lunes, 30 de abril de 2012

...en un abril cualquiera...

Abril siempre fue aquello de “acuérdate de abril recuerda la limpia palidez de sus mañanas no sea que el invierno vuelva y el frio te desgarre el alma”…y el cumpleaños de Luisa, mi amiga. Nos conocimos de vista primero, pasando de un lado a otro por pasillos ocupados por armonías y acordes, vocalizaciones y coros, escaleras atestadas de muchachos fluyendo de un piso a otro, yendo de un salón de ensayo a un aula de clases.
Quizás coincidimos en el comedor, en la cafetería, quizás en el silencio atronador de las viejas cúpulas abandonadas o esperando la guagua de las tardes. Pasados unos años comenzamos a trabajar juntas y aunque era un poco mayor que yo, y ya era madre de una bellas gemelas, nos hicimos muy amigas. Compartíamos una oficina y además de rehacer horarios, arreglar programas, preparar pruebas de ingreso y sumirnos en montañas de papeles, conversábamos mucho. De los sueños, del pasado, los hijos, lo próximo. Yo era joven y arrogante, soberbia y soñadora. Ella era calmada y contenida, sabia y romántica. Yo veía el futuro atiborrado, mil cosas por hacer. Ella fluctuaba comedida, poco que esperar. Yo quería hacerlo todo y ahora. Ella no sobrellevaba tanto a la vez. Algunos días la extrañaba en mi ajetreo. Se quedaba en cama, aquietándose. Abril siempre fue aquello de “acuérdate de mí cuando el otoño le dé paso a la primavera; acuérdate de mí si el pensamiento te libra del amor que te sujeta”…pero también era el cumples de Luisa. Alta, delgada, con un pelo muy negro y siempre con algún tono rojo en merodeo. Dulce, de modales dóciles y carácter galante. Recuerdo su rostro confuso ante mis disposiciones apremiantes, mis intempestivos consejos, ensartadas opiniones o desatinados embrollos. Aquel rostro que también amó para siempre a su primer amor y donde emergieron pequeñas heridas mientras cuidaba a su madre que murió joven de cáncer. Pegábamos la hebra con la vida, las frustraciones, los gustos, las maromas. Nos reíamos hasta llorar y bromeábamos con todo, les instalábamos motes a los profesores, imitábamos a los alumnos, leíamos poemas, tomábamos café y fumábamos como locas. Con Luisa y las otras anduve los mejores años de mi vida profesional. Compartimos los peores años de una sobrevivencia injusta. Los últimos antes de dejar la isla. Abril siempre fue el “acuérdate de mí, no me abandones tan solo, que este abril me desespera; no olvides que el amor vuela de noche y anida en otro abril cualquiera”… y también y para siempre el cumpleaños de Luisa, mi amiga. Yo sé que no tenía que decirlo, pero por si acaso te asomas al balcón o sales en busca de alguna partitura.

lunes, 16 de abril de 2012

Domingo

Temí abrir los ojos y no verte. Y por eso no abrí los ojos aunque ya escuchaba al perro cascabelear y los camiones en la calle recogiendo la basura.  No quería abrir los ojos y ser grande y tener que acomodar un desayuno o coleccionar ropas por toda la casa  para emplazar la lavadora. No abrí los ojos a pesar del reloj protestando, la ventana apartada y el sol incomodándome en la cara. Suerte que tuvimos tiempo de abrazarnos y alcancé a curiosear tu delantal y oler tus manos y ver de cerca tu verruga y escucharte decir vamos mija vamos que se hace tarde…antes de sentir una lengua pegajosa frotándome el pie, las teclas de la laptop y el tiki tiki del juego y una voz generosa ¿cafecito?

miércoles, 11 de abril de 2012

Pedazos

Para Dag.
Se rompió como un cristal, en cientos de pedazos, mientras todos se cubrían los oídos para evitar escuchar el estallar consumido del desplome. Sencillamente se quebró, chispeando las lozas con el mismo sonido con que se despedazan todas las cosas que para siempre quedan fragmentadas, grabadas con pulcras líneas amarillentas cuando se logra juntar todos los pedazos diseminados por doquier. Me hizo recordar aquel día que andaba yo lloriqueando cuando una amiga contó delante de otros que yo tomaba un biberón en las mañanas. Me sentí traicionada y expuesta. Exhibía algo íntimo, un secreto arrinconado. Lo del biberón era cierto, pero eran cosas de mami, me lo daba dormida antes de irme a la escuela para hacerme tomar la leche que yo no quería. Me dolía el uso de algo tan personal para dejarme mal parada delante de los otros niños. Un amigo no hace eso, a los nueve años eso pensaba. "Si el búcaro de cristal se rompe, decía mami, lo pegamos otra vez pero nunca será el mismo, siempre estará marcado entre todas las piezas que logramos pegar. Así pasa con la amistad"
Se rompió con un sonido exangüe y cuajado. Mezcla de pasión y desacierto. La época de los uniformes en los recreos se va y se van tantas otras cosas. Madurar te hace feliz, y al paso que sea, te rompe el alma, te alerta, te descubre. ¿Cuántas frases dijo que hirieron a alguien? ¿O cuántas ni siquiera dijo? ¿Cuántas veces asumió la posición más arrogante tratando de demostrar quién sabe qué? ¿Cuántas veces no escuchó? ¿Cuántas veces se ausentó y cuántas otras regresó aceptando nada? ¿Por cuánto tiempo creyó correcta y ulterior su palabra, su actitud, y equivocada la de otros?
Pero todo cambia. No los errores, que esos los seguimos acumulando en bolsas más pequeñas y menos pesadas. Uno cambia. Solo no cambian los amores. Esa palabra vasta, cursi y agitada, que pertenece a cada historia nuestra, a la raíz, a la semilla, a los días más aventureros, a la casa y al monte de la infancia, a los brazos amigos que se agrandaron sin improvisaciones o se marcharon sin vuelta de hoja. Cuando estuvo del otro lado de tanta perspectiva empalmó palabras y se dejó empujar. El más enigmático empuje. Hay cosas que no cambian. Y había que vivirlas a pesar de que luego hubiera que juntar trozos de cristales exponiendo sin remedio finas líneas amarillas. A pesar quizás, de no volver a encontrar algún pedazo.