miércoles, 27 de abril de 2011

…Y me quedaré por siempre…

Y todavía soy capaz de sorprenderme ante cada nuevo evento. Durante esta semana se ha podido leer de varias fuentes, sobre todo de la prensa cubana, la referencia a la restauración del Cristo de La Habana. Lo digo y me perdura un recóndito sabor a muesca. Se describe la escultura como el “símbolo de la Habana”, como “la imagen que preside la entrada a la Bahía”, “el monumento de Jesús que bendice la ciudad” y otros tantos calificativos que para la mayoría de nosotros, los nacidos con la “Revolución cubana”, educados e instruidos en sus “cátedras ejemplares” hasta los finales de los 90, no es más que otro ejemplo de la retorcida patraña que nos han hecho vivir.
La primera vez que escuché la leyenda del Cristo de la Habana fue durante los años de estudiante universitaria de Historia. Y nos lo detalló una maestra, fuera de clase, a la sombra de los parques. Quisimos organizarnos para una expedición hasta el pueblo de Casablanca, allá en el municipio de Regla, pero también nos advirtieron que por allí no dejaban pasar, que era zona militar, acceso prohibido. Así que solo decidimos hacer uno de nuestros viajes de rutina a la Habana Vieja, a la plaza de Armas, a la Bahía. Aun así, no distinguías el Cristo. Un viejo pescador, mientras daba una ojeada a todos lados, nos señaló con su brazo hacia el lugar donde debía estar y en el que haciendo mucho esfuerzo podías ver algo blanco que de alguna manera asomaba entre puros arbustos frondosos, vegetación que siempre dominó toda la colina de la Cabaña y los alrededores del Cristo, a exprofeso..

Vi el Cristo de la Habana, claramente hermoso, por primera vez en el año 2005. Quizás, antes (estuve leyendo que sobre los finales de los años 90, principios de los 2000) ya emergió su imagen de entre tanta foresta, sacándolo del enclaustramiento que le dispusieron por más de 40 años. La inexacta “libertad religiosa” revelada durante los años 90 y la afluencia del turismo revocaron de a poco este arbitraje, incluso en la Semana Santa de 1996 se realizó un viacrucis y un acto de desagravio por unos jóvenes católicos habaneros.
Por eso me pregunto ¿Cómo se han olvidado? ¿Como de pronto tenemos un nuevo símbolo de la ciudad? ¿No es que los símbolos de nuestra Habana eran El Morro?, ¿El Castillo de la Fuerza? ¿La Giraldilla? ¿La Catedral? No recuerdo que nos hayan hablado nunca sobre ese monumento ni en la escuela, ni el barrio, ni en las mismísimas clases de Historia de Cuba. Nada. Y ya sabemos por qué. Porque no podía existir más que un “General Mortal” protagonizando la única, la magnífica e insuperable “entrada de Cristo en la Habana”*.
Pero igual, aunque la redención de nuestro Cristo habanero no sea en una Cuba libre de manejos y sacudidas, libre de historias retorcidas y contracciones de nuestra autenticidad, estoy feliz y orgullosa. Nuestra bahía puede ostentar su monumental guardián, orgullo de una rica cultura. Nuestra ciudad puede ofrecer una obra auténtica y viva, la mayor escultura del mundo en mármol blanco de Carrara hecha por una mujer. Y más importante que todo, nuestra ciudad ahora esconde cada vez menos sus raíces, sus tradiciones, su realidad histórica.

El Cristo de la Habana

Grandiosa escultura que simboliza a Jesús de Nazaret, obra de la escultora cubana Jilma Madera (1915-2000). La imagen tiene unos 20 metros de altura y descansa sobre una base de 3 metros (cuentan que la autora sepultó en ella varios objetos de la época). Pesa aproximadamente unas 320 toneladas. La estatua fue hecha de mármol de Carrara, el mismo que se utilizó en los monumentos del Cementerio de Colón de La Habana. El Cristo de la Habana no tiene sus brazos abiertos como los de la montaña de Corcovado, en Río de Janeiro; de Lubango, en Angola; o Lisboa, Portugal. Esta esfinge recibe al visitante con la fuerza de la mirada, y con la mano en el corazón. A esta obra se le dejaron los ojos vacíos para que diera la impresión de mirar a todos desde cualquier lugar que fuese observado. Si tomamos en consideración la explanada sobre la colina donde está situada, su altura se eleva a unos 50 metros sobre el nivel del mar, lo que posibilita ver el Cristo de La Habana desde diferentes puntos de la ciudad.

Se emplazó en la colina de La Cabaña el 24 de diciembre de 1958. Quince días después de su inauguración, el 8 de enero de 1959, Fidel Castro y los “barbudos” entraron en La Habana terminando con el gobierno de Batista y prometiendo el gobierno “del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” que jamás sería avasallado (en esa arenga se le olvidó señalar que  la frase era de Abraham Lincoln en su discurso de Gettysburg). Cuenta la leyenda que el día que los “revolucionarios” entraron en la Habana la imagen de Cristo fue alcanzada por un rayo que destruyó su cabeza, y fue reparada posteriormente. Relatan también que la propia creadora el día de la inauguración expresó: "Lo hice para que lo recuerden, no para que lo adoren: es mármol". ¿Habría tenido algún presentimiento?

Poema “Cristo De La Habana”
De Juana Rosa Pita (Habana 1939- actualmente vive en Washington)

Gozo es la poesía compartida
y el unísono, música:
melodía de cuello largo
que expande el corazón.

Mira el Cristo, dijimos a la vez
dejando atrás la terminal de barcos,
el café de helados frutales,
la plaza de leones franciscanos.

Será que Él nos miró, presiente,
irrumpir en su lar de resistencia
riendo como niños, enlazados
cuando la lluvia al fin nos diera alcance.

Convócalo por mí a tu ventanal,
dale cuenta de nuestros lanzamientos:
la rosa al mar, la extraña flor al río,
nosotros a cumplir proyectos de alma.

*En referencia a “La entrada de Cristo en la Habana” de Severo Sarduy (Camagüey 1937-Paris 1993).
Las fotografias las tome yo. (Pero no se hacer eso de poner mi nombre o el de mi Blog sobre ellas.)

sábado, 23 de abril de 2011

En vano.




La tempestad me aguarda
la fatiga se hace una clemencia larga. Te repongo
grafías
lasitudes y lo que fue ser feliz sin saberlo.

El viento sacude el norte el sur tu voz
tus auxilios quedaron sobre el cristal húmedo
las olas ensordecedoras
las huellas del odio y el vacío
El mar escogió acuchillar mis dobleces
la existencia de nadie
la muerte de un frágil papel embotellado
donde no rebotarán tus malditas palabras tu boca tu vientre.

miércoles, 20 de abril de 2011

La Cuba mia que no conoci.Final

Esta es la ultima parte de la miseria que hemos ido mostrando.
No tengo mucho mas que decir.
Pero despues de haber visto esto, me pregunto como puedo recibir comnetarios como estos:

Wundemar dijo...
¡Viva Cuba socialista por siempre! ¡Arriba la sociedad más humanista de la Tierra! Si yo volviera a nacer, me gustaría hacerlo en la Patria de Martí.
Ya ven, a otros los engañarán, pero a mí los blogueros manipuladores y proimperialistas no me enredan.
¡Que viva Fidel muchos años más, le pese a quien le pese! ¡Viva el pueblo cubano soberano e independiente! Por fortuna, Batista ya hace mucho que desapareció; y los nostálgicos de su régimen títere y criminal no podrán resucitarlo.
19 de abril de 2011 16:22
 
Creo que todos tenemos el derecho de opinar diferente, no? Pero aun viendo estas imagenes, !cuan diferente!.

jueves, 14 de abril de 2011

La Cuba mia que no conoci. II Parte

La triste realidad del cubano de a pie.
III y IV Partes.
.


martes, 12 de abril de 2011

La Cuba mía que no conocí.

(1ra. Parte)
 Leana Astorga es una periodista de origen nicaragüense (ex concursante de Nuestra Belleza Latina en el 2008) que trabaja para el equipo “Noticias 41” y “7 Días” de América TeVe en West Palm Beach, Estados Unidos, según he leído. No la conozco de ningún lugar, no tengo criterios de su trabajo, de su profesionalismo ni de su proyección personal. Parece ser fresca, dinámica y controversial. Pero no es de ella quien me interesa hablar, aunque si agradezco de cualquier forma que ella o su empresa hayan dedicados estos días y empeños, que más abajo les dejo: “La triste realidad del cubano de a pie” y así exponer una parte, la que menos se muestra, de la realidad aterradora en nuestra isla, el día a día de una madre cubana, de una mujer trabajadora, de hombres sin ánimos y sin criterios, de un pueblo que trabaja, en la mayoría de los casos se doblega, y recibe a cambio miseria, desventura, e indigencia. No amarillismo, sino crudeza. Todo esto en una isla del Caribe que a decir de sus gobernantes malhechores y despreciables es el paradigma de autonomía, libertad e igualdad en un mundo corrompido e injusto, en un mundo donde el pueblo de Haití y en la mayor parte del continente africano se sufre. Juzguen ustedes mismos. No los abrumaré demasiado hoy. Son 5 partes, 7 días.
Espero que un día en mi Patria, el trabajo del hombre sea remunerado y el respeto a las libertades y derechos más sagrados sea respetado.




jueves, 7 de abril de 2011

La mata de rosas de Chari

El año pasado plantamos rosas. No les dio tiempo a levantarse cuando el invierno y las corrientes las dejaron sequitas. Hace unas semanas percibí que intentaban volver. Y como visito el Blog de   Pepe del Montgó y siempre sus fotografías de rosas son tan bellas y sabe tanto sobre cada una de ellas que un día le comenté que cuando mis rosales florecieran dejaría unas fotos, ya que me cuesta tanto que se me den las plantas, no tengo buenas manos ni les traslado la energía que necesitan. Estoy feliz con los rosalitos, quedan en el sitio perfecto para disfrutar del patio con este clima. Ahí les dejo las fotos para ver si el señor Pp nos visita y nos dice que tipo de rosas son pues yo no lo sé.

Pero cada suceso en la vida nos devela otro. Un a historia, una memoria dobladita en la almohada, un recuerdo de familia, unas brisas atizadas. En nuestra casa de la calle 15 las mujeres amaban los jardines. Dentro y fuera de la casa había plantas por doquier. En la terraza cerrada de ventanales claros, territorio de concurridas tertulias, donde veíamos la tele olía a bosque. La costumbre de sembrar era parte de la vida desde que clareaba con la fragancia del café. La magia también la tenían los recipientes donde a ellas se les ocurría plantar. Las vasijas podían ser desde una maceta regular de barro o cerámica, una palangana vieja carcomida, o la tambora de la antigua lavadora Bendix, la gaveta de metal de una añeja cocina eléctrica, cubos plásticos, hasta pequeños jarritos de cocina. En el minúsculo jardín delantero había algunos mantos azules, crotos marrones y naranjas, una increíble mata y siempre viva Flor de Pascua, y marpacíficos rojos aglutinados a la cerca que daba a la acera, luego unas pequeñitas plantas de color verde sin flores por los laterales y cintas, y unos helechos pegados hacia la pared de la terraza debajo del alero. Y en el medio del jardincito una mata de rosas, imagino que muy común, de flores menuditas y de un color rosado pálido. La matica era una lucha para mi abuela, daba botones abiertos que se deshojaban con facilidad y las ramas eran enclenques con pocas hojas y tallos descoloridos. Pero ellas se esforzaban mucho, en medio de la escasez y la necesidad, para regar el jardín los “días que tocaba agua” con unas mangueras improvisadas y requetereparadas, y escaldaban y deshijaban y se intercambiaban algunas variedades de “hijitos” entre las vecinas. El patio trasero tenia amplia variedad de macetas y plantas y estaba presidido por nuestro estoico árbol de naranja agria.
Desde que tenía alrededor de doce años una amiguita del barrio me regaló una perrita “sata”, unión de su perra pequinés y algún callejero desconocido. A esa edad y por tantos motivos más la “Chari” se convirtió en mi más preciosa compañía, y así la quisimos en casa, como una niña más de la familia hasta que alrededor de doce años más tarde murió tranquilamente una tarde en que mi abuela no me dio aviso. Cuando llegué ya la habían enterrado. Mami llamó al negrito “Pello” y le pidió el favor de remover el rosal del jardín con mucho esmero e instrucciones místicas, enterrar a Chari con el rito y dolor que merecía, y replantar el rosal encima. Así me lo dijo al otro día recogiéndome con sus brazos leales y penando mas por mi “Ahí la enterramos para que siempre este cerquita”.
Un vecino le dijo que “la mata de rosa ahora sí que se muere” y cuando ella lo caviló ya era tarde. Para fascinación de todos en pocos meses el rosal progresó como nunca, las pequeñísimas florecitas rosadas aumentaron su tamaño y avivaron su colores, los tallos engordaron y verdearon, las hojitas retoñaron y la mata se convirtió en un rosal verde y tupido, lleno de botones y flores que después de tantos años aun permanece y que desde entonces en nuestra casa de la calle 15 se le conoció como “la mata de rosa de Chari”.

domingo, 3 de abril de 2011

La otra. (XV)


Francisco Zúñiga “Maternidad”

Su siguiente parto fue una secuencia rápida de planos contiguos. Una toma a cámara fija como solía ser su vida y sus andares. Nada era retorcido, no le recorrían trucos y no había sonidos que improvisarse. Se encaramó encima de la mesa que tantas veces destinaron las mujeres de la familia para estos términos, se empinó sin ayuda ni embrollos, colocó toallas y paños, dio las órdenes necesarias para entibiar el agua y poner a la candela los tilos que dominan el cansancio. África presagiaba que este paritorio duraría menos, sentía que algo punzante y despepitado estaba a punto de saltársele. Paquito salió desencajando sus piernitas flacas y soltando el resuello en busca de la comadrona Guillermina quien mandó de vuelta a la mulata Juliana Pita, que era su ayudante y recibidora pues ella se encontraba bien ocupadita atendiendo parto de mellizos. Juliana puso su banquito delante de la mesa y comenzó su ritual indiviso mientras explayaba las piernas de África desprendiendo un grito: “¡Este ya se está saliendo!” No tuvo tiempo de curiosear debajo de la sábana o de agarrar un recipiente, ni siquiera alcanzó a desinfectarse las manos. Una cabeza oscura cubierta de líquidos sanguinolentos y desgarros teñidos se asomó desahogadamente y sin esperar señal alguna, se retortijaba en las manos de la pobre mulata que requirió ayuda para sostenerlo mientras escindía el cordón y hacia labores de higiene a la par que mascullaba una jaculatoria inentendible. El chiquillo, porque fue varón, prorrumpió disparado como flecha, a la recia África solo le supuso un empujón y un gemido no obstante pesar ocho libras, y según el decir flamante de la añeja Caridad “tenía mas pelo que el perro del valenciano farmacéutico”.
Con solo tres horas de parida y sin medicación, agarró a sus dos muchachos, la Gabriela en un grito enloquecido, los bultos, los paños tibios que las primas habían dispuesto, la cantina de tilo verdecito y fresco y a Paquito que brincaba de puro regocijo y repetía toda la lista de encargos. Arrancó para su casita frente al parque mientras Norberto los seguía, arrastrando gozoso y radiante el moisés recién compuesto y combinado de azules que finalizó Cándida mientras acontecía el paritorio.
África nombró el varoncito como el Capitán. Así salía temprano del asunto de los nombres, complacía al veterano luchador y consentía al sensible de Norberto que, como con el primer embarazo, les explicaba a todos que este sí seria varón según todas las cruces de las parteras experimentadas. Cargaba el moisés optimista y en su cabeza imaginaba qué puertas tocaría en busca de un tercer trabajo. 
Antonio Guijarro
Si, se llamó como el Capitán del cual heredaron el apellido y la estirpe de nadie conocida, pero por desgracia nunca le tocó ni los talones. África lo enrolló en su regazo con el mismo apego que le sobraba para todos, y la pequeña le veló y le dedicó sus mejores índoles al hermanito chico, y su padre le reveló el ejemplo del trabajo, la honradez, y la humildad. La vida provee, la gente decide. Y así me contaba ella que había nacido mi padre, de “un solo resbalón que no paró hasta el portón de entrada, se le fue de las manos a la pobre Juliana” así decía… “así apurado como lo ves, resbaladizo y atropellado, sin armonía ni palabras, nunca lloró, las nalgas se las dejaron moradas pero no lloró, se removía como una culebrita haciendo hipados con su nariz…”. Nunca habló mucho sobre estos días. Solo cuando notaba mis miradas remisas, inquietas, de adivinadora de aquella intrínseca trabazón donde a veces me malgastaba. Ella misma socorría, con ojos tiernos y su abrazo de protectora preciosa, cada una de sus idas y vueltas, de sus asomos importunos, de sus sentires anómalos e hirientes. Varias veces y durante muchos años me exhortó a que lo absolviera, a que le contara a mi corazoncito las razones del desmedro: “Entiéndelo mija, es que él nunca maduró, pasó de verde pa’ podri’o”. “Te lo digo yo, mija, yo que lo parí”.