Y todavía soy capaz de sorprenderme ante cada nuevo evento. Durante esta semana se ha podido leer de varias fuentes, sobre todo de la prensa cubana, la referencia a la restauración del Cristo de La Habana. Lo digo y me perdura un recóndito sabor a muesca. Se describe la escultura como el “símbolo de la Habana”, como “la imagen que preside la entrada a la Bahía”, “el monumento de Jesús que bendice la ciudad” y otros tantos calificativos que para la mayoría de nosotros, los nacidos con la “Revolución cubana”, educados e instruidos en sus “cátedras ejemplares” hasta los finales de los 90, no es más que otro ejemplo de la retorcida patraña que nos han hecho vivir.
La primera vez que escuché la leyenda del Cristo de la Habana fue durante los años de estudiante universitaria de Historia. Y nos lo detalló una maestra, fuera de clase, a la sombra de los parques. Quisimos organizarnos para una expedición hasta el pueblo de Casablanca, allá en el municipio de Regla, pero también nos advirtieron que por allí no dejaban pasar, que era zona militar, acceso prohibido. Así que solo decidimos hacer uno de nuestros viajes de rutina a la Habana Vieja, a la plaza de Armas, a la Bahía. Aun así, no distinguías el Cristo. Un viejo pescador, mientras daba una ojeada a todos lados, nos señaló con su brazo hacia el lugar donde debía estar y en el que haciendo mucho esfuerzo podías ver algo blanco que de alguna manera asomaba entre puros arbustos frondosos, vegetación que siempre dominó toda la colina de la Cabaña y los alrededores del Cristo, a exprofeso..
Vi el Cristo de la Habana, claramente hermoso, por primera vez en el año 2005. Quizás, antes (estuve leyendo que sobre los finales de los años 90, principios de los 2000) ya emergió su imagen de entre tanta foresta, sacándolo del enclaustramiento que le dispusieron por más de 40 años. La inexacta “libertad religiosa” revelada durante los años 90 y la afluencia del turismo revocaron de a poco este arbitraje, incluso en la Semana Santa de 1996 se realizó un viacrucis y un acto de desagravio por unos jóvenes católicos habaneros.
Por eso me pregunto ¿Cómo se han olvidado? ¿Como de pronto tenemos un nuevo símbolo de la ciudad? ¿No es que los símbolos de nuestra Habana eran El Morro?, ¿El Castillo de la Fuerza? ¿La Giraldilla? ¿La Catedral? No recuerdo que nos hayan hablado nunca sobre ese monumento ni en la escuela, ni el barrio, ni en las mismísimas clases de Historia de Cuba. Nada. Y ya sabemos por qué. Porque no podía existir más que un “General Mortal” protagonizando la única, la magnífica e insuperable “entrada de Cristo en la Habana”*.
Pero igual, aunque la redención de nuestro Cristo habanero no sea en una Cuba libre de manejos y sacudidas, libre de historias retorcidas y contracciones de nuestra autenticidad, estoy feliz y orgullosa. Nuestra bahía puede ostentar su monumental guardián, orgullo de una rica cultura. Nuestra ciudad puede ofrecer una obra auténtica y viva, la mayor escultura del mundo en mármol blanco de Carrara hecha por una mujer. Y más importante que todo, nuestra ciudad ahora esconde cada vez menos sus raíces, sus tradiciones, su realidad histórica.
El Cristo de la Habana
Grandiosa escultura que simboliza a Jesús de Nazaret, obra de la escultora cubana Jilma Madera (1915-2000). La imagen tiene unos 20 metros de altura y descansa sobre una base de 3 metros (cuentan que la autora sepultó en ella varios objetos de la época). Pesa aproximadamente unas 320 toneladas. La estatua fue hecha de mármol de Carrara, el mismo que se utilizó en los monumentos del Cementerio de Colón de La Habana. El Cristo de la Habana no tiene sus brazos abiertos como los de la montaña de Corcovado, en Río de Janeiro; de Lubango, en Angola; o Lisboa, Portugal. Esta esfinge recibe al visitante con la fuerza de la mirada, y con la mano en el corazón. A esta obra se le dejaron los ojos vacíos para que diera la impresión de mirar a todos desde cualquier lugar que fuese observado. Si tomamos en consideración la explanada sobre la colina donde está situada, su altura se eleva a unos 50 metros sobre el nivel del mar, lo que posibilita ver el Cristo de La Habana desde diferentes puntos de la ciudad.
Se emplazó en la colina de La Cabaña el 24 de diciembre de 1958. Quince días después de su inauguración, el 8 de enero de 1959, Fidel Castro y los “barbudos” entraron en La Habana terminando con el gobierno de Batista y prometiendo el gobierno “del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” que jamás sería avasallado (en esa arenga se le olvidó señalar que la frase era de Abraham Lincoln en su discurso de Gettysburg). Cuenta la leyenda que el día que los “revolucionarios” entraron en la Habana la imagen de Cristo fue alcanzada por un rayo que destruyó su cabeza, y fue reparada posteriormente. Relatan también que la propia creadora el día de la inauguración expresó: "Lo hice para que lo recuerden, no para que lo adoren: es mármol". ¿Habría tenido algún presentimiento?
Poema “Cristo De La Habana”
De Juana Rosa Pita (Habana 1939- actualmente vive en Washington)
Gozo es la poesía compartida
y el unísono, música:
melodía de cuello largo
que expande el corazón.
Mira el Cristo, dijimos a la vez
dejando atrás la terminal de barcos,
el café de helados frutales,
la plaza de leones franciscanos.
Será que Él nos miró, presiente,
irrumpir en su lar de resistencia
riendo como niños, enlazados
cuando la lluvia al fin nos diera alcance.
Convócalo por mí a tu ventanal,
dale cuenta de nuestros lanzamientos:
la rosa al mar, la extraña flor al río,
nosotros a cumplir proyectos de alma.
*En referencia a “La entrada de Cristo en la Habana” de Severo Sarduy (Camagüey 1937-Paris 1993).
Las fotografias las tome yo. (Pero no se hacer eso de poner mi nombre o el de mi Blog sobre ellas.)
Las fotografias las tome yo. (Pero no se hacer eso de poner mi nombre o el de mi Blog sobre ellas.)