miércoles, 12 de mayo de 2010

El recuerdo del Mariel a mis diez años. (II)

"Lissette"

Solo recibí una carta de Lissette, mi abuela una postal y una carta de Ircia, y algunos saludos enviados a través de sus parientes que aun vivieron por algunos años mas en la cuadra. El día que Lissette se fue regresé corriendo a la casa, me escondí en la terraza y recostada a la pared me desplomé, doblada del dolor de vientre, de pecho, de piernas. Sentía paralizado mis gestos, mi voz, mi corazón. Con diez años solamente aun no conocía sufrimiento tan grande. Unas semanas atrás, como casi todas las tardes atravesé corriendo el portal de su casa, me metí en el pasillito lateral que conducía a la puerta trasera de la cocina, y como siempre hacía la llamaba a través de cada ventana que surgía sobre mi cabeza. Ircia, su mamá, me tomó de las manos con su habitual ternura y me dijo con voz suave, que se iban. ¿A dónde? A España. ¿A España, cuándo? En unos días, o unas semanas. ¿Y por qué? Para estar juntos con nuestra familia. ¿Qué familia? Todos están aquí, y los otros viven enfrente. Me abrazó tan fuerte como pudo y me dijo: “Ay mijita no te pongas así”. Sin sacar mi cabeza de su pecho, le pregunté ¿Y se van, como los que se fueron por la embajada del Perú y por el Mariel? Ella no contestó, me pasaba la mano por la espalda. Y me aterré ante el riesgo de ser expuesta a ser parte de la tropa de los gritos, los carteles, los tomates, y los huevos. Me respondió: “No te preocupes. Todo estará bien”. Se sucedieron días tristes. Lissette no participaba mucho de los preparativos del viaje en su casa, que eran numerosos, pues viajaban además 3 ancianos. La dejaban jugar con nosotras, mi hermana y Miriam. Aprovechábamos el tiempo tanto como podíamos. Ella dejó de ir a la escuela, y yo llegaba desesperada cada tarde. Seleccionaba entre sus juguetes para darnos algo a cada una. Me dejó dos de sus muñecas. Me dejó unas cuantas tacitas, platos, y libros. Me dejó sobre todo un ahogo desesperado. Mi mejor amiga, la primera en darme la bienvenida cuando nos mudamos a la calle 15, mi amiga de juegos, pillerías y confesiones también se unía a los tantos “apátridas y gusanos” que traicionaban a la patria por aquellos días. La vi montarse en aquel carro verde y estridente después de un largo abrazo y mucho llorar. Me quedé parada en medio de la acera mientras sentía el deseo de correr tras ella como en las películas de amor que veíamos juntas, la vi diciéndome adiós por el cristal trasero del carro, y lloraba y sonría a la misma vez y agitaba su mano sin parar. Nos prometimos escribirnos diariamente, nos prometimos no olvidarnos nunca y ser siempre amigas pasara lo que pasara.
Hoy, después de treinta años de esas promesas no puedo recordar su rostro, pero cada primero de abril, día de su cumpleaños, me preguntó dónde estará, y si alguna vez ella se habrá acordado de mí. Le escribí varias cartas, autorizada por mi abuela y mi tía, después que una de las vecinas viniera a advertirme que era mejor olvidarme de la "niñita gusana" para que no me metiera en problemas. Pero la vida en aquel lugar no se reducía a la tristeza de dos niñas separadas por las circunstancias. La vida en aquella ciudad, en aquel país, era un arrebato incontrolable de todos los derechos, una saña sin mesura contra cualquier forma de pensamiento diferente y la mayoría de nosotros permanecíamos ciegos, mudos e ignorantes. Cuando lo descubrí fue tarde para algunas cosas. Incluso para buscarla. Por aquella época algo tan común hoy día como viajar, gracias al delirio de unos estafadores en nombre de la justicia y la igualdad, se convirtió en el dolor de miles de familias y amigos, en el adiós, en el nunca más. Pero como para tantos y tantos que dijeron adiós a sus seres queridos, despedirme de Lissette, fue apenas el comienzo.




4 comentarios:

  1. Hola Fermina, la primera separación de una amiguita mía fue en 1960, yo tenía 9 años, y aún recuerdo el dolor tan grande que sentí al despedirme de ella, durante varios años nos escribimos, más de 10, incluso yo ya estaba viviendo en España. Y de repente dejó de escribirme, lo curioso es que no fue la política lo que nos separó, fue la religión, ella se metió a testigo de Jehová, una niña que había estudiado en colegio de religiosas, y por una simple pregunta que le hice, al parecer se ofendió y no me escribió nunca más, le escribí un par de veces y no recibí respuesta. Es algo, que aunque ya han pasado muchísimos años, no he logrado olvidar ni superar.
    Un saludo,

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  2. Asi es, esas cosas no se olvidan, yo nunca mas supe de ella, pues eramos ninnas, y yo vivia en la voragine de la "revolucion" y quizas eso hizo que no pudieramos escribirnos o que no recibieramos las cartas, no lo se. Pero nunca mas supe de ella. Un vecino un dia me conto que su mama tuvo noticias, que habian hablado etc, y me dolio saber que no pregunto por mi o pidio mi direccion, en fin...que no hay que culparse, ya sabemos de quien ha sido toda la culpa aqui...
    Yo creo que la religion sobre todo, no debe ser un punto de distanciamento, ni de separacion de amigos y familias. Pues esos son sentimientos o filosofia de vida, o formas de vivir, o lo que creas que signifique en tu vida muy intimos, muy privados. Pero desgraciadamente pasa, hay personas que no entienden que no pienses como ellos, que creas en cosas diferentes o sencillamente que no creas.
    Gracias por tus comentarios, pues se que lleva su tiempo hacerlos, tengo amigos que leen el blog pero han pasado tanto lio para dejar un comentario, que me comentan a mi....
    Un saludo tambien,

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  3. Fermina, este relato me parece uno de los más desgarradores que tratan sobre una emigración. Confío que Lissette haya encontrado cariño en España y espero que nunca se olvide de ti. Con tu permiso volveré a visitarte.

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  4. Gracias Pepe.Seras bien recibido.!!

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