viernes, 23 de diciembre de 2011

Noche Buena

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Mañana celebraremos Noche Buena. Esa noche que hemos hecho tradición en casa, nosotros, unos cuantos amigos que ya son la familia, unos otros que están más solos, y algunos más que a última hora no saben para donde agarrar. Allá en la isla parecía que vivíamos los mismos en mundos diferentes. Algunos sabían lo que era, otros no (mi esposo nunca oyó hablar del tema en toda su vida familiar) algunos la celebraban silenciosamente, y otros la añoraban plenos de recuerdos. En mi casa comíamos una comidita mejorada, ya se iba guardando la carnita y se concebía un plan para la noche del 24 aunque nadie se percataba del mismo ni se aludía el asunto, pero mami ese día  sacaba el mejor mantel, ponía la mesa redonda del comedor con todos los cubiertos, se sacaban los vasos del aparador y se cerraba la puerta con pestillo. Y todos sabíamos que no podía faltar nadie a la hora de la comida. Comíamos una piernita asada o unos buenos bistecs, yuca con mojo, frijolitos negros, que a mami le gustaba más que el congrí, mucha lechuga que yo no probaba, y algo de maíz y plátanos fritos. En los años que mi abuelo vivía, teníamos cuidado de no traerlo en su sillón de ruedas a la mesa porque temíamos que nos delatara con sus improntas revolucionarias. De todas maneras, para todos, aquella noche era como otra cualquiera, solo que mami había desafiado la escases y nos había regalado una buena zampada. Quien sabe que recuerdos masticaba silenciosa.
Ahora sé (bueno, hace unos añitos) lo que significa la celebración de la Noche Buena porque lo busqué en internet. También he sabido que algunos ateos, como nosotros, lo celebran porque es ya una tradición cultural arraigada y festiva. Ah! si, somos ateos (y respetamos por supuesto a todos los que no lo son). No sé si lo había dicho antes así mismitico, espero que nadie se defraude ni se sienta ofendido. Y si lo hacen pues que pena, pues yo, y esta casita mía, somos muy buena gente.
El caso es, como ya les había contado el año pasado, esperamos este día para reunirnos sin agitarnos ya de la hora del cierre de la llantera de M. y N. o de cuánto dinero se hizo ayer y si alcanzó para pagarle a Auto Parts, o quejarnos por enésima vez que C. ha estado bajando las notas en Matemáticas en las últimas semanas, o si este perro loco de los demonios nos tiene hasta el último pelo con sus malas mañas y si resolveremos el dichoso problema, o si por fin podremos ir a Cuba o no el próximo año. Mañana en la noche, nos vamos a reír, a querer mucho unos a otros, a cantar boleros en el karaoke, a hablar de aquellos años allá en el Pre o en la beca, alzaremos la copita y el mojito por nuestros queridos muertos que no vimos morirse, y nos contaremos los planes para el próximo año y nos asombraremos de lo lindo con las ultimas fechorías de los gemelos. Vaya, que pararemos por una noche de quejarnos. Prohibido sentirse peor que otro.
Ustedes disfruten su noche, no importa cómo, cuánto, donde y por qué la celebren. Deténganse unos minutos a quererse mucho y olvidar unas cuantas penas, que falta que hace darse su zambullida de vez en vez.
Y a la gente de mi isla, les dejo mi abrazo en aquel muro arrebatado y centenario donde el mar esconde tanta batalla, una huella segura contra un olvido rendido.
Felices Fiestas!

jueves, 15 de diciembre de 2011

granitos de sal

Diciembre tuvo otros nombres, ajenos ya, borrosos. El último fue el baile y los besos semejantes a la tristeza o a todo aquello que entonces éramos. Diciembre no alteró sus nombres ni sus algazaras por más difusas o distantes que anidaran. Escaleras abajo en zafarrancho encrespado, muelle sin barco adivinando silbidos y sirenas, novia sin velo ni tul, el sillón de hierro y las piernas moras, un amor sin la r y una voz sin tu voz.


Mi rostro, encajado en mis rodillas, ahogando unos vacíos trechos de futuro. Entender no hace feliz. Ser feliz no hace entender. Te llevo, como carga justa o como alivio consentido, ya da igual, sobre todos y cada uno de mis huesos, los que duelen y los que no. Te llevo no lo dudes, como llevo el mar; estos granitos de sal y sortilegio que poseo en la yema de mis dedos.

sábado, 10 de diciembre de 2011

gestos

Si esa luz nos unió, como aquella deliciosa leyenda de mirar a la luna cautivó espíritus amantes,  habremos vivido todos los instantes ya tan lejanos, un poquito otra vez…

martes, 6 de diciembre de 2011

visitas

Yo hubiera querido quererte para siempre. Decir tenerte, volverme loca sobre todos los grises del mundo, violentar todas las respuestas que la vida, la sabiduría o la inercia nos delinearon sin voces.
Yo hubiera querido quererte como podía. Pero las vacilaciones y tres torpes tarjetas fueron pura simpleza. No regreses a mis sueños buscando algún alivio. No regreses, solo eso, quédate donde estampaste el día de morirte, la irresolución de tus pasos, la placidez que te inventaste.
Yo hubiera querido quererte sin quererte. Solo así como nadando en la orilla salpicándome los dedos, como escupiendo una semilla. Pero te apareciste ese día en que cada fantasma era una esforzada condena y mis aturdidas alas no lograban alzar vuelo. Pero te apareciste, como anoche, sin previo aviso y de un brutal portazo.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

“Our house was our castle and our keep...”

Ahora se pueden vender casas en la isla gracias al Decreto-Ley 288. Es decir, ahora los magníficos de la pagoda comuñanga-sociolista te dejan hacer lo que tú quieras con tu propia casa. Se puede vender y se puede comprar. La demencia con los precios y el carnaval caribeño del “real estate” llegaron a destino salsoso. Ahora tendremos “permutas” y otros asuntos finalmente asentados por el patrocinio de la ley. Claro, de la ley de la botella erguida, antes AKA ley barbiluenga. Y claro, esto es bueno, pero sensible. Donde se ponga el dedo aparecerá la llaga. El respeto por el derecho ha llegado tarde, tan tarde que no habrá manera hacer compaginar este con las penurias actuales de vivienda de las familias cubanas. ¿Quién podrá comprar? Les invito a hacer una visita por sitios como Revolico o Cubísima por solo mencionar dos de los más celebres.
Desastre, locura, humillación. Que me recuerdan algunas historias de casas.
Mi casa de la calle 15 muchos años ha…fue propiedad – como ha constado, inscrita y pagada en certificado- de mi abuela, o sea mi mami, nacida como África, conocida como Hilda. Murió a los noventa y cinco años, orgullosa de haber dejado a su descendencia lo poco que podía (según la época y lugar que ya sabemos): una buena casa que era todo el fruto de su duro trabajo como costurera, lavandera, posadera y cabeza de familia. Sin necesidad de un testamento se traspasó la propiedad a sus hijos: mi padre y mi tía. Cuando ambos comparecieron ante “las oficinas de la vivienda” para rubricar un nuevo certificado de propiedad les obligaron antes a pagar la casa otra vez. Ante el asombro y reproche de ellos la funcionaria, una mulatona muy joven y cuerpua, le espetó a mi tía en su cara: “Oiga señora no se me ponga bravita, pero tiene que pagar, usted ahora va a hacer propietaria de una casa” a lo que mi tía le dijo: “¡Gran cosa! ¿No? No se me ponga bravita usted, yo soy propietaria de esa casa hace muchísimo tiempo, seguramente antes de que tu nacieras”. Con omisión de esta platiquita que la tía me contó y que las condujo a un ligero careo sobre leyes absurdas, despojo y falta de respeto, la cosa en esencia fue que la casa ya había sido pagada en su totalidad a lo largo de unos veinte o treinta años, ahora si querían el papelito en mano (cosa necesaria por disputas heredadas) había que pagarla otra vez. El dilema ¿Cómo? Bueno ¡al rescate los apátridas! con un envío por la Western. Y solo así, mi tía y mi padre tuvieron el derecho a poseer lo que ya era suyo.
Otra de mis tías, Capuleto y Lawtense, ya no cabía en la casa humilde de los abuelos donde había que lidiar con cuatro hermanos, algunos cuñados y varios sobrinos. Mi abuelo tenía suficiente dinero para haber comprado por aquel entonces un pequeño cuarto, un sencillito apartamentico, un llega y pon, lo que fuera. Pero era ilegal. No se vendía, no se compraba, no se alquilaba. Esta mi tía, que además era epiléptica y necesitada de un poco de privacidad- juro que a veces era feroz permanecer allí- agarró sus gemelas y su tercera bebé, pateó una puerta de una vivienda vecina que estaba deshabitada en el nunca bien ponderado Pasaje Vázquez, rompió el sello amarillo de “vivienda” y decidió que allí viviría hasta que la sacaran muerta. Tardaron en llegar unos 5 días. Primero la policía y ella les dijo que se la llevaran presa o le ganaran a patadas. Luego vinieron los funcionarios de “vivienda”. Le dieron un mes. Y luego otro, y hubo días de estación de policía, y luego otro mes, y finalmente casi veinte años después le dieron un papelito con su nombre y el cuño del derecho a propietaria cuando terminara de pagar. Habían revisado su expediente y conocían el caso, e incluso constaba las veces que ella había ido a solicitar ayuda mucho antes y les había hablado de varios cuartos allí en el mismo pasaje, deshabitados por años. Pero no se podía vender ni comprar. Ilegal. Ilícito. Contrarrevolucionario. Rezagos pequeños burgueses. No crean, yo también le dije lo mal que me parecía tal violencia. Ella solo me miró. Era mi tía y me quería. Y yo la criticaba revolucionariamente desde mi casona calentita de Miramar. ¿Habría podido esta ley solucionar este “pequeño problemita” de tantas familias cubanas unos cuantos años atrás?
Bueno, yo solo andaba por aquí pensando en esto, pues quizás ahora muchos puedan cumplirle a sus padres algunos de esos sueños que ya se habían arrinconado. Digo yo.

En el Penthouse de Heriberto ...
...se instaló una tristeza profunda. Llevaba yo varios días esperando algún nuevo post. Entré varias veces al Blog y no logré avizorar, no había ni una nota sobre la ausencia. Ayer me cansé de esperar y escribí en el buscador de Google David Lago Gonzales y el asombro de su repentina muerte me sorprendió como a tantos. No lo conocía. Visitaba su Blog y disfrutaba su poesía, sus artículos y ensayos perspicaces, su violenta sinceridad, su desgarro generacional y su  abatido afecto por un  Camagüey que ya no existe. No quiso volver a Cuba. Y dejó claro que no quería que su obra fuera publicada mientras subsistiera la dictadura. Fue un creador enérgico, persistente, agudo, colaborador, constante. A pesar de enterarme dos meses después, y sin saber siquiera de que ha muerto tan inesperadamente, tengo la certeza de que en Madrid y por estas cibertierras se le va a extrañar muchísimo. Cuba pierde a un escritor y poeta consagrado a su época y su destierro.
David Lago Gonzales (1950-2011)
La Historia sepultará al Hombre.
Mi corazón se detendrá de repente en cualquier calle de Madrid, mi sangre se helará como el agua en una tubería una noche de crudo, imprevisible e incontrolable invierno: una ola de calor súbito me exprimirá como a un limón mientras leo sentado en un banco de El Retiro y al cabo de muchas horas, cuando ya comience a atardecer y se haga raro que alguien pueda leer en la oscuridad, un policía bajara de su caballo y me zarandeará levemente por el hombro creyendo que me habría quedado dormido, y será entonces cuando todo mi cuerpo se desmorone y se convierta en cenizas.
Un montoncito de cenizas sobre un banco de El Retiro, más pequeño que el libro que haya estado leyendo. Eso seré yo.
Pero todas estas formas de morir, tan aparentemente naturales, serán en verdad manifestaciones de la irrealidad. La verdadera causa será el peso de La Historia.
The boulevard of the broken dreams” David Lago González

jueves, 17 de noviembre de 2011

Mi otra mitad

Otra vez preparando viaje para el parque grande del ratón, esa maravilla que inventó el Señor Walt y que ha sido más exitoso que merengue en puerta de colegio. Ya le avisamos a nuestro “pequeño” de trece años que las próximas vacaciones de Acción de Gracias deberíamos hacer algo diferente. Pero no cabe de alegría al tener la oportunidad de enseñarle a la tía, a sus setenta y tres años, este lugar que tanto lo ha maravillado y que mucho ha disfrutado, aunque la tía tiene miedo que él la obligue a treparse a la montaña del Yeti o que se la trague Jaws en uno de sus zarpazos.
Siempre rebaso este día con ese ambiguo sentimiento de alegría y culpa. Lo mismo de siempre, porque unos pueden y otros no. Porque la familia y La Habana…y tanto más. Y pudiera separarme un poco de ello como hacemos cada día sin poder evitarlo desde que nos taladra el reloj despertador: ocuparnos de nuestra vida ordinaria y particular hasta volver a caer en el mismo lugar y regresar a ubicar el reloj para las próximas horas.
Y esta vez, particularmente, pensé en ti. En todos esos años en que gracias a Mami nos veíamos los fines de semana, los cumpleaños y parte de la vacaciones. Qué suerte que tuvimos las dos, aun separadas, de tener tantos abuelos extraordinarios y dispuestos. Recuerdo aquellos vestiditos que nos bordaba Mami incrustando mariposas e insertando lazos y toda la ropa que nos inventaba siempre igual para las dos, ni un detalle disparejo. Tú con tu pelo oscuro y satinado, el mío medio claro y aturdido, mi cara de letargo y tu rostro de asombro. No nos gustaba mucho aquello de las fotografías pero creo que hoy agradecemos esta inviolable tradición familiar.
Los cumpleaños en la casa del río de los Montesco, las visitas a Lawton y la chivichana a toda velocidad San Mariano abajo, hogar del extenso clan Capuleto, las incursiones al parque Dolores y al cine San Francisco, luego vivir juntas en la casa de la calle 15, los años de la secundaria, la beca, los de mi melancolía y mal humor y tu rebeldía y locura, yo tirada en la cama con un libro y tu sin llegar, las noches de fiestas y tertulias callejeras, de peleas y confidencias, el tiempo en que ya nos cuidábamos la una a la otra: los días estresantes con tu reacción a la anestesia y la vez que me llené de parásitos en medio de la peor escases y ya no sabías que hacer conmigo en los días de hospital, luego los niños llegando casi al mismo tiempo, siempre juntas a los ultrasonidos, los chequeos, los laboratorios, llegar a casa con ellos. Criarlos juntos, como nosotras, y mami tan feliz de esta nueva algarabía, y compartirnos los regueros y las comidas, las responsabilidades y las noches. Han sido buenos años, a pesar de las pérdidas, las ausencias y unas pocas averías que nos deparó el camino.
Haciendo la maleta pensé en ti. En este viaje voy a pensarte. Todas las cosas que habríamos hecho, lo que nos hubiéramos reído y jugado entre tanta “montaña rusa”, muñecos, parques y juegos. Yo con mi miedo constante y mis recelos y tú con tu atrevimiento y tú impulso. O haber estado todos con los niños y verlos como tantas veces disfrutarse y quererse. Los abuelos nos mirarían felices, a pesar de aquella ingénita guerra que se lidió para lograr que viviéramos juntas. Habernos tenido. Tenernos. No sé que hubiera hecho sin ti. No imagino mi vida sin ti. A pesar de que nunca te lo digo.

jueves, 10 de noviembre de 2011

De las noticias, los recuerdos y el sabor tergiversado de la jalea real


La Colmenita en New York
“La compañía cubana de teatro infantil “La Colmenita”, Embajadora de Buena Voluntad de Unicef, regresó a la isla tras una “exitosa” gira por Estados Unidos, informó este martes su director, Carlos Cremata… Cremata destacó lo “emocionante” que resultó para los niños haber actuado en la sede de Naciones Unidas en Nueva York, donde el líder cubano Fidel Castro y el legendario guerrillero argentino-cubano, Ernesto Che Guevara, “pronunciaron históricos discursos”, según el diario oficial Granma. “La Colmenita” recibió la distinción de Unicef en 2007 y es el único grupo de teatro infantil con ese reconocimiento que, según Cremata, destaca los resultados de la educación y la cultura en la isla…” (AFP, LA HABANA)

Puedo leerlo con bastante alegría y cierta angustia. Alegría porque quien planta semilla buena merece los más cálidos frutos, quien entrega corazón y voluntad, energía y carácter en una causa tan encantadora como ardua consigue recorrer casi todos los caminos exponiendo sus luces. Y Juan Carlos Cremata “Tin” y compañía lo merecen. Yo no conocí ninguna historia anterior a los finales de los noventa cuando la viví de cerca. Entonces era la historia de un hombre trabajador, soñador, que ya llevaba tiempo en el medio, con agallas y empuje, la historia de un puñado de seguidores con ganas de llevar el arte a donde el arte fuera más apreciado, y dedicaron por aquel entonces mucho, muchísimo tiempo de su vida familiar, de lo que pudo ser otros logros profesionales a alcanzar un poco de esos sueños, y se fueron a los lugares más intrínsecos y lejanos de la isla, mas pobres y fríos, allí donde apenas llegaba ni la noticia, ni la televisión, y mucho menos teatro, teatro hecho por niños. Tuve la suerte de ser parte en uno de esos viajes en el año 1995. Con el apoyo de algunos funcionarios con ganas y “autorización”  y de la “Organización de Pioneros” se podía organizar una guagua para llegar a la ciudad cabecera, y de ahí en adelante camiones, caballos, tractores, lo que fuese. La Colmenita eran unos pocos niños de entre 5 y 12 años, y unos cuantos adultos, entre ellos madres que comprometían todo por cuidar los hijos de otros, que a su vez eran las vestuaristas, costureras, cocineras, enfermeras, y actrices,  algunos muchachos y profesores de la escuela de arte que a su vez eran los actores, músicos, sonidistas, tramoyistas, utileros, cargadores de niños y tíos amorosos en todo momento. La comida era escasa como siempre es por allá, se aseguraba lo mejor a los niños, las acomodaciones eran inciertas, a veces nos cedían un espacio en alguna “escuela en el campo” o la “escuela del Partido”, otras se dormía en barracones e igualmente se aseguraban las mejores opciones para los pequeños. Aquel viaje nuestro fue a las montañas del Escambray. Yo era una invitada, aunque fui tratada como familia, muchos eran mis alumnos de la escuela y mi viaje con ellos pretendía ganar presencia de la dirección de la Facultad para próximas batallas, y un poco de reportaje sobre el trabajo del grupo.
Para su labor diaria se reunían en diferentes casas, sitios prestados, algún lugar de la escuela de arte. Todos, padres e integrantes, aportaban lo necesario para las obras y la utilería, un poquito de un buen samaritano por aquí, un poco de un funcionario inteligente por allá…Un día las cosas comenzaron a cambiar, es decir a mejorar y presentaron su trabajo y su alegría en el momento justo ante los ojos necesarios, y el gobierno finalmente les entregó una sede. En aquella casona del Vedado, los vi recorrer los pasillos, habitaciones, patios, idealizando cada lugar para ensayos, luces, prácticas de canto, vestuarios, aulas. Y comenzaron a planificarles presentaciones y espectáculos a lo largo y ancho del país, en los mejores teatros, sin tanta preocupación ya ni por el alojamiento, el vestuario, el transporte o la comida.
Y actuaron frente a la Reina Sofía de España, y ahora tienen franquicias dentro y fuerade la isla, y hacen presentaciones pidiendo la Libertad de los “Cinco” antiterroristas y comenzaron a salir fuera del país,y son representantes de la UNICEF, momentos en que entonces hay que exhibir, más que arte, buen teatro y encantamiento, fieles principios revolucionarios, y hay que preciarse de la Revolución y hay que decir que uno se muere por Fidel y pandilla. Bueno, no “hay que” pero ya sabemos… y entonces ésta es la parte que miro con cierta desazón porque no sé donde se pierde la línea entre lo que verdaderamente ellos creen y lo que quieren creer, o entre lo que ellos creen y lo que deben creer, entre el talento y la idoneidad… y entre las personas que yo conocí y los juglares… pero claro esto es solo mi apreciación, que como tantos también lo hube de vivir…. No debería establecerme ciertos juicios, pero quien vio y ve tendría que alegar junto con nuestro famoso Marx que el hombre piensa según vive

martes, 1 de noviembre de 2011

La otra. (XVII)

(La segunda etapa)
Después de ella las cosas cambiaron. La casa del río había visto alterada su rutina hacia unos meses atrás cuando a Picon se le retorció la vida en un segundo y su cuerpo lo abandonó sin enmiendas. Hospitales, pérdidas y frustraciones. Al abuelo Picon le agrietaron el cerebro sin vacilación y sin ajuste, y lo dejaron librarse de lo inevitable entre terapias y loqueros, volviendo a casa hecho solo una mitad de hombre. Por esos mismos días su madre la colocó a ella en este mundo con un poco de trabajo y algún padecimiento, el único que le dio en esta vida y del que quizás – a veces ella pensaba con desánimo- nunca se recuperó. La niña llegó envuelta en telas amarillas y encajes blancos como era la ocasión, pelona y rosada, y con la cabeza de pepino, según comentaba el propio padre. Pero con ella, y sin proponérselo, se remolcó el júbilo renunciado en aquel mausoleo de cristales y mármoles, y la niña descubrió para su regocijo y orgullo en la vida, sus más grandiosos e imperecederos amores. Todos ellos, los del piso grande de espejos y los de abajo en la explanada, los niños y los más grandes, los blancos y los prietos, le ofrecieron su caricia amiga, la cercaron en sus brazos, le cantaron los sueños y le dejaron ser feliz, tanto como se podía en esa sui generis estirpe que finalmente fueron: un par de abuelos, una tía y ella.
Es decir, yo, una noche de agosto de 1969.
Y el mundo de África, de Hilda, de la mujer sana y disciplinada, fuerte y segura que había sido, se convirtió en el de la complaciente y cálida abuela entregándome el amparo y la alegría hora tras hora, agazapando los dolores entre platos de papas fritas y costuras impecables, sorteando las gavetas con tristezas y lejanías, echándolas al río con las algas y las brisas, ingeniando leyendas sobre Paquito y la vieja del moño que no se bañaba, regalándonos las fiestas más radiantes y creativas pobladas de payasos y guitarras, palmeándome mi espalda cada noche con un susurro perpetuo de ternura, andando de mi cama a la de Picon en noches de permanente fatiga. Su olor nunca se me escapó ni en los momentos más feroces cuando el fango y el absurdo arrasaban hasta con la memoria.
Yo en los brazos de tia, a la derecha.
Mi abuelo Picon, en su sillon de madera
  En la casa del río comenzó todo, la misma casa donde el agua varias veces nos arrebató los deleites, donde en ocasiones el río nos agobió hasta el impulso, la misma casa donde el amor me dio la enhorabuena, allí gocé sus pasillos y terrazas, sus piedras y olores a humedad, allí nunca poseí la sensación del mundo verdadero, cosas parecidas a esas sacudidas con las que comenzamos a abrirnos paso desde un útero tibio y que solo se truecan en realidades que tocamos o enfrentamos un poquito más tarde…solo un poquito más tarde… 

martes, 25 de octubre de 2011

Imágenes

La noche era de las abrigaditas, ni frio ni calor, bien rico el “weather”. Desde la ventanilla trasera podía ver la vida pasar. Eso fue lo que pensé. Imágenes. Fulgor y sombras. Pestañear y perder. Conquistar y ser. Lo mismo que la vida. Luces, carros, luces, sórdidas esquinas, destellos mezclados, almacenes extintos, obras de aluminio, luces, y los grandes anuncios de la mordida: “En este hospital el cáncer se cura”, “en este mercado tenemos los precios más bajos”, “en esta clínica te amarran tu estómago aguafiestas y te pones luego así como una Barbie”, “en esta boutique del Mall te vuelves loco”… La música sutilmente hipnotizándote y ellos adelante tarareando a Bruno Mars y en veinticuatro hercios por segundo desfila un retazo de vida a través del mismo cristal, en el más delicado silencio que te robas. Tu rostro revelado en el vidrio de la ventana con los destellos yendo y viniendo entintando cada lapso. Aquellos días y la playa, los abrazos fabulosos de la niñez, las peleas en el patio de los vecinos, la larga loma después la escuela, y hacerte mujer, pedalear y pedalear y no llegar, descubrir la desesperación y todo el mundo desparramándose como un juego de yaquis sobre granito pulido… Un atisbo de volver la mirada…Nunca lo hubo. No lo habrá. Las imágenes que se pierden, los cláxones que ya no escuchas, los rostros que nunca definiste. Ahora no, ahora ya no. Te adentras, como en la vida misma, en el último tramo que te pertenece. Imperecedera propiedad que ya conoces y no te atreves a soltar. La estufa de tu alma. Y sientes que ahora el camino es más lento, que no te agobian las luces, los carros, los cláxones, que puedes recostar tu cabeza al cristal de la ventana y dejar aparecer los pinos enrojecidos, los venados correteando ya menos sedientos, las ardillas tramposas y agobiantes, todas esas cruces e imágenes que ya no juzgas, y esta oscuridad prematura que hace pocos años aborreciste hasta que comenzaste tu misma a disiparlas temprano. El perro ladra de alegría, te empuja y le dices dos disparates y sueltas todo sobre el sofá.  ¿Un atisbo de volver la mirada? A veces llega el momento justo en que lo odiarías.

martes, 18 de octubre de 2011

cosas de novelas

Dio unos pasitos mas, se acercó a la puerta y arrimó su puño listo para llamar. Pero un suspiro tan roto como esa aldaba roñosa y corroída le sujetó el ansia. “¿Y si no me recuerda? ¿Y si me recuerda? ¿Y si no nos abrazamos ni nos besamos ni nos decimos todas esas cosas que nos prometimos hace veintitrés años? ¿Y sí solo me saluda y luego dice mirándome derechito a las caderas: como ha pasado el tiempo?"
Dejó su mano clavada en la aldaba mientras un torrente de augurios zarandeaba su cerebro. “Las historias de amor no existen mija, eso solo es cosa de novelas y las películas”. El hombre que se queda, se queda. Lo demás es pura habladuría”. Eso y más, cada noche acomodada en su sillón de mimbre, le largaba la madre mientras ella se consumía, en la mecedora contigua, con algún bordado o costura que nada le estimaba. Movió la aldaba ligeramente. Espero unos segundos, y con chorritos de sudor rodándole entre las piernas caminó menos ligera pero fue escaleritas abajo sin regresar la vista. “No vuelvo, no vuelvo” se dijo y ya estaba arrepentida por no haber esperado otro ratico más.
El machaque de la madre le laminaba a segueta mientras apuraba el paso. “Quien de verdad te quiere, no se va y te deja así hecha un bulto y sin abrigo. Sabe Dios a dónde fue a parar en ese barco. ¡Que vengo pronto! ¡Bah! Patrañero. Lo veía venir, lo veía venir, pero tú no escuchas niña, tu no escuchas, es que eres mu’ ignorante mija, mu ‘ignorante!”
Fue su propia madre quien lo volvió a ver trajinando en la fila larga de comercios de la Avenida Matarimbe, lo siguió impúdicamente, con la cara pálida y el corazón bufando. Fue su propia madre la que le dijo ve a verlo y dile la verdad. Y ella: ¡pero mamá si tu…!”.Así mismo mija, así mismo, como en las novelas y en las películas, ve y dile la verdad.”
Regresó en medio de una tarde bochornosa y rosada. Se dejó caer en la mecedora destartalada, al lado de su madre que agarraba el tejido desorientado e inútil y la miraba con la angustia de los destinos malsabidos. “No era él, madre, no era él. Su esposa me abrió la puerta y él me invito a pasar, y hablamos mucho, ¿sabes? Y tomamos un cafecito, y no era él madre, no era él. Sí que se le parece bastante, pero ellos son del interior, vinieron a la ciudad hace solo unos años, tienen cinco hijos y pronto se van a América. No madre, sí que se le parece, pero no era él. Ya olvídese de eso. Que a nosotras no nos hizo falta nunca hombre alguno, ni a Candelaria un padre que le estuviera ajustando la correa. Bueno madre, me voy a refrescar que estoy empapa’ita”.
Se metió al baño como humo sin peste. Lloró. Lloró hasta que el pecho se le se aletargó en una maraña de derives. Salió salpicada de agua clara y embadurnada de talco y enrojecida del vapor en la contienda. Asomó su rostro a la puerta de la estancia para llamar a su madre a comer y se encontró de frente con la visión del hombre en el mismo día de la partida prediciendo un pronto retorno. Sacudió la cabeza y el cuerpo en una danza irritable y liada. Regresó la mirada y no era la imagen de antaño, era él mismo, allí mismo, invadiendo su mecedora y en plena faena de bazas con su madre que había soltado el tejido y movía sus manos con felicidad. Se acercó paciente e incierta, ambos tropezaron la mirada sin sombras ni aborrecimientos, su madre suspiraba y con sus ojos duros y agobiados rogaba alguna palabra. En un segundo sempiterno, Candelaria abrió la puerta de la calle en aparición rozagante y jubilosa acarreando libros y azucenas. Le sonrió a todos los presentes y sin cachazas ni verbenas saludó “¡Ay abuela, tremendo calor allá afuera!”.

(Esta historia me la contó la protagonista, dueña de la mata que daba los mangos más rojos de todo el barrio. Me la contó y me dijo que era la “puritica verda’ ” y yo que sucumbía por las historias más cursis me le quedaba mirando extasiada mientras arrancaba cáscaras a los mangos. Candelaria vivió cien años hasta anoche.)