viernes, 15 de julio de 2011

"Las ciudades son libros que se leen con los pies... "(II)

Todos atesoramos alguna historia nacida en un banco de parque en cierta ciudad. En uno de ellos habremos grabado tantas lágrimas como sonrisas, unos cuantos sueños y varias urgencias, les confesamos fechadas esperanzas y le abandonamos uno que otro bártulo con decepciones. Grabamos nuestros nombres, ocultamos mensajes, disfrutamos el fresco de las tardes con los amigas de la escuela, saltamos y rompimos sus esquinas con todos los chiquillos del barrio, a algunos los vimos llegar, sostener nuestras vidas y también quebrarse como huesos viejos. Un banco en cualquier parque de cualquier ciudad guarda la historia de un ser que besó a su amada, que celebró a sus hijos en apretones dulces, que cantó su pena y peleó sus líos, que planeó su final viaje con sus últimos amigos, que regresó cada día cuando su alma se desgajó como un racimito en otoño.
 Leer las inscripciones en los antiguos bancos de madera y hierro a lo largo de las veredas en el Parque Central de New York me colgó posada y tizón de mi lejana ciudad. Pensé en cuantos rótulos, si se pudiera, habrían en los bancos de nuestros parques, allá en el mismísimo Parque Central de la Habana donde tanta gente se enamoró (desde los alrededores de los 1877) y regresó a tomar una fotografía de bodas, a donde los vecinos se escurrían desde los edificios a tomar la brisa del mar en la tardes vaporosas, donde la gente se reunía a hablar de política, noticias, farándula, donde los fanáticos del baseball consiguieron trágicas peleas en muchas ocasiones, donde los alojados en el Hotel Plaza paseaban sus abundancias antes de su siesta (sin saber que la gran Isidora Duncan andaba de sombrilla en esos lares soleados) y los asistentes al Centro Gallego esperaban sus carros después de sus fiestas y bailes, la plaza que ha aglomerado a tantos cubanos para proclamar o exigir, para defender o caer, la plaza que acoge el monumento a José Martí, el primero situado en la ciudad, igual que el Parque Central de Nueva York que acoge a nuestro apóstol, en su entrada sur por la calle 59 y la avenida sexta, sobre su caballo encabritado, gesto en piedra solemne.
Es caro, muy caro, tributar un banco en el Parque Central de Nueva York. Pero se hace, y con ese dinero se mantienen las áreas, los lagos, los monumentos, los puentes, los jardines. Y de paso, alguien llega y descubre que no solo expresamos el afecto a nuestros padres, amigos, amantes, hermanos, con un anillo de brillantes en declaración gloriosa, o con una casa nueva, o aquel abrigo en rebaja de la Fith Avenue, o una tarjeta de regalo, o un furtivo envoltorio bajo el árbol de navidad. También lo podemos hacer entregándole un pedacito de nuestra devoción al lugar que nos dio el refugio, a nuestra comunidad, a los que pasan por allí un día, abatidos e inseguros y mientras cavilan la próxima jugada para seguir existiendo se topan con la más simple devoción a la espera…


…que podrá parecer muy cursi pero a mí me llenó de esperanzas.

(Tomé estas fotos a lo largo del sendero desde Strawberry Fields  hasta la zona llamada Bethesda Terrace. En central Park existen más de 9,000 bancos de tipos diferentes, hasta ahora han sido adoptados unos 2,500).


Monumento a Jose Marti, en el Parque Central de la Habana.
(Foto tomada de la red).
Monumento a Jose Marti en el Central Park de New York. (Foto tomada por mi)


4 comentarios:

  1. Una iniciativa interesante.
    Ay si los bancos hablaran... desde el primer beso hasta el último suspiro.
    Bonitas fotos, Fermina.
    Besos.

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  2. No es cursi.
    Para nada.
    Es emotiva esa placa.

    Besos.

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  3. Divino, perfecto, precioso, lleno de ilusión...ay si yo grabara lo que siento, no tendría bancos suficientes!
    Como me enamoran tus palabras Fermina, siempre, de recuerdos y porque me identifico tanto...
    Me alegra que estés de vuelta...
    Besos desde la Madre Patria!

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  4. No conocia esas placas en los bancos. Aquí la mayoría de inscripciones están hechas con rotulador y lo que es peor, con navajas que dan al banco una sensación de suciedad. Si fueran inscripciones interesantes o románticas las aceptaría, pero la mayoría son tonterías y barbaridades, cuando no el nombre solo de un fulano.

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