sábado, 5 de febrero de 2011

Un filme cubano en Sundance 2011

A finales de los años 90, cuando aún estaba físicamente insertada en el sistema laboral cubano mientras planeábamos la escapatoria, visité un país latinoamericano por unos días y regresé (regresé porque mi hijo no pudo ir conmigo) muy enferma con una tremenda neumonía. Como soy alérgica a la penicilina y mi país vegetaba en la eterna penuria que siempre ha vivido, la Doctora de la familia, nuestra querida Ana M. (que no lo es de mi familia, es la doctora de miles de familias a la redonda y a la que el gobierno ha entregado un pequeño apartamento colindante con un minúsculo consultorio para que atienda a todos a las horas señaladas y a la que a todos les dé la gana también) que no contaba con ningún otro antibiótico y reconociendo ya la realidad de mis pulmones me dijo que me fuera con mi tarjeta de embarque que se me había entregado en el aeropuerto al Instituto de Medicina Tropical (IPK- Instituto Pedro Kouri), uno de los baluartes médicos, de investigación y de reconocimiento internacional de la Revolución cubana (según ellos mismos, aunque creo fue fundado desde mucho antes por este insigne médico) que se ocupa entre otros de Epidemiología y Enfermedades transmisibles, y que allí me presentara en la posta de guardia (estaba todo controlado, cerrado y vigilado) diciendo que estaba enferma, que venía de un país latinoamericano y que no sabía que me pasaba, para ver si así lograba el mismo diagnóstico y la medicina que necesitaba.
Así sucedió todo, pero me facilitarían el medicamento in situs. Esa era la condición y sin opciones. Allí me re-diagnosticaron mi neumonía, me recetaron un antibiótico “céfalo…algo” y me explicó el médico muy calmadamente que la única disposición de camas que tenían era en un cuarto que compartiría con una muchacha de provincia a la que le investigaban su hígado, y que dicha habitación estaba en la sala X donde se encontraban los pacientes enfermos de SIDA. Quede aterrada.
Por aquel entonces enfermos de SIDA para mí era un perfil desconocido y por supuesto nada bueno. Para mi asombro aquel hospital era lindo, limpio, los elevadores funcionaban, teníamos salones con butacas cómodas, varios televisores, comedores arreglados, había agua, los inodoros funcionaban, se abrían grandes ventanales con luz, y todo estaba muy pulcro y los pacientes que encontré a mi llegada fueron amables, y sus rostros eran los rostros que vemos todos los días, de estudiantes universitarios, de gente trabajadora, de muchachas bonitas y engalanadas, de gente tan común y habitual como la únicas dos que no portábamos la enfermedad. Esa noche nos quedamos encerradas en la habitación aquella muchacha y yo hablando mucho hasta tarde en la noche, queríamos estar en vela, teníamos miedo. Cuando el sueño nos venció decidimos poner un sillón grande detrás de la puerta “por si acaso a alguno de ellos se les ocurre hacernos algo”. Una enfermera, a las cinco de la mañana, llegó con su carrito de operaciones de rutina (jeringas y etc.) para sacarnos sangre. La pobre mujer por poco se cae con tanto trabanco y se formó un escándalo inolvidable. Allí estuve seis días con sus noches, y a pesar de que aquella historia recorrió todo el hospital, conocí el rostro auténtico, sin que mediaran tabús ni prototipos, de gente linda y buena, gente triste y gente optimista, que nos abrieron su corazón, nos relataron momentos horribles, sus períodos más felices, el abandono o el apoyo, la incertidumbre, los hechos, las posibilidades, las estadisticas, las organizaciones, y el temor. Al salir de la institución y durante mucho tiempo recordé aquellos días como una de las mejores experiencias vividas. No pude tener mejor lección para mi arrogancia e ignorancia. Me devolví el corazón pesaroso y magullado, pues también conocí a un niño enfermo cuyos padres se habían infectado voluntariamente el virus. Una leyenda urbana de la cual alcancé a atisbar una ráfaga de dolor y penitencia. Me quedé preguntándome ¿por qué lo hicieron, qué querían lograr, que querían expresar, rebeldía, fortaleza, tormento? ¿Por qué querían morir? Ahora una película cubano-española "Boleto al Paraiso" nos trae el tema. No sé cuántos jóvenes cubanos hicieron esto, no sé si este largometraje, que compitió (y no ganó, pero que fue una de las 16 finalistas seleccionadas para la categoria entre 1,869 entradas) en el Festival de Cine de Sundance 2011 nos muestra estos mismos hechos en su real contexto. Inspirada en el libro Confesiones a un médico, de Jorge Pérez Ávila, un médico cubano, dedicado al estudio del VIH y la atención cercana al paciente, fiel seguidor del régimen y primer director del Sanatorio para enfermos del SIDA, “Los Cocos” de Santiago de las Vegas, en las afueras de La Habana.
Según el director de la película estaremos frente a una mezcla de realidad, testimonio, ficción y digo yo: consternación. Por supuesto la veré (durante muchos años conté esta historia que escuché en el hospital y mucha gente no me la creía) aunque aún no sé donde…


Ficha Técnica
Guión: Francisco García, Gerardo Chijona y Maykel Rodríguez
Dirección: Gerardo Chijona
Producción General: Camilo Vives, Antonio Hens, Isabel Prendes
Dirección de Fotografía: Raúl Pérez Ureta
Montaje o Edición: Miriam Talavera
Música Original: Edesio Alejandro
Dirección de Producción: Evelio Delgado
Argumento: Argumento: Francisco García y Gerardo Chijona
Dirección de Arte: Lorenzo Urbiztondo
Sonido Directo: Valeria Mancheva
Diseño Sonoro: Osmani Olivare
Directora Asistente: Tania Ceballos
INTÉRPRETES
Miriel Cejas   Héctor Medina
Dunia Matos  Saray Vargas
Fabián Matos  Ariadna Muñoz
Luis A. García  Jorge Perugorría
Blanca Rosa Blanco   Alberto Pujol
Laura de la Uz   Osvaldo Doimeadios
Rafael Lahera  Mario Limonta
Paula Alí  Samuel Claxton

3 comentarios:

  1. Cuando pueda la veré.
    Tus radiografías de Cuba me dejan sin aire.

    Besos.

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  2. No la he visto. Esta semana me la bajo.
    Conocía los hechos, pero sólo había visto algún documental.
    Y no me extraña que sigas contando los horrores del régimen y ni te crean ni sigan creyéndote.
    Besos, Fermina.

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  3. Un hospital nos hace a todos los que allí estamos iguales. La pena es que haya diferentes hospitales que nos hacen distintos unos de los otros. La historia del SIDA es triste.

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