martes, 25 de enero de 2011

Los retazos que voy juntado... (I)

Las escuelas al campo

La combinación del estudio y el trabajo fue una de tantos banderines marxistas que nos hicieron columpiar con el mayor orgullo a todos los que nacimos y crecimos en la Cuba revolucionaria de la dinastía Castro. Cientos de miles de muchachos de toda la edad secundaria, desde el séptimo hasta el duodécimo grado convivimos enganchados en la entusiasta acometida. El recuento no admitido: fueron mayores los desastres y catastróficas las consecuencias tanto económicas como sociales. Toda la infraestructura erigida para poner en práctica este principio costó muchísimo más de lo que fueron capaces de producir y cosechar los estudiantes de cara a una realidad terrible.
De todo esto nos quedaron como siempre sucede, los recuerdos, felices algunos y escalofriantes otros, las viejas fotos con la presencia eterna de los amigos que no ya no ves, las fortalezas que adquiriste, ciertas secuelas de malas decisiones, la autenticidad del ser humano que a tu lado sudó el agotamiento y compartió lo poco que tenía, la experiencia y la verdad que a veces parecen impugnables y la seguridad de que la vida en LIBERTAD es lo que quieres para tus hijos.

De los sueños a la realidad, del deber a la obligación… 
Foto(decada del 80)  tomada de Grupo escuela secundaria R.Maceti en Facebook.
En la década del ochenta le llamaba deber, responsabilidad, amor a mi país, lealtad a mi familia. Hoy le nombro lavado de cerebro, abuso, fraude, dolor, angustia familiar. Desde noviembre comenzaban nuestros padres a forrajear latas, almacenar conservas, recopilar galletas, golosinas, y cualquier cosa posible para poner en la “maleta de la comida” que nos llevaríamos los primeros días de Enero a los campamentos de trabajo en Pinar del Rió. Cuarenta y cinco días en la cosecha del tabaco.
Cuando crees que ya no hay mucho más donde cavar en la memoria algo siempre reaparece, como el gajito de hierba en el frijolito húmedo. Hay experiencias que crees haber olvidado porque algunos detalles se fugan, no recuerdas ya ciertos nombres o fechas y otros apenas son cuentos repetidos de amigos. Y un día ¡suaaabana! Te sorprendes dando vueltas en la cama donde todo regresa como en una dañada película silente. Adolescentes al fin, nos íbamos en aquellas guaguas con el gusto de zafarnos de la tutela de los padres por unos días y creer que éramos independientes y capaces. Cantábamos tontamente y hasta quedar roncos mientras nos adentrábamos en el occidente de la isla y la brisa tibia habanera se convertía en el vientecito frio de la montaña pinareña. En pocas horas el entusiasmo y canturreo de la partida se suplantaría por el zumbido del sic-zas, a la derecha con el dedo del medio, a la izquierda con el índice, de dos en dos, sic-zas, de abajo hacia arriba… de las hojas de tabaco que cada mañana arrancábamos a los tallos y dejábamos en pilas amarraditas entre mata y mata donde no les diera el sol para que los encargados de la parihuela las recogieran y transportaran a la casa de tabaco para el ensarte. Cada mañana antes de que el jefe de brigada o el tío de campo gritara “¡arriba caballero dejen el maja’!” yo miraba la extensión de aquel surco como de un kilómetro saturado de plantas más grandes que yo, enchumbaditas de rocío y fertilizantes, creyendo que no tendría fuerzas. Y había que cumplir la norma, puede que dos o tres surcos por niño, o una X cantidad de parihuelas por brigadas, porque si no te dejaban rezagado a la hora de la comida, o te quitaban la recreación.
Yo me pasaba los cuarenta y cinco días en el suelo. Padecía hipoglicemia y me daban unas crisis vagales que me dejaban turulata por unos segundos, pero nada de eso me hacia retroceder en mis metas…si el Che Guevara había peleado en la Sierra siendo asmático y enfermizo, si aquel guajiro que nos llevaba a los surcos en medio de la oscuridad de la madrugada había soportado cárcel y torturas durante meses por apoyar a los barbudos... como yo no…
La otra acometida comenzaba en la tarde al regresar al campamento, mugrientos, hambrientos y en total mutis. Tenía que hacer las colas de las duchas, unas tuberías herrumbrosas por donde salía un hilito de agua helada que amedrentaba al más valiente, no tenían techos y las puertas eran unos simulacros de rústicos tablones. Mientras me llegaba el turno ya andaba a la caza de algún varón amigo mío que estuviera presente al momento de yo entrar a aquel cuchitril para que me quitara todas las ranas prendidas en la tubería. Había días que no encontraba a nadie, y me mal bañaba llorando de terror.
Luego la comida: arroz, chicharos y la proteína que un día podía ser huevo hervido, otro día huevo revuelto y otro una especie de pescadito frito, casi quemado. A veces teníamos postre: un poco de natilla media aguada. Dos horas de recreación: un poco de música mientras hablabas con las amigas, o bailabas un poco apretado si tenías parejita, o aprendías a fumar. Luego a dormir. A las barracas donde te calaba el frío hasta el tuétano y te humedecía el sereno de la madrugada. A las literas duras, veteranas cabillas oxidadas con unas colchonetas tan malolientes que usábamos varias capas de sábanas y colchas para tratar de esconder los hedores. A recuperar fuerzas para meternos en aquel surco otra vez al día siguiente. Abrir los ojos a las cinco de la mañana con aquel helado y estremecedor agotamiento requería coacción y mandato. Gritos y gritos de los maestros, de los jefes de campamento y la musicanga en el altoparlante “amanecer cubano, con la guataca en la mano…”.
Los sueños nos colman de fortaleza. Éramos muy jóvenes y los ideales nos hicieron crecer y demostrarnos a nosotros mismos cuanto éramos capaces de entregar. Porque eso es el amor. La entrega. Y ellos tomaron nuestros sueños sin permiso, nos saquearon tanto que de mucho aun no podemos dar cuenta, nos llenaron de dudas hacia el prójimo y nos adiestraron en convicciones que defendimos con aquellas manitos en los surcos, en nombre del amor. Desde mis doce años hasta los veinte empuñé mi cuota de contribución revolucionaria sin reservas. Ese era mi deber. Los últimos dos, me fui por puro temor a la repercusión. Ya estudiaba mi carrera y había comenzado a deducir ciertas cosas desde que me adentré, guiada por la sensibilidad y la inteligencia de algunas personas que no olvidare en los gritos de la Revolución Francesa y me paralicé por asociación con las luces de la perestroika y sus lideres.
Allí, en los días que habitábamos las arenosas tierras tabacaleras, el domingo llegaba como un abrazo caliente. Cada vez que se vislumbraba una guagua cerca del campamento y aligeraba su carga se escuchaba uno de los gritos más sublimes: ¡Corre niña, apúrate, que llegó tu mamá!
Ninos y adolescentes en una escuela al campo en 1971. Tomada de http://cubaindependiente.blogspot.com/

8 comentarios:

  1. Que rabia me entra.
    Que hijos de puta...
    No lo pagan ni con la muerte.

    Besos.

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  2. Una sola vez fui a la escuela al campo, el año en que ya tenía presentada la salida y decían que si no presentabas el papelito de haber estado en el campo te echaban para atrás. Así que fui, desde el 10 de enero hasta el 5 de mayo de 1970, toda una eternidad. Cuando llegué al campamento La Julia en el sur de La Habana, y vi aquello me dieron ganas de salir corriendo de vuelta a mi casa. Bien se podía filmar ahí una película sobre los campos de concentración.

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  3. Campos de concentración como dice Lola, no eran ni son otra cosa. No se les puede definir de otra manera.
    Así se cultivo al Hombre Nuevo...
    Besos, Fermina.

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  4. Eva, Toro, Lola:
    A veces no quiero ni decir ese termino en alta voz. Por aquellos dias no entendiamos las cosas asi, reiamos mucho, cantabamos en los surcos, las muchachas hasta nos tratabamos de arreglar y lucir lo mejor posible con nuestros pannuelos y aquellas botas inmensas, nos divertia de alguna manera ocuparnos de nosotros mismos,prestarnos las cosas, ayudarnos, sin necesitar a nuestros padres. Las cosas feas se empannaban con la inocencia de la juventud.
    Pero hoy, cuando miro atras...
    no tengo palabras, no me alcanzan.
    Un beso a todos,
    Saludos

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  5. Super interesante adentrarse en tus relatos y notas!

    Un placer leerte!

    =) HUMO

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  6. Fermina, este es uno de esos relatos que tu nos cuentas y con los que nos haces conocer la realidad de aquel momento. Sin embargo, hoy, he notado una cierta nostalgia por tu parte de aquellos campos de trabajo. Y es que cuando somos jóvenes ponemos tanta ilusión en las cosas que algunas de ellas las vivimos engañados posteriormente. Eres una maravilla narrando tus vivencias.

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  7. Gracias Humo por pasarte por aca.
    Saludos

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  8. Sennor Pp:
    Tiene usted toda la razon. Es el efecto juventud y ademas , nada hay ya que echar atras. La experincia y los acontecimientos de la vida son los que te hacen al pasar los annos reflexionar sobre la realidad y entenderla un poco mejor. La verdad: lindos annos de mi vida, quien lo diria, no? Ah! Eso si, a mi hijo no lo hubiera dejado ir alli!
    Gracias, por sus palabras, como siempre...

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