martes, 7 de junio de 2011

La otra. (XVI)

La partida de Paquito.


Aguador. Antigua Postal cubana.

“La vida es una sola, una sola pa’ las desgracias, una sola pa’ las alegrías y una sola pa’ sacar adelante tu familia, pa’ ver crecer a tus hijos con orgullo, luego te preocupas si es justa o no. A veces no hay tiempo de eso”. Cuando podía escuchar algún bolero que trasmitía la CMQ, solo entonces la vida mudaba de aires para África.
Cuando yo era pequeña y las horas de alimentarme se le hacían una batalla tenaz, me contaba historias de niños flaquitos y desnutridos, de niños que se los llevaba el hombre del saco a su casa para que aprendieran a comer, de niños que se volvían hombres muy lejos de su mirada. Fue su manera de perpetuar a Paquito sin que su conciencia doliera más de lo necesario.
A Paquito se lo llevaron” me dijo el día que finalmente soltó el cuento, cubrió su cara con sus manos agrietadas y valientes y se ahogó en un llanto fatigado sobre la mesa. Lloró tanto que tuvo que escurrir el arroyo de lágrimas que se le venía encima de las piernas con su propio delantal. Estuvo suspirando demasiado tiempo para mi asombro y quedé un día entero vuelta una mudez de espanto. En la noche pegadita a su espalda aún podía sentir su trémulo quejido apagándose. La abracé descubriendo que a ella también le pasaban cosas tristes.
“A Paquito se lo llevaron”. Me contó, estrujando nerviosa sus manos en el delantal ensopado de su propia angustia. Había llegado el Sargento Morales, luciendo su uniforme azul recién planchado y por el que ya ella había recibido sus cincuenta centavos, saludando adecuadamente con su mano muenca… “un muchacho criao en el mismo barrio, yo mismita vi el día que el perro fiero ese de Don Mariano le desgajó los dedos de la mano”… dejando el recado a mi abuelo de que fuera urgente a la estación de la calle Acosta. El dijo que todo estaba bien pero “tenía los ojos viraos pa’bajo como cuando alguien esconde una verda’ ”.
Mi abuelo llegó en la noche con la mala noticia y las piernas engarrotadas de trajinar todo el barrio. Paquito se había escapado de su padre borracho y bandolero hacia varios años. Vivían allá en las vueltas de Pinar del Rio, vino a parar a casa de una tía vieja mas abusadora que el otro, la cual murió recién el apareció. Así se vio en la calle viviendo de la caridad de los portales y haciendo mandados, como el mismito Norberto se lo encontró hacia ya cerca de cuatro años. “Ya lo tienen. Me llamaron pues alguien tenía que firmar papeles. Ya lo montaron en el tren de vuelta pa’ su casa con el padre.”
África se hundió en la poltrona sin anhelo ni nervios. Tanto tiempo llevaba Paquito durmiendo en su regazo, escuchando sus historias, cuidando de los niños a los que, a escondidas, ya llamaba hermanos, haciéndole encomiendas a las prisas y sin resuello y ella sin saber. No solo le arrebataron su muchacho… “ni siquiera pude decirle adiós, prometerle que lo buscaría, que lo traería de vuelta, que lo sacaría de aquel infierno pa’ vivir con nosotros”… “¡Ay viejo por Dios! ¿Qué tú has hecho? ¿Por qué no le rogaste al sargento que nos dejara verlo, decirle adiós…?”. Su angustia fue tan voraz que se le cortó la leche del pecho, se quemó el arroz cada tarde sobre el fogón, y veló revolcada en la butaca por tantas noches que las piernas se le volvieron jamones aquejados. Nunca más se habló de Paquito pero “a ese sargentico con su mano muenca jamás le volví a lavar su desgracia’o uniforme, ni a mirarle su cara de mono.”
Su dolor se desgajó por partes y se repartió en sus días como abono para flores. Despacito y con cautela su herida se volvió una cicatriz acordonada y perla que parió canas tempranas. Cargaba en su alma el espanto de no haber montado lucha por alguien que lo necesitó. No habría clemencia ni alegrías suficientes en este mundo que la dejaran planchar sus bultos de ropa con la paz de la tarde ni escuchar la radio sin confundir todas las voces con la voz del niño.
Dejó que la tristeza le naufragara, le ganara la otra orilla y se convirtiera en una diminuta islita olvidada que se volvió a revelar cuando yo era pequeña y las horas de alimentarme eran una batalla tenaz, y el pobre flacucho de Paquito salía en su ayuda blandiendo la impaciencia de todas los desarraigos y adioses. “La vida es una sola, una sola pa’ las desgracias, una sola pa’ las alegrías y una sola pa’ sacar adelante tu familia, pa’ ver crecer a tus hijos con orgullo, luego te preocupas si es justa o no. A veces no hay tiempo de eso”. Pero sus ojos, que siempre fueron como trocitos de cristales luminosos, se llenaban de una lejana congoja que se derretía en mi frente tomando la forma de su más radiante beso.

Familia cubana. Antigua Postal de Cuba.

Antigua postal de Cuba.
Chiva alimentando bebe.


9 comentarios:

  1. FErmina he colgado unas fotos por allá. Me has hecho llorar con esta historia, me recordó el aire que dejaban en mi cabeza Onelio Jorge Cardoso y Mirta Aguirre. Un abrazo grande grande

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  2. Sí, la vida hay que vivirla, porque las más de las veces es injusta, y de pararnos a pensarlo se nos secaría hasta la leche que mamamos.
    Un crudo y bello relato,Fermina.
    Besos.

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  3. Que historia tan triste Fermina.
    Un beso,

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  4. Hola Belkis que bueno tenerte por aqui.
    Mirta Aguirre tambien me gustaba, hace tiempo no la leo , creo que desde que deje la isla.
    Gracias por venir.

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  5. Eva:
    Asi es . No detenernos tanto a veces es bueno, asi tambien dejamos de culparnos pr tanta cosa que no ha valido la pena ni el "santo dia" como diria mi abuela.
    Un beso

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  6. Lola: Que bueno verte por aqui.
    Un abrazo.

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  7. Que bueno que estas historias de "La Otra", son interminables. Gracias por compartirlas.

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  8. Que historia!!!
    Estremece al leerla.
    Cuanto dolor ha habido siempre.

    Besos.

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  9. Ahhhh...que texto maravilloso! Eres adorable Fermina, tus historias recorren las venas sensibles del lector.


    Cariños!

    =) HUMO

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