lunes, 15 de febrero de 2010

La otra (IV)

Para Dag, por qué “La otra”

El 27 de febrero del 2002 estuvimos juntas por última vez. Durante todo el día me ayudó con los preparativos de bolsas y maletas, cuidó del niño mientras organizábamos la ropa del viaje, recibíamos visitas cortas y largas, despedidas silenciosas y afligidas y deseos de regocijos y suertes. Me planchó (por última vez) la camisa negra que había comprado unos meses atrás en el arrebato de vestir de manga larga para el avión y el frío de Madrid, y que después de 8 años (y casi 20 libras) conserva al menos su disposición para el recuerdo. Caminó conmigo por toda la casa, prevenida y alerta ante cada necesidad de mi entidad suspendida y le dijo a todo el que pudo que por fin habían llegado mis papeles, que yo iba primero y ella después. Me preguntó muchas veces mientras me veía agitada de un lugar a otro como sombra huérfana de reflejo, si tenía todo listo repitiéndome una y otra vez “procura que al niño no le falte nada para un viaje tan largo”... Para ese viaje largo fui despedazando todas mis más esenciales posesiones, imposibles de sujetar en las manos ni amontonar en los bolsillos. No conseguí siquiera retenerlas por algunos segundos más ni con la titánica contemplación que mis fuerzas me entregaron, aún cuando los desafíos de mis escombros me enviaban señales de impaciencia ante la perspectiva del futuro y la fortuna de los reencuentros. Fue en ese momento donde dijo algunas palabras, se sentó en el sillón de hierro de la terraza, olvidando la total algarada y el descalabro y murmuró algo acerca de la comida. No supe si me abrazó como yo anhelaba o la abracé como anhelaba ella. Allí la dejé sentada. Cuando volví la mirada seguía meciéndose en el sillón, entreviendo a través de los cristales de la terraza la noche que ya se descubría.

En Marzo del 2005, y cuando los arbitrajes de gobiernos y políticos me dejaron regresar a mi país, la volví a ver. Ya no estuvimos juntas. No logró reconocer su tesoro más querido, ni pronunció mi nombre, ni me sostuvo la mirada. Alguna vez me tomó la mano con el gesto dulce y descuidado de la inocencia, de la necesidad de tocar a otro ser humano. Fueron días tristes, los más tristes que recuerdo viviendo entre el mutismo de lo irreconocible y las sonrisas que tanto extrañaba. Y cuando faltaban solo dos meses, el 6 de Enero del 2008, para que esos mismos arbitrajes de gobiernos y políticos me autorizaran mi próxima visita no tuvo fuerzas para esperar. Sonaron los teléfonos, aparecieron familiares y vecinos y se crearon actas certificadas para amortizar su vida de casi un siglo.

Con el frío de la madrugada del 12 de Enero me despertó la congoja de un salto. La encontré sentada en el borde de la cama como era su costumbre, alcanzándome con la caricia de su mano. Traté de reponerme, de repararme como un reloj viejo. Le conté cuanto pesaba la pena, el arranque, negociar con todos mis nervios para incorporarme cada mañana a la pelea, al denuedo diario, sacar el perro, preparar el desayuno, correr de un lado a otro como si el mundo de verdad fuera esta normalidad que nos proponemos. Entonces me extendió su mano y me entregó una vieja fotografía que tantas y tantas veces miramos juntas. La puso en mi mano y me dijo “no te angusties mas, todo lo que yo fui empezó aquí, y tú me darás la alegría del regreso haciendo lo que siempre has querido, cuéntame lo que yo he sido tomada de tu mano, yo no me iré sino es contigo”. Con el frío de la madrugada del 12 de Enero del 2008 comenzó a acompañarme en la búsqueda de una historia que no tengo, que le arrebato a las recordaciones de los pocos que quedan y a la impotencia de la incomunicación y la miseria. Pero eso no nos inquieta, ella me ayuda a inventarla, a recorrerla con pasos danzantes, a trazar recuerdos que vivimos y otros que nos ingeniamos. Ella es esa otra que me dicta memorias para que las convierta en presencias y para que le teja la historia de una vida de casi un siglo, todo lo que le faltó y necesita tener para llevarse consigo. Desperté con la antigua fotografía de África pequeña con ojos curiosos y su hermano Pucho en mi mano, y la miré por primera vez con los ojos de ella.

…cuando se bajó del carro y se vio frente a la casona otra vez, se le doblaron las piernas…

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