miércoles, 3 de agosto de 2011

De la Habana a Odessa

Las ocupaciones, o más bien las desocupaciones, del verano y con la familia me han mantenido alejada, pero solo un poquito. Aquí les comparto una de esas historias, de esas recordaciones que se narran los amigos entre copas de vino una nochecita de calor y barbacoa. Memorias que mi esposo nos dejó despeñar entre extrañezas y admiraciones.


El barco

Unos 700 muchachos de entre 18 y 19 años decían adioses a sus familiares y amigos con abrazos eufóricos, sollozos disimulados, reservados apretones de manos, y tantas sonrisas como ilusiones empacadas, alforjas de incertidumbres que la juventud no distingue. Niños aún. Una escena que se repitió durante muchos años a la entrada de la bahía. En el puerto de La Habana está a punto de partir el barco de vapor para pasajeros “Mikhail Suslov”, un gigante blanco y azul blandiendo su imponente bandera roja de la hoz y el martillo, que se escapará por ese angosto pecho de la ciudad amurallada y no contendrá sus espíritus pesados hasta tocar las sienes del ancladero de Odessa en Ucrania. Al llegar los reparten por varias capitales soviéticas para cursar diferentes carreras universitarias. La ciudad abierta, anaranjada en la caída del sol los acuna con sus balcones llenos de gente batiendo manos al soplo de un “hasta la vista”, las luces intermitentes de los carros en la avenida que les auguran “buen viaje”, con madres y hermanos andando a todo lo largo del muro en una persecución sin alcance. El impresionante cuerno del gigante se escucha en todos los rincones. La Virgencita de la Caridad del Cobre los envolvió en sus blancos parajes y con su más antiguo silencio les dibujo una ruta segura al son de un cañón agotado de su rutina nocturna.
Era la primera vez que la mayoría estaba en un barco, era la primera vez que la mayoría, sino todos, salían de Cuba. La primera vez que muchos veían el Cristo de la Habana misterioso entre sus matorrales revolucionarios. Infinitas son las memorias que cada uno de ellos juntará después de veinte días de travesía por el Caribe primero, luego el Atlántico, el Estrecho de Gibraltar, el Mediterráneo, las islas Griegas, el Estrecho de Estambul, el Mar Negro. Algunos creyeron entrar a uno de los lugares más lujosos que habían visto, al encuentro con un plato de carne, a una casi habitación de hotel, otros se cansaron de tanto mar y vahído, de la sopa rusa, la tormenta y la inquietud del encierro. La refulgencia de las memorias es tan intrínseca y única como los amores. Pero todo lo personal e íntimo nacido de la cercanía y la aventura vivirá para siempre como una historia que por mas difícil de contar será casi increíble a la luz de los años futuros. La historia de algunas generaciones, en una época donde un país confió sus ambiciones al que creyó el mejor ejecutor de sus sueños.
Los jóvenes se amaron, se pelearon, se hallaron, se compusieron y se dedicaron canciones. Se relataron sus vidas en la cuenta gotas de los camarotes aburridos, en la proa soleada, en el baile nocturno que parecía la peor película rusa del domingo. Se toparon con la carta de un joven de 18 años, un soldado cubano del Servicio Militar Obligatorio al que ese mismo barco lo condujo a la guerra de Angola y que dejó escondida en una gaveta de un armario como despedida a su novia y su madre. Se enamoraron de los delfines que sorteaban los espumarajos del mar rendido ante tanto visitante, se enteraron de otros detalles sobre la explosión de Chernóbil. Saltaron dos jóvenes al mar en medio de la noche vigilada en Santa Cruz de Tenerife para escapar del comunismo que dejaban atrás y del que les venía encima, otros disfrutaron de las imágenes de ese gran volcán famoso aquella mañana casi española y se admiraron con tanta luz y carros modernos que advertían desde sus lejanos puestos.
Alcanzaron Odessa una mañana sosegada mientras la sirena les anunciaba puerto. Una verbena de juventud asombrada brotó por aquellas escalinatas resbaladizas disimulando poco su estrés y su sorpresa. Era un lugar más sombrío y entristecido de lo que esperaban. Durante casi veinticuatro horas quedaron en una plaza a merced de la burocracia y organización soviética. Despedirse de los amigos de la preparatoria, de los antiguos y nuevos amores de travesía, de los lazos fundados durante días de azul y gris, y gris y azul fue un instante difícil y conmovedor. Un lento recobrar de conciencia, un paso firme en tierra y en tierra inexplorada. A Leningrado, a Moscú, a Ufa, Almaty, Bakú, Minsk, Kiev…y algunos allí quedarían. Otras interminables horas de tren en los estremecimientos de un sueño casi imposible de esquivar. Cansancio, afán, incertidumbre. Llegaron a Moscú en otras veinticuatro horas una madrugada plateada y fresca. Otros estudiantes del Instituto “Gubkin” les dieron la bienvenida. Se fueron a los edificios de residencia y les improvisaron camas y colchonetas para que pegaran un ojo hasta la llegada de la “матрешка” jefa al amanecer que los ubicaría en sus habitaciones. Mi esposo y su nuevo amigo del barco (hoy un hermano ya desde hace 25 años) se derribaron vencidos por el agotamiento y el estupor. La cabeza pesaba, las piernas y los brazos eran apenas apéndices de unas marionetas sin vida. Comenzaba a sentirse la lejanía y la ausencia del aliento del trópico. ¿Cuántos días incomparables, cuántas horas empequeñecidas, qué husos horarios les abrirían las mañanas, cuánto realmente había quedado atrás? Uno comenzó a dormirse con unos ronquidos ligeros y ojos entreabiertos, aun no tan profundo como para no escuchar al otro preguntarse con sus brazos cruzados debajo del cuello y la mirada descifrando la cal descascarada del techo …“Y yo me pregunto ahora chico ¿Qué coño hago yo aquí?”.

Universidad Estatal de Rusia del Petróleo y del Gas “I.M. Gubkin
La historia, por supuesto, fueron otros cinco años. De estudio sofocante en un idioma enmarañando, de un frio soberbio rajándoles las ganas, de un hambre que se podía estirar como goma, y de cosas buenas y alegres también. Este fue solo el estreno. Pero solo con este pedacito me di cuenta de que algunas personas son más frágiles y arropadas, que la seguridad de la voz cercana no se las ganará ninguna circunstancia, como yo. Y otras son de un coraje considerable, de una voluntad admirable, de las que nacen entregadas a la capacidad de conseguir algunos sueños, como ellos. ¡Vaya que cuento! veinticinco años después, en esta nochecita tejana de calor, barbacoa y vino. Un brindicito por los seiscientos noventa y siete que no conocí y otro por K., L. y E.
                           ¡Da kantsa!

11 comentarios:

  1. Me fascina tu manera de narrar, Fermina. Es un placer venir a leerte siempre. Deberías de escribir más a menudo.
    Me arrancó la sonrisa ese ¿Qué coño hago yo aquí? Tan certero. Me contaron tantas historias como las que tu narras, en las que muchos salieron de Guatemala para Guatepeor...

    Besos, linda.

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  2. Fermina, casi me subo a uno de esos, casi...pero la mejor generación con la que compartí estudios se fue en él, regresaron en alguna vacación y la mayoría no regresó después. Conservo de aquel tiempo un amor que te vincula, El amor en los tiempos del cólera fue una historia leída a dos voces, en distancia, desde Riga hasta la Habana y viceversa. Hay días en los que temo llegar a ser Fermina Daza, el destino teje imparable y yo no entiendo nada, aquí estás tú hablando de cosas en las que no debo pensar. Te abrazo

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  3. Yo no sé qué decirte...yo no sé qué tienes, pero...¡Qué tristeza! Sin embargo...la Cubanía sigue viva...¡Por los siglos de los siglos!

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  4. Coño Fermina, parece mentira que no hayas dicho que M.(Yoo!)fue quien recibió a tu esposo en esa fresca madrugada moscovita, entre borrachos durmiendo en bancos y pisos de la estación (con peor suerte en el invierno), tvorak con azúcar y la esperanza de recoger alguna chica bella que nunca llegaría en ese tren.
    Menuda celebración!

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  5. Eva:
    Como siempre gracias por pasar por aqui y por tus palabras, sobre todo viniendo de ti.
    Un beso

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  6. Querida Belkys:
    Yo tambien casi me subo.....y me hubiera tocado porque el avion le tocaba a "los primeros expedientes" durante "la prepa" y el resto al barco. Pero mi abuela, cuando le lleve la planilla para autorizarme a estudiar en la URSS, me dijo "tu estas loca? tu no vas pa ningun lao..." y mija...que bueno, no creo que yo hubiera aguantado tanta distancia tanto frio...
    Que pena que me historia te devolvio la otra....pero bueno, algo siempre ha de quedar cuando el vestido de Fermina Daza se te aloja.
    No estes triste, no pienses....
    Un abrazo

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  7. Hola Manuel M:
    Gracias por visitarme, y gracias popr tus palabras.
    Saludos

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  8. Mi queridismo M:
    Claro que se que fuiste tu el jefe de "la comision de embullo" y recibimiento de estos muchachotes....No faltaste en esa historia como en casi ninguna. Bueno disculpa el "lapso" pero mas bien lo de mencionar las iniciales de los nombres se me ocurrio al final, pues no podia seguir contando mas....que no me iban a alcanzar mil Blogs... Que pena que no llego la chica bella....pero llego el K. bello..
    Un beso

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  9. Cuantas historias...
    Para escribir mil novelas.

    Que bien lo cuentas.
    Casi me ha parecido verlos.

    Besos.

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  10. "Ciertos recuerdos son como amigos comunes, saben hacer reconciliaciones."
    Marcel Proust (1871-1922), escritor francés.

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  11. Mágica conexión a una etapa inolvidable.
    Preciosa descripción del momento.
    Besos

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