena, el arranque, negociar con todos mis nervios para incorporarme cada mañana a la pelea, al denuedo diario, sacar el perro, preparar el desayuno, correr de un lado a otro como si el mundo de verdad fuera esta normalidad que nos proponemos. Entonces me extendió su mano y me entregó una vieja fotografía que tantas y tantas veces miramos juntas. La puso en mi mano y me dijo “no te angusties mas, todo lo que yo fui empezó aquí, y tú me darás la alegría del regreso haciendo lo que siempre has querido, cuéntame lo que yo he sido tomada de tu mano, yo no me iré sino es contigo”. Con el frío de la madrugada del 12 de Enero del 2008 comenzó a acompañarme en la búsqueda de una historia que no tengo, que le arrebato a las recordaciones de los pocos que quedan y a la impotencia de la incomunicación y la miseria. Pero eso no nos inquieta, ella me ayuda a inventarla, a recorrerla con pasos danzantes, a trazar recuerdos que vivimos y otros que nos ingeniamos. Ella es esa otra que me dicta memorias para que las convierta en presencias y para que le teja la historia de una vida de casi un siglo, todo lo que le faltó y necesita tener para llevarse consigo. Desperté con la antigua fotografía de África pequeña con ojos curiosos y su hermano Pucho en mi mano, y la miré por primera vez con los ojos de ella.

…cuando se bajó del carro y se vio frente a la casona otra vez, se le doblaron las piernas…

miércoles, 10 de febrero de 2010

¿Dudas? ¿Respuestas?

Ayer fue un día extraño. Un día de esos que sientes que no tienes suficientes fuerzas, alas, o razones. Da igual. Siempre los hijos. Esa preocupación que se expone diariamente, que instala la duda sobre tus mayores esfuerzos, tus mejores intentos, tus sinceras ganas de que todo sea “por su bien”. Me sentí cargada, tratando de ser como no soy. Se mezclaron muchas cosas. Desde el desinterés por lo que tú crees que debe tener interés para él hasta una mentira acerca de alguna tarea y una mala contesta y su propio deseo de ver el mundo diferente. Pero esto último fue lo que me dejó sin argumentos. ¿Cómo van entender lo que aun a nosotros los adultos nos cuesta enfrentar? Ni un amigo ni un amor son una obligación, ni de su parte ni de la otra. Y es el momento de comenzar a deducirlo, de hacer que esos pequeños (ahora) dolores se alojen sin demasiados rasguños en un sitio de su camino, que le den espacio a todo lo próximo que vendrá. Hacer amigos es difícil, ser amigo y mantenerlo es una etapa de madurez diferente. He tenido que explicarle. He tenido que decirle que quizás todas esas reacciones, todas esas cosas que se dicen sin deseo de herir, son sencillamente lo que ocurre cada día, lo más natural en cualquier ser humano: ya no tienen cosas en común, ya no se disfruta estar juntos. Un niño no sabe reconocerlo, no saber explicarlo. Un adulto no sabe decirlo, no quiere reconocerlo. Un niño siente que le han herido, incomodado, que tiene que devolver la contesta con algo, cualquier cosa. Un adulto sabe que le han lastimado para siempre, y con toda la misma experiencia volverá a suceder sin remedio. Un adulto acude a la Ley, pone números en papeles, descuelga los teléfonos o envía mensajes desesperados. Mi niño se sintió confundido e incluso me dijo “no importa mamá mañana será diferente”. (Y yo con ganas de decirle, no mijo, no, no va ser diferente en la vida)


Sí, fue un día extraño. Tener cuidado con lo que digo no es parte de mi naturaleza. Pero ser cuidadoso con lo que se dice es ser amable, tolerante. Ese otro niño tiene una madre. Esa madre tiene a su hijo y ahora mismo quizás (no tiene por qué ser cierto) estará pensando quien sabe cuántas cosas sobre lo mismo. Y cómo ya sabemos cada cual es dueño de su verdad.

Yo tuve una noche extraña, un barullo de reacciones, a la tarea sin hacer, a la calificación baja, a la mala contesta y a la verdad tirada en la cara sobre lo que un amigo es o no es. ¡Dios mío! Tomé decisiones, puse reglas, y “a partir de ahora”… en fin. A la cama y un beso. Al despedirse de su padre le dijo que su mamá había hablado como un “dictador”. Así es. Y yo creyendo tantas cosas, pesando toda la noche cómo le hago, cómo le digo… (eso de lo del bebé con el librito abajo del brazo no es un cuento. No vienen con el librito). Ellos son nosotros, una extensión de nuestro carácter, de nuestra manera de ver el mundo, son el resultado de un grito y de un abrazo. Nada, que como ya sabemos todas, de esto podemos hablar y hablar sin parar. Pero quería contarles porque como hay que estar al corriente, aquí vengo a hablar y hablar como lora…

lunes, 8 de febrero de 2010

“El matón patriótico”

En esta entrada (Notas) les dejaré algunas notas (cortas), acotaciones u opiniones acerca de algunas noticias, otros blogs, sitios interesantes, algunas propuestas de artículos para leer, lo cual creo es mejor que estar enviando o reenviando correos electrónicos que pueden colmarnos el buzón, el tiempo, y la paciencia. Debí decir: “les dejaré a nuestros lectores" o mejor sería a “los cuatro gatos” que me leen, pero les doy demasiada importancia como para tratarlos así (gracias por estar por aquí conmigo). Por eso, “mis acompañantes del amor y la guerra” de esta forma les comentaré alguna que otra cosita que me parecerá importante le prestemos atención. La primera ya les va. No les digo mucho yo misma, vayan al Nuevo Herald, tengo el link en la etiqueta De Cuba, allí en Noticias, Cuba, Alberto Montaner en pocas e inteligentes palabras nos ha traído una definición que por cercana nos taladra y me trae recuerdos confusos. Les propongo que reflexionemos sobre eso, no nos dejemos engañar, (algunos, por segunda vez) y estemos listos para reconocerlos.

Agua para elefantes de Sara Gruen


Definitivamente recomendamos el libro. En nuestra humilde opinión, es un libro ameno, entretenido, casi todo el tiempo mantiene el deseo de seguir leyendo, de esperar algo más de la historia, a pesar del personaje de Jacob, un poco gris a veces, otras un poco falto de carácter y a veces, sobre todo cuando es ya un viejito, un poco más dinámico y que por supuesto nos llena de ternura. Y repito: en nuestra humilde opinión. Nada de crítica literaria, aguda, científica u objetiva, nuestra humilde opinión es plena de subjetividad, gustos, y puntos de vistas. Como grupo, sobre todo después de tantos años, la mayoría de las veces nuestras opiniones de manera general coinciden, a sabiendas de que la individualidad y singularidad prevalecen y es eso lo que más enriquece nuestras discusiones. Así, coincidimos en que la lectura fue agradable, que indudablemente es un libro bien escrito, con una estructura literaria bien integrada, que denota considerable investigación por parte de la autora (quien, supimos terminó de escribir este libro encerrada en un closet en busca de mas privacidad), y que nos muestra sobre todo, lo que uno necesita de un buen libro, anécdotas, leyendas, historias desconocidas, realidad o ficción pero que te adentren en un mundo nuevo, un festival de personajes diferentes, con características disímiles, que odiamos y amamos, y que son quienes nos dan la mano para llevarnos a ese circo, a ese tren, a esa época. A la mayoría el final les pareció un poco increíble y de solución apurada, pero vaya usted a saber que pretendía la autora, nosotros realmente no nos dimos cuenta, así que asumimos que Jacob lo soñó, que es una metáfora, o una alucinación.

Por otra parte, y no menos importante, les cuento que nuestra reunión estuvo “bien buena”. La responsable de la comida no cocinó, nos trajo unos burritos muy sabrosos y un arroz calentico, pero hacemos constar que fue comprado. Razones: justificadas. Nuestra próxima anfitriona viene al rescate de la práctica y a la revancha, ha dicho “que nadie lleve nada que todo va por mi”, y nosotros tan contentas. Pues este también es nuestro disfrute, saborear el arte culinario de cada una, que siempre es muestra de nuestras tradiciones (aunque hay algunas que no les guste cocinar, siempre puede ser encargado).

No nos faltó la emoción, el minuto hermosísimo de compartirnos, de ser amigas, confidentes, y apoyarnos. Esto sí es un pedazo de nuestra más linda intimidad, pero ya saben, cosas de chicas adultas, de unas perpetuas asombradas que leen libros y se llenan de aires renovados y perdurables.

P.S. Todas las perpetuas desordenadas, a excepción de una, (y la anfitriona por supuesto) llegaron tarde…
Ah y aqui pueden enterarse un poquito mas: http://www.alfaguara.santillana.es/libro/agua-para-elefantes/1225/

jueves, 4 de febrero de 2010

La otra (III)


Era cardenense. Nació en la ciudad en la que por vez primera ondeó la bandera cubana, creada y traída por los independentistas desde el exilio en una expedición al mando del General Narciso López; nació en el pueblo que lució el primer monumento a Cristóbal Colón en toda la América Latina, en la localidad que inauguró la luz eléctrica en la isla, donde se fundó el primer Colegio Médico y el primer Museo de Historia Natural de Cuba. Nació en Cárdenas, ciudad de insignes poetas y músicos, cuna de Virgilio Piñeira, genuino heredero del ímpetu de la isla, en la ciudad donde su bahía como una madre que expone su pecho y cierra sus brazos para dar refugio a su hijo, envuelve el pedazo de mar que acaricia sus líneas en la paz de la siesta.

Han pasado más de setenta años desde aquel desamparado día en que sus pies se desentendieron de su cuerpo y su estómago sufrió esa punzada, delatora de la angustia que la acompañaría para siempre. Hoy, ella podía evocar, a través de la ventanilla del carro, mientras el aire le palpaba el rostro y le revolvía los mechones de la frente con un “ay mi madre, pero que viento, y ¿cómo me voy a peinar después?” , las imágenes de sus días en la vieja ciudad, las calles que recorrió tantas veces desde la Botica del señor Aurelio, hasta la panadería de los asturianos, y la vuelta a la Plaza del Mercado de la mano de las primas, y el domingo temprano en la iglesia, con aquellos tres portones de madera firme y talanqueras de hierro entrelazado que la asustaba y la cruz inmensa al final del oscuro pasillo donde los arcos parecían nubes detenidas. Podía escucharse otra vez pidiendo a su abuela ¿“Por qué no vamos mas tardecito, cuando salga el sol y haya claridad?”. Le temía a ese símbolo de la muerte y le asustaba el silencio vacío que jugaba a hacer eco de sus pasos. Pero hoy, recordaba esos días y sonreía a través de la ventanilla del carro, inquieta, y resignada. Un funeral no es una gala de la familia pero al menos es una ceremonia y un gesto para un digno adiós, un motivo de vuelta, un regreso al hogar.

Recordó como las muchachitas a veces se asomaban al patio mientras ella estaba sentada en su banquito, pero no solían acompañarla. Su tío a veces aparecía. Traía otro banquito de tablas y se fumaba su cigarro y en una mano sostenía una jarra de agua tan grande que parecía que iba a sacarle el jabón a los manteles de lino que estaban en remojo desde la mañana. El comenzaba a hablar, primero contaba triviales anécdotas de la jornada en aquel tramo de ferrocarril que llegaba hasta Bemba y que ahora hacían ajustes para arreglar el otro ramal más largo, y que “ese camino de hierro se lleva por delante el mundo, y el ruido me tiene loco, pero allí es como mi casa y las estacas que usamos ya son más grandes que mis hijos, y no digas ya tú el calor que por estos días es insoportable y eso que a veces ha llovido, cuanto daría yo por trabajar allá donde el tranvía eléctrico cerca del barrio de La Marina”… y mientras hablaba la miraba con el rabillo del ojo a ver si ella prestaba atención, después venían bocanadas de humo, sorbos de agua, tos y salivazos. La cantaleta seguía un buen rato, Pucho se acercaba, se sentaba en el suelo de tierra donde se le humedecían sus pantalones y se ponía a escuchar con la cabeza recostada sobre sus rodillas y se adormecía apaciblemente en tanto venían las mejores historias, esas que ella se sabía ya de memoria pero adoraba, sobre el día que develaron la estatua de Colón frente a la parroquia y una viuda se desmayó de tanta emoción aunque él creía que había sido por otra cosa, el júbilo del barrio cuando inauguraron la segunda barbería más importante de la ciudad, el desfile para la inauguración de la tienda mixta de la gente que vino de Canarias, con música, coches y caballos, y la historia que parecía secreta pero de todos conocida sobre la hija del señor Calvino, bodeguero y fiador connotado, que se escapó con un mulato viejo, mambí y bandolero, en una embarcación pequeña que robaron y nunca más se supo de ellos. Esas historias las conocía, las escuchó muchas tardes en el patio.

Setenta años son demasiados. Las canas no guardan mocedad. Jamás se tiñó el pelo ni lo tuvo largo. Suerte de su cuerpo y su postura, luciendo sus piernas torneadas, sus tobillos amables, su rostro tan suave y colmado de un apego indescriptible por cualquier cosa que veía y tocaba. Cuando se bajó del carro y se vio frente a la casona otra vez, se le doblaron las piernas. Confundía a veces nuestros nombres, liaba los trapos, cucharas y manteles en las gavetas de la cocina, y botaba los papeles importantes, pero la imagen de aquel día era un espejo en su semblante. Ella parada en el umbral de la puerta, la puerta abierta y ella queriendo que se cerrara de un portazo imborrable, Pucho le agarraba su mano y le susurraba “no vayas a llorar”. Sus sentidos no le reconocían, sus párpados golpeaban sus ojitos como el mazo en el mortero cuando machacaba las semillas de comino, creía que sus huesos reventarían en cualquier momento, aquella punzada en el estómago, las ganas de vomitar toda la poca comida de los últimos días, de desterrar las palabras y el llanto. Ese minuto interminable era más de un dolor, eran dos dolores, eran miles juntos. Si hubiera levantado la vista no se habría movido. Su abuela, apoyada en el sillón, parecía lo que un manojo mustio de rosas tiradas en un charco. Si hubiera levantado su mirada, habría visto esos lagrimones rosados en su rostro oscuro y eso le habría sacado la rabia y hubiera llorado con una perreta de las grandes como si fuera una niña pequeña y no la muchacha de complexión robusta que todos veían. Agarró la mano de Pucho tan valerosamente como pudo, abrió la puerta sin hacer ruido, tranquila y soberbia, y le dio la espalda al único mundo que conocía. Esa noche se fueron a La Habana, pero lo irremediable no la rendiría. Después de muchos años hoy cruza “el puente más lindo de Cuba”, con ese nombre que le costaría recordar. Atravesó el puente de Bacunayagua con sus más de 300 metros a cuestas y con sus memorias aflorando. Pero hoy tampoco, como hace setenta años, lo irremediable la rendiría.

Aunque estoy a punto de renacer,
no lo proclamaré a los cuatro vientos
ni me sentiré un elegido:

sólo me tocó en suerte,

y lo acepto porque no está en mi mano

negarme, y sería por otra parte una descortesía

que un hombre distinguido jamás haría.

Se me ha anunciado que mañana,

a las siete y seis minutos de la tarde,

me convertiré en una isla,

isla como suelen ser las islas.

Mis piernas se irán haciendo tierra y mar,

y poco a poco, igual que un andante chopiniano,

empezarán a salirme árboles en los brazos,

rosas en los ojos y arena en el pecho.

En la boca las palabras morirán

para que el viento a su deseo pueda ulular.

Después, tendido como suelen hacer las islas,
miraré fijamente al horizonte,
veré salir el sol. la luna,

y lejos ya de la inquietud,

diré muy bajito:
¿así que era verdad?

“Isla”, 1979 Virgilio Piñeira

lunes, 1 de febrero de 2010

Mis fotografías de la Habana

Para Lilia.
Las fotografías son lo que tus ojos revelan. No importa qué edificios y colores asomen, qué emoción tenga el rostro de la gente, o cuán espectacular sea el panorama. Ante tus ojos surge lo que tu realidad y tu vivencia cargan. El entorno, el contexto, la vibración eres tú. Mis fotos de la Habana me granizan. Me devuelven por un rato la alegría y por prolongado el desconsuelo. A veces siento que estoy allí. Mis fotos de la Habana no son artísticas ni serán de galardones. Mis fotos de la Habana son mis ojos en cada visita a la nostalgia, a la tremenda estancia en la ciudad donde el tiempo se adormeció sobre su Malecón infinito, sobre las piedras que guardan la memoria del famoso Antonelli ingeniero de La Corona y padre del Morro y su faro avizor, sobre los ladrillos marcados con la piel de los negros en la vieja Catedral de San Cristóbal tantas veces incendiada, saqueada y reconstruida. Las fotos asumen el tiempo convertido en un descomunal letargo. Un espontáneo reflejo de pasos apurados, cuesta abajo en La Rampa cuando tu corazón se zarandea mientras el mar se avecina, en la Plaza donde Martí recuenta la leyenda con silencio de sepulcro, en las estatuas de los hombres valerosos que miran y no miran al mar, en mi calle, en la tuya, y allí donde ni siquiera aun se ha levantado un techo para alguna familia, el tiempo se convirtió en laguna, en memoria difunta, en resuello extinguido. Y cuando miro las fotos que logro hacer de La Habana en cada visita a la nostalgia eso veo. Y me recuerdo recorriendo el Morro y La Cabaña y tapándome los oídos para que el resonar de los cañones a la 9 de la noche no me deje aturdida. Y me recuerdo andando sobre los adoquines de la Plaza de la Catedral sin atreverme a dar un paso adentro de la iglesia pero cimbrada ante la majestuosidad de su belleza, echando un vistazo a mínimos recuerdos y comprando tonterías en las mesas de artesanos y pintores. Y siento mis pasos apurados bajando La Rampa, llena de alegrías y sueños para el futuro, con las amigas y los helados y el cargamento de libros, esperando que nos sobre un poco de  tiempo para sentarnos un rato en el muro del Malecón. Y noto mi presencia, en la Plaza de La Revolución bajo la soberbia de un Martí gigante, gritando arrebatada los “Vivas” al futuro que me ofrecieron los mayores embusteros de la patraña que nos llenó corazón y espacio, y vibro emocionada, enlazada en la cabalgadura del Generalísimo, en mi aula del Pedagógico mientras la profe Fátima, mujer de las guerras desoladas, nos hace irremediablemente cargar al machete con los mortales cuyas memorias también han sido saqueadas. Yo soy las fotografías que tomo. Y soy la retentiva, la invocación, el color, y el gris azulado del mar y soy el muro descascarado y soy la calle hendida y el edificio quejumbroso con sus sábanas suspendidas y goteantes. Soy un punto más en ese tropel que no sabe si bajar o subir las escaleras del Capitolio, atributo que no recordamos ya lo que representa después de tantas invenciones. Mis fotografías no son de concurso, no tienen la luz adecuada o la velocidad de obturación no fue la correcta, o quién sabe cuántas de esas cosas técnicas no expresan. Pero están ahí, las he tomado yo, durante los mismos días que volamos felices a vivir con la familia, durante las mismas jornadas que toleramos las embestidas de los malos servicios, la falta de artículos necesarios, y nos llenamos los pulmones de olores inquietates provenientes de lo que aún alguien denomina carros o medios de transporte, los mismos días que advertimos a la gente caminar cansada, agotada de buscar y no encontrar, de vivir sin vivir, esos que también pretendemos olvidar todo y nos reímos a carcajadas cuando aquellos a los que extrañamos durante todo el año nos cuentan el último chiste callejero, caricaturesco y ridículo cuento sobre sus realidades habaneras.