lunes, 18 de enero de 2010

La otra (I)

Tendrías que haber sido inmortal para haberlo visto, pero ¿y por qué no lo fuiste? Cuando lo escucho, te escucho. El viejo disco de placa de Richard Clayderman regresa a mi memoria y asomas tu también, arrastrando tus pies hasta la terraza donde estoy sentada en un rincón de “ese piso tan frío”, mientras el viejo tocadiscos Phillips que persiste en sobrevivir a pesar de los pesares, nos permite escuchar la melodía de Para Elisa que siempre te hace venir y decirme “esa música es bella, ¿quién la toca?”. Me hablas un minuto, yo no respondo. Luego la Balada para Adeline te devuelve, y otra vez murmuras “chica que linda esa música, ¿quién la toca, ese mismo muchacho rubio?
Cuando lo escucho, te escucho. Lo veo sentado frente al piano mientras toca “Para Elisa” con la ayuda de su maestro y siento que te regresas desde la cocina y secándote las manos en el delantal vuelves a preguntarme una y otra vez “¿quién toca?”
Y reaparezco sentada en la terraza de la casa de la calle 15. Así bautizó Carmen la casa. La casa de la calle 15. Así comenzamos a nombrar a la locura que han sido aquellas paredes de piedra y piso de granito de negro, a las grandes ventanas que siempre me parecían espléndidas bocas abiertas, a aquellos cristales que aliviaban el silencio y traían las primeras manchitas de sol del domingo, al oscuro y generoso garaje, sitio de juegos y peleas, lleno de cajas y tarecos, al jardín y la mata de rosa que creció sobre el recuerdo del perro, al patio y el árbol de naranja agria, y a tu trajín enredado en la mañana con esa mezcla de olor a leche hirviendo y a café adulterado acabado de llegar a la bodega.
Cuando lo escucho te escucho. No interpreta “como los ángeles” ni sus manos corren con distinción sobre ese manto blanco y negro. Pero cuando toca Para Elisa, según él complaciéndome, te trae de vuelta. Y así tenemos un encuentro de fiesta como un suspiro largo sin ahogo, con tu mano junto a la mía, con tu mano sobre mi brazo, tu mano áspera, arrugada, con sus cayos y cisuras. Así era cuando me acariciabas sentada en el borde de la cama para despedirme antes de dormir aun teniendo yo 20 años, tus manos me tocaban y mi piel protestaba por tanta aspereza, luego del primer reflejo siempre eran lo que eternamente fueron, las manos más cálidas de mi mundo, las manos más buscadas en mis desesperos, las manos tuyas para todo y para lo inminente, porque si algo era invariablemente elemental para mi, era suponer tu eternidad, eso de morirse no iba contigo.
Tendrías que haber sido inmortal para haberlo visto, pero ¿y por qué no lo fuiste? Cuando lo escucho, te escucho.

5 comentarios:

  1. Dios nos da habilidades diferentes a todos, no te imaginas como me hubiese gustado poder escribir y de esa manera expresar sentimientos, pero lamentablemente no puedo. Si hubiese tenido ese don me hubiese gustado escribir algo algo muy parecido a lo que acabo de leer y que me ha hecho llorar recordando a quien se lo hubiese escrito: mi abuelita. De veras admiro tanto cuando leo o escucho algo que me hubiese gustado decir a mi.
    Un beso
    Tamy

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  2. Tamy
    Gracias por tus palabras. Chica que bueno que estas por aqui, ojala por lo menos nos veamos en estas visitas, eh? Besitos para ti y tu familia.
    F.

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  3. Yo sabía de tu habilidad en el escribir pero me dejas de piedra. En cuanto lo leí, ya me imaginaba de quién estabas hablando. Es precioso. Quizás te animes a escribir un libro sobre la vida de tu abuela...porque fue una mujer admirable por lo que contáis.
    Yo también fui afortunada porque tuve dos abuelas excepcionales y una de ellas marcó mi vida y personalidad por todo lo que aprendí y absorbí de ella. Pueden irse...pero no para siempre. Yo la sigo sintiendo. Un beso. B.

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  4. Precioso ...Fermina esta habilidad tuya de escribir me deja llorando...Caramba!!! L.S.

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  5. Amiga que bueno verte por aqui. Gracias, nos vemos pronto. Un beso

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