martes, 27 de abril de 2010

El recuerdo del Mariel a mis diez años. (I)

“Rebeca”

Después de treinta años los recuerdos no han cambiado mucho. Quizás enmudecieron, perdieron el sonido los cláxones agitados en la avenida, el eco de los cantos de los pájaros trastornados en el álamo y los framboyanes. No puedo escuchar al policía de la garita, pero aun veo su boca abriéndose y cerrándose, soplando el silbato ya sin fuerzas y su mano sacudida en el aire pidiendo que nos dejaran cruzar la calle. Un mar de niños con uniformes rojos y blancos se movía el día entero de un lado a otro por las calles del barrio. De la escuela a la casa, de la escuela al mitin de repudio, de la escuela a la manifestación. De la escuela a la casa donde las noticias cada día eran más espeluznantes. Yo no iba directo a casa, yo cruzaba la avenida y caminada media cuadra, luego doblaba a la izquierda y esperaba por mi tía en su oficina. De allí regresábamos juntas a casa en algún carro del trabajo. Una de esas mañanas Rebeca no estaba en su pupitre. La maestra, la que se vestía de uniforme verde y que recuerdo era una mulata bonita que se llamaba Ivón, nos dijo que Rebeca era una lumpen, una vendida y una …no sé, no entendía nada. La mayoría de los niños no entendíamos nada. Ella quería que gritáramos cosas y no lo hacíamos, daba reglazos en la mesa y determinó que como no gritábamos como ella quería debíamos hacer unos dibujos que expresaran nuestro repudio y ponerlos en el pupitre de Rebeca. Yo no pude dibujar, no sé si porque no sabía dibujar ni un miserable palo o porque estaba abrumada. Puedo ver aun el rostro de un niño que no recuerdo su nombre. Comenzó a llorar, no lo escucho, pero siento su miedo, tanto miedo que se hizo pipí en el asiento. Recuerdo que Hildita me miraba con los ojos abiertos y se retorcía su cola de caballo sin parar, Kenia bajó la cabeza en el pupitre y pretendió que dormía. Luego nos dijeron que los que no habíamos dibujado debíamos escribir una palabra en un hoja de papel para pegarla en su pupitre. Cualquier palabra, y comenzó a decirnos cuáles eran las apropiadas: “gusana”, “traidora” “vendida”, “que se vaya” y no sé que mas: yo escribí algo, y no me pregunten qué , juro que no recuerdo, pero una de esas las escribí, todos las escribimos y algunos caminamos hacia el pupitre vacio de Rebeca con la cabeza pegada al pecho, otros con la inocente dicha de haber terminado la tarea. Aquel niño seguía llorando, y llevó su papel con todo su pantaloncito mojado hasta los zapatos. Algunos rieron y la maestra lo mandó a salir. En la tarde, después del almuerzo, nos formaron en el patio. Nuestro grupo había sido "elegido" para ir a darles un mitin de repudio a Rebeca y su familia. Algunos se pusieron contentos, íbamos a dar una vuelta por el barrio, no habría clases. Hacía días se había suspendido las clases de Educación Física pues teníamos que caminar unas tres cuadras para llegar a las piscinas. No era momento de transitar por los alrededores, solamente si era para un mitin de repudio.

Puedo recordar el pequeño portal, las paredes pintadas de lechada polvorienta, una cerca pequeña en el frente. Era una casa bajita, metida en un hueco, parecía haber sido antiguamente el garaje de la casa principal que se veía grande y bien arreglada, con una escalera de mármol y balaústres de hierro forjado, al estilo de todas las de por allá. Todo estaba cerrado, la puertecita de la entrada, las ventanas. No había señales de que hubiera alguien adentro. (Pero durante mucho tiempo soñé que en medio del vocerío Rebeca se asomaba por una esquinita de las ventanas abriendo cuidadosamente la cortinita rosada y nos saludaba con su mano diciendo adiós). La maestra Ivón contó: uno, dos y tres… para que comenzáramos a gritar ¡“que se vaya” “que se vaya”, “pim, pom fuera, abajo la gusanera”! Alcanzo a ver los gestos de sus manos, sus ojos desorbitados que pedían que gritáramos más fuertes, pasamos de la formación al reguero, de la vergüenza al juego, de la seriedad del momento a la diversión, gritar y gritar mas, dar saltos gritando, tomarnos las manos gritando, unir los puños gritando, saltando como solo los niños saben saltar. Teníamos nueve o diez años. La gente pasaba y nos miraba con orgullo, y eso nos hacia gritar mas, algunos nos aplaudían y gritaban otras cosas. No tiramos nada contra la casa, no teníamos nada que tirar, pero sabíamos que algunas personas tiraban cosas, huevos, piedras, tomates, palos. Nos formaron en parejas para emprender el regreso, cantando canciones y gritando “Viva Fidel”, “Viva la revolución”, “Pioneros por el comunismo, seremos como el Che”… Regresamos callados, cansados, extenuados de gritar sin sentido. Me sentía intranquila, con la penita en el estómago, la que me daba cuando hacia algo malo y sabía que vendría el regaño de mi abuela, caminaba con la sensación de no haber tenido un buen día, me sudaban las manos y la frente y mis pies eran demasiado pesados. Una vez en el aula pasé por el lado del pupitre de Rebeca, reparé con ojos temerosos a mí alrededor y con la yema de mis dedos toqué el borde de la madera despedazada de su asiento marrón. Y me pregunté donde estaría en ese momento. Y algo pensé. Pensé que en algún momento le tendríamos que pedir perdón. Cuando salimos a las cuatro y media de la tarde y me disponía a cruzar la avenida para mi rutinaria caminata hasta las oficinas de mi tía ya tenía hambre y creí que ya me había librado de este trastornado día. Llegué a la casa con las ansias de la merienda de mami y de jugar con Miriam y Lissette. Pero nada nos salvó de estas turbulencias. Allí aguardaban más noticias. Una noche me desmoroné en mi cama, cerré los ojos con todas mis fuerzas y me tapé los oídos oprimiéndolos tanto como pude mientras el miedo y la rabia se guarecían despacio y en silencio bajo mis sábanas. Solo tenía diez años. No decía nada, escuchaba hablar a los mayores, ellos me hablaban a mí, daban explicaciones complicadas, y no sé si alguien notó como la tristeza me dio un gran abrazo.
Carlos Varela- Foto de familia

2 comentarios:

  1. A medida que he ido leyendo, me he ido sobrecogiendo de espanto. ¡Por Dios, cuánto odio inculcado! Esa gente no tiene perdón de todo el daño que han hecho.
    A mi madre le hicieron un acto de repudio, pero menuda era ella. No se si alguna vez has leído lo que conté sobre eso. Aquí te dejo el enlace por si te apetece leerlo.
    http://bisuteriaycine.blogspot.com/search?q=el+repudio
    Saludos!

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  2. Lola:
    Yo no fui una protagonista directa, no entre en la embajada, no me monte en un barco, no me tiraron tomates, pero fui parte. Nuestra madre se fue dejando cuatro hijos, me apartaron muchas veces por ser hija de una "escoria", con la que no tenia nada que ver ademas, y mi mejor amiga se fue unos dias despues, dejando una tristeza que hasta hoy me dura pues nunca mas supe de ella. Algunas otras personas, familiares cercanos sufrieron este descalabro miserablemente...Cuando escucho las historias de los de aqui y los de alla, cuando veo los videos, escucho las canciones, cuando yo misma escribo lo que recuerdo, me pasa lo que a ti, a veces ni siquiera puedo releerlo, ni contarselo a alguien pues la emocion no me deja. Por eso lo escribo.
    Intente ver el link que me dejaste, no enlaza. Revise tu Blog a ver si encontraba alguna entrada antigua, dime en que fecha puedo encontrarlo pues con el link no accedo. Me encantaria leerlo.
    Saludos

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