martes, 4 de octubre de 2011

“Ventana deja entrar el día y deja salir; la vida”


La familia de El Gallego
Son los chiquillos, los hijos, los nietos los que en medio de beligerancias familiares absorben las secuelas de estos sinsentidos. Nosotros los chiquillos, los hijos, los nietos por suerte supimos columpiar las tramas y sin que los patriarcas, más bien, las matriarcas, asediaran terrenos de nadie, permanecimos, según la vida nos fue acomodando, más o menos juntos. Historia antigua.
Montescos y Capuletos los nombré cuando conocí a Shakespeare, seguramente con la ilusión de que la historia de amor de nuestros padres valiera la pena. Pero no valió la pena ni la historia de amor ni la ceguera de ambas familias ante tales adversidades. El tiempo lo fue curando todo, pero las frases solapadas, los ideales y las actitudes en la vida permanecieron intactas. Muchos años después y algunos eventos familiares finalmente acarrearon un remanente de concordia deseada. Al final, quedamos todos, ambas familias, mientras nuestros padres se esfumaron sin desagravio.
Mi abuelo Capuleto llegó a la Habana con dos años. Sus padres y otro bebé, dejaron Galicia en busca de mejor vida, tierra y oportunidad de negocios en la Perla de las Antillas. Y lo encontraron. Para cuando yo nací, mis bisabuelos  llevaban una vida instalados en una casona linda de La Víbora, sus hijos casados, nietos y bisnietos llegando y habían amasado un próspero negocio en el área de la construcción que fue mermando con la llegada de la Revolución en el 59.
Mi abuelo, conocido como “El Gallego R.” era el alma de una familia que se había asentado en el barrio de Lawton. Sus cinco hijos, cuatro hembras y un varón, corrían por San Mariano arriba y abajo y jugaban en el parque Butari, donde se conocieron mis padres. El Gallego nunca aceptó la expropiación y el socialismo, y subsistió con su gran sabiduría de albañilería y obra, y nada más. Lo metieron preso a merced de la famosa “Ley del Vago” pues nunca accedió a trabajar para el gobierno. Se quedó sin materiales ni trabajadores, pero nunca dejó de traer la comida a la mesa ni en su casa faltó alegría. Trabajaba día y noche, sin fines de semana y sin descanso, siempre había una cocina que arreglar, una pared que macillar o “dar el fino” (en lo que era un experto), unas columnas que apuntalar, un portal con ladrillos que “curar”. Y siempre había una mano amiga que sabía a dónde podía ir a buscar sus materiales y su gente. Con el tiempo lo dejaron en paz. Era un hombre honesto, de principios y buen amigo. Respetado en la familia, en el barrio, y en su profesión. Los vecinos lo buscaban para un consejo, para una ayuda con el hijo adolescente, para un préstamo eventual. Comía en algo a lo que yo le llamaba “palangana” porque comía como un tigre, y dormía en un banco de madera sobre ladrillos y su almohada era un tronquito donde rus rizos blancos y coposos se enredaban, y que él mismo se fabricó para enderezar la columna, decía. Conservaba para trabajar alguna reminiscencia del traje tradicional gallego, unos pantalones bombachos y cortos por debajo de la rodillas que por aquel entonces se los hacían de saco, y de otras telas blancas y se amarraba una cinta ancha a la cintura, azul o negra, no roja como él decía era la tradición, pues con ese color no quería relación. Y Algunos amigos zapateros le hacían sandalias y mocasines. Los días de descanso y de fiesta vestía su atavío de pantalón y chaqueta de lino beige, almidonado y bien planchado y se tomaba unos minutos para colocarse, con deleite frente al espejo, su sombrero de paño, blanco con cinta negra o al revés, que conservaba en caja original, regalo de su padre. Siempre llevaba pañuelo, y nunca billetera. Los dineros iban en billetes organizados, prendidos a una presilla de plata con sus iniciales.
Abuelo (a finales de los 70).
Asi le llamaba yo.

Abuelo, con tia May.

Mi abuelo “El Gallego” era un hombre hermoso, apuesto, alto, vigoroso, con una amabilidad y dulzura tan cordial como enérgicos eran su genio y su voz. Gozaba de un sentido del humor contagioso y siempre nos quiso y nos abrazó como a bebés. Cayó de andamios, se fracturó huesos, sufrió infartos, y cada vez se levantó y volvió a la obra. Son muchas las casas de los barrios de La Víbora, Lawton, El Mónaco, Luyanó, El Sevillano, Santos Suárez, Vista Alegre, que conocieron el trabajo de sus manos y guardaron su regocijo y su devoción por una obra decorosa. Se consideraba Masón por legítima sucesión, colaboró con su familia en la Casa de Beneficencia y en el Hogar Nacional Masónico y aunque de esas raíces también lo alejaron nunca dejó de proclamarlo. Aunque no era practicante, ayudaba cada vez que podía en las iglesias del barrio componiendo alguna quiebra. Murió joven. Y recuerdo ese día de 1991, un pueblo era aquel dolor, no había visto yo así tanta gente en un evento como este, en la calle, gente conocida y desconocida, joven y no joven, una multitud que me hizo sentirme orgullosa y me recordó aquellos días de correr por el barrio en que un niño decía, “esa es una nieta del Gallego”. Yo no viví con él porque yo quedé enganchada del lado de los Montescos, pero eso nunca importó, siempre estábamos toda la muchachera junta, metiéndole las manos en los bolsillos para sacarle las monedas para comprar durofrío en la cafetería frente al cine San Francisco.

16 comentarios:

  1. Me encanta esta entrada. Yo tengo tantos y tan lindos recuerdos de mi abuelo, otro Masón de armas tomar, es siempre tan rico escribir sobre él...

    Un abrazo de nieta a nieta, Fermina.

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  2. Fermina, Fermina... esas historias tuyas que me recuerdan lo lejos que estoy...

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  3. Me encantaria saber escribir como tu pues de mi abuelo tengo para dos libros. Mason tambien, previsor y amante de su familia. Gracias por las memorias, de nieto a nieto..

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  4. Fíjate que mi abuelo también fue masón, pero lo dejó con la revolución. Mi abuelo no fue un hombre de carácter fuerte, lo cual, en definitiva, me permite estar aquí, porque mi abuela se las trae, muy dominante. Para darte un claro ejemplo, cuando le preguntaba al abuelo si quería más de comer, mi abuela respondía que no, que él estaba lleno.Nunca entendí cómo mi abuela podía saber cuándo mi abuelo se llenaba.
    Él chiflaba todo el tiempo y era muy alegre, muy sensible también, de una existencia muy sencilla. Me tocó estar con él en su último ingreso y de casualidad le tocó de compañero de cuarto un masón. Ahí me enteré que él había sido masón (de hecho me comentó, que incluso eso a mi abuela le molestaba, intentando decirme lo chivá que era mi abuela, que hasta le parecía mal que fuera algo que exigía tan buenos requisitos de conducta). El acompañante hacía también yoga y mi abuelo, que era tan optimista, como que empezó a querer a hacer yoga para sentirse mejor del corazón. pero ya estaba muy mal y murió 10 días después. Quedaron un montón de parches para el dolor en la casa y logramos contactar al masón y se los dimos, que aún estaba en el hospital.

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  5. Guardarraya pues escribenos algo sobre el. esto de los abuelos,sobre todo cuando uno toma sus annos y tomas conciencia de lo que significaron en tu vida, es algo tremendo, y me llena de nostalgia.

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  6. Havanero:
    De verdad que si que estas lejos, bueno como casi todos nosotros, pero si yo tuviera el frio que tienen ustedes ahi me sentiria aun mas lejos...

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  7. Julio: Gracias a ti por tu visita por aca. yo creo que todos si podemos escribir de los abuelos, es algo natural e innato en los nietos que los disfrutamos.
    Saludos,

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  8. Charlene:
    Que historias tiene uno! Eso me recuerda a mi abuela paterna, tambien era asi. Y a veces yo soy asi con mi hijo tambien....
    Mira tu esto de los Masones, cuanto tiempo tuvieron que esconder sus creencias, sus ideales, y eso que la Masoneria en Cuba se mantuvo bastante arraigada, pero practicarla y reunirse ya era cosa diferente, lo sabemos.
    Los de nuestra generacion aun conocimos nuestros descendientes espannoles, yo tuve es suerte, conoci a mis bisabuelos gallegos tambin, no los vi mucho en mi infancia, pero mi abuelo nos llevaba alla. Mi abuelo El Gallego aun preguntaba el nombre diciendo "?Cual es tu gracia?" y la gente se quedaba asi medio aturdida como diciendo y que le pasa a este viejo" y habia que aclarar que era "Cual es tu nombre o "como te llamas"...
    Creo que de ahi vendra la frase nuestra de ?"Cual es tu gracia, chico?

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  9. Ay Fermina no me había dado cuenta de ese detalle. es cierto lo de la gracia.

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  10. Fermina, la guardarraya está repleta de sus historias. Tendrías que ir algunos meses más atrás para encontrarlas, pero ahí están. Creo que hasta los gatos andan ya hartos de leerme hablar de él.

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  11. Eso te iba a decir. la guardarraya tiene cosas muy lindas de su abuelo

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  12. Bueno chicas pues voy a leerlos, me encantaran...

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  13. Siempre hemos aprendido algo de nuestros abuelos.
    que tengas una buena semana.
    un abrazo.

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  14. Tu abuelo parece un personaje de leyenda.
    Debió ser alguien inolvidable.

    Besos.

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  15. Has descrito esas huellas que dejaron los gallegos en la isla a través de la mirada de tantos y tantos emprendedores como tu abuelo.
    Como siempre con esa exquisitez tan tuya.
    Yo tendría una historia que contar de auellos "polacos" que llegaron tras el estallido de la segunda guerra...
    Besos, Fermina.

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  16. Gracias, Fermina por compartir tan lindos recuerdos. Son tus vivencias personales exquisitamente contadas con ese sello costumbrista unico que sabes darle. Cada palabra tuya me traslada a esa Cuba que tanto añoro. Por las fotos que has puesto me parece que alguna vez vi a tu abuelo por la Vibora, por la Calle Acosta. Alli vivía una de mis hermanas
    Un abrazo
    Espe

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