viernes, 30 de marzo de 2012

Tiempos

El reloj del abuelo Ficato vegetaba taciturno y desabrigado en una casa del Vedado pintadita de verde claro, con portal pequeño y ventanas de cristales a través de las cuales podía verlo mover su pesado péndulo dorado y del que, en mi visión fantasiosa, brotaban lágrimas. Una de las tantas historias que eran parte de nuestras excursiones a comer sándwiches a la cafetería El Carmelo o a la de El Potín. De regreso a casa en el veterano Ford de la tía Carmen transitábamos despacio por delante de aquella casa para saludar con cariño de antiguos amigos al triste reloj. Asomando el rostro por la ventanilla mi hermana y yo, regadas las greñas por la brisa, la tía Carmen nos contaba siempre con voz recóndita que en esa casa vivía el señor Ficato. Militar retirado con alto rango y honores que hacía muchos años gustaba de tocar el piano en el saloncito de su casa y de limpiar su querido reloj de pie. Regalo de su bisabuelo a su abuelo y de su abuelo a su padre y de su padre a él. Una caja de madera de mar, hermosa y tallada, con una dedicatoria en letras de oro: El tiempo descubre la verdad. Una pieza única, una obra maestra. Lo había mandado a hacer a un famoso ingeniero relojero de su ciudad natal allá en Cataluña y se lo entregó al primero de los Ficatos en su graduación de médico. Se conservó en el mismo sitio por años, y para que la luz del sol no blanqueara su cuerpo cobrizo durante las horas del mediodía lo cubrían con la mantilla de encaje de Chantilly de su esposa. A mediados del año 1959, cuando los barbudos ya asentados en la capital pesquisaban rezagos y dominios, se le aparecieron en la casa al señor Ficato. Buscaban su arma pues no aparecía registrada en las entregas. El tembloroso y enfermo abuelo Ficato, como ya le llamábamos a estas alturas de la historia, aseguró que si la había depuesto, que sería una equivocación, un error burocrático. Tres hombres uniformados del verde olivo revolucionario estremecieron la casa, dejaron gavetas tiradas en el patio, colchones rotos y lozas de la cocina levantadas. Casi al salir, uno de ellos reparó en el viejo reloj del que ya le habían molestado sus campanadas. Y fue por el. No valieron las súplicas del abuelo Ficato o el sollozo arrasado de su mujer, ni la intervención del vecino llamado a testigo. Con una silla quebraron la caja del reloj por detrás, sacaron la maquinaria y le dejaron todo hecho un amasijo de metales sonantes sobre el sofá de mimbre. No encontraron nada pero le dieron cita para pagar una multa por desacato. Desde entonces los acordes de Bach se enmudecieron y solo se escuchaba el eco de martillos y clavas, y el retintín de llaves y pinzas. El abuelo Ficato recompuso su reloj y lo colocó en el mismo lugar, exhibiéndolo a todos los transeúntes que le habían admirado desde siempre.
Sus hijos y nietos abandonaron el país unos años después sin que les dejaran llevar ni sus propios relojes de pulsera, y el abuelo Ficato murió tomando su siesta en el sofá de mimbre al lado de su reloj. Dinorah, la cridada de la casa, recibió todo en testamento, y conservaba la joya en el mismo sitio. Fue ella quien contó la historia a una amiga de una amiga de una amiga de mi tía Carmen. La primera noche que la escuché, llegué a casa y agarré una silla de la cocina, me encaramé y descolgué de la pared, en lo alto estante del calentador del agua, el reloj amarillo con bordes dorados en forma de cafetera que conocía de toda la vida y que regía los tiempos de mami para la cocina y para nosotros. Lo escondí entre las colchas de los perros y no pudieron encontrarlo en varios días. Hoy creo que aferrarse al pasado con garras de tigre no es totalmente saludable. No debemos, y no queremos, olvidar. Pero no podemos desangrarlo buscando una cura. Si alguien me hubiera arrebatado aquel reloj amarillo en forma de cafetera de la maravillosa cocina de mi casa hubiera perdido mis tiempos y mis sitios, e igual que una paloma mensajera no encontraría regreso al hogar.

lunes, 19 de marzo de 2012

Recuento

Desde pequeña quise ser actriz. Como casi todas las niñas. De las cosas que se me ocurrieron en ese largo camino hasta el momento de elegir, fue la única que atesoré con esperanza. Crecí en una casa llena de espejos y lunas inmensas y me paralizaba ante ellos con vestidos, zapatos y collares de mami y tía. Teníamos una buena biblioteca donde se podían encontrar viejos long play de 33 y 45rpm de boleros, zarzuelas y algún que otro importado. Lo mismo imitaba a Sarita Montiel que me deleitaba siendo una versión femenina de Barry Manilow. Cuando me di cuenta que no tendría ni cuerpo de modelo, ni afinación ni voz, ni aptitudes de danzarinas igual quedé tranquila pues ser actriz era mucho más que eso y si podía escribir mejor aun. Teatros, obras de la escuela, monólogos, declamaciones, y escuela de arte. Seguí cada paso con cautela y timidez. No lo logré. A alguna edad te das cuenta que hacen falta mucho más que persistencia y talento para conquistar algunas cosas. En ese largo camino también soñé con ser piloto de aviones comerciales. Coleccionaba y armaba todos los modelos que vendían y que por supuesto eran todos los aviones rusos del momento: Ilyushin, Yakovlev, Tupolev, Antonov, me los conocía al detalle y me devoraba toda la literatura rusa sobre el tema. La única escuela de aviación cubana radicada en la isla no aceptaba mujeres. Un día también comprendí que mis hipo-glicemias y constantes migrañas no me llevarían a ningún lugar de esos. Pero como la vida no es vaca cerrera y si te apuras alcanzas, me hice maestra, y a pesar de los inconvenientes que los difíciles años del “periodo especial” y el descalabro nos fueron reportando, terminé viviendo entre la música y el arte con la satisfacción de escuchar cada nota y sentir cada interpretación con la misma fibra de aquellas viejas ilusiones.
A unas pocas horas de que mi hijo cumpla catorce años lo miro y me pregunto si algunas de todas las ilusiones que ya va almacenando las lograra vivir. O si fantaseará con algunas demasiado engrandecidas. Ser adolescente es complejo. Allá lo vivíamos diferente, y a nadie le conmovía si tus hormonas o tus espacios tenían importancia. Mi hijo dice, y es lo único que ha dicho en muchos años, que quiere ser médico. Busca en internet el ranking de universidades para hacer el pre-med y la carrera, costos y especialidades. Y quiere ser tan brillante como Dr. House. Parece ser que el también tiene su Barry Manilow y su Tupolev. Pero no le decimos que para lograr algunas de estas cosas no solo se necesita persistencia y talento. Solo quiero que sea noble. Suponemos que haber dejado tanto atrás para intentar proveerle un futuro será recompensado.
 Le vi afeitarse su bigote por primera vez y recordé cuando lo mecía en el sillón por horas. Lo miro y estoy tan segura de que no haber sido actriz o piloto de aviones, no me dejaron ni una marca. Lo veo patinar y reírse con los amigos, lo veo llegar de la escuela diciendo “que hambre tengo”, lo observo cuando duerme y casi se le salen los pies de esta cama, y estoy tan segura que la mayor satisfacción de mi vida no me la hubiera dado ninguna profesión.

miércoles, 14 de marzo de 2012

La mujer del coronel



Una novela de Carlos Alberto Montaner.

“Es una novela sobre la libertad, sobre la libertad de las personas para tomar sus propias decisiones en las circunstancias más dramáticas. En Cuba, uno de los controles más lamentables que existen, una de las faltas mayores, es la falta de libertad afectiva. Un régimen que es capaz de decirle a la sociedad –ustedes no pueden tener contacto con las personas que se fueron del país, usted no puede volver a tener contacto con sus hijos o con sus hermanos o con sus padres porque esas personas se fueron del país…porque son desafectos al régimen- entonces cuando un sistema entra en el corazón de las personas y les dicta a quienes tiene que amar y a quienes tienen que rechazar y a quienes tiene que aplaudir aunque no los quieran y aunque los detesten, cuando un régimen se adueña de la afectividad de las personas ha liquidado cualquier vestigio de libertad. Después de eso la libertad económica, la libertad política ya eso no significa nada porque ¿qué puede haber más importante que el derecho a hacer con el afecto y con el corazón lo que uno desee? Por eso decía que esta es una novela dedicada a explorar la libertad”.*

Y comencé a leerla con la desconfianza de ojear lo mismo con lo mismo, esa mezcla impaciente de daños, repercusiones, infortunios, niñas prostituidas, vecinos desafiantes ante cualquier pista de tenencia, familias en ofensivas diarias por un trozo de pan, balsas, balsas...muerte. La realidad que conocemos aunque la vivamos a ciertos pasos de distancia y que desde este otro lado de la orilla me mudó el espíritu en desafío y culpa. Y hallé un asomo distinto. La mujer del coronel lo tiene, lo devora y no lo dice, no me lo ralla con el lado sin filo del cuchillo. Desmenucé palabras dispares, repasos rancios que venían de otras voces, parajes de los patios y entrecalles húmedas, de aquel vecino vestido de verde con olor a charco que no nos dejaba correr por su pedazo de acera, de la trágica historia en el velorio de la hija de A., del mar y aquella frase “tú te marchaste, yo me quedé” y las caras de todos cuando se oía en el Phillips “Lagrimas Negras”.
Uno escucha, uno habla, uno comenta pero no siempre se detiene a pensar. Y por un rato me enfrasqué en que tal si el Coronel Arturo Gómez y su mujer Nuria hubieran sido los vecinos de al lado. No hay una vida que no haya sido tocada por el desafío, por el egoísmo de las ideas sublimes y costosas, por la mano que ofreció y timó. Tampoco han existido muchos pueblos que no sucumban ante tanta exaltación y fogueo.
La novela me devoro a mí. Una historia de amor que te estaciona en una época y un lugar en que no hubiera querido vivir. Una historia de amor llena de sensualidad, sexualidad y erotismo. Y de escenas muy gráficas y demandantes. A veces me detuve y cerré el libro. No por pudor ni candor. Por vergüenza, por cobardía, por pena ajena. Pensaba en Nuria, en la ambigüedad de sus sentimientos, en la tergiversación de su propia realidad, en su inteligencia desmantelada. Nuria no amó a un hombre, no engañó a nadie, amó el amor, la libertad de sentir, de poseer, de entregarse. Dejó de engañarse a sí misma por unos días. Y cuando todo el tumulto de pasiones, de amores filiales lejanos, de aires cálidos y dulces en viejos empedrados se soltaron la abandonaron sorprendida y vulnerable.

"…no Arturo mis padres no eran unos traidores. Eran simplemente unas personas que no querían vivir en Cuba, que no creían en la revolución… no, Lucia no es una enemiga ni una agente de nada…encontrarme con ella fue encontrarme con un pedazo mutilado de mi vida…no, no fui a Roma a engañarte…no Arturo, no soy una puta, no me ofendas…tal vez quería sentir emociones antiguas…necesidad de experimentar una felicidad distinta……yo no quería hacerte daño… no, te equivocas, no pretendía humillarte. La relación con Martinelli, cincos días miserables, no era contra ti, sino por mi…no vuelvas a llamarme puta…y ¿tus infidelidades, Arturo?...si…ustedes tienen la necesidad de regar esperma y nosotras de sentirnos amadas… ¿Por qué me fui a la cama con un viejo? Porque yo no andaba buscando belleza física, ni nadie que compitiera contigo…sabía que estaba mal lo que hacía, pero también sé que es absurdo exigirle permanentemente a las personas un comportamiento que es contrario a la naturaleza humana…lo que me parece terrible es que el ejército y el gobierno se inmiscuyan en las vidas privadas de los cubanos…tampoco es verdad que exista el honor colectivo… ¿a quién coño se le ocurre decir que una institución, una abstracción jurídica, tiene honor? Honor tenemos tu y yo, pero ni tu honor depende de mi actuación, ni el mío depende de las cosas que tú haces ni el de los dos depende de lo que podemos hacer con nuestros genitales…te equivocas, yo si tengo honor y no ha desaparecido…Mi honor consiste en serte leal a ti y a mi misma en las cosas fundamentales de la vida. En tener valor para abrazara mi hermana. En defender las cosas…que creo… ¡Soy una mujer coño, que una vez se dejo llevar por su corazón sin pretender hacerle daño a nadie!…Hay mil cosas peores que las infidelidades…"**

Un buen libro, se lee rápido, te mantiene alerta, y te sorprende. Nos cuenta una historia con un interesante equilibrio entre la prosa y los personajes. No puede leerse con mojigaterías o prejuicios. Y de día mejor, durante la hora del almuerzo y en público…

* Palabras de Carlos A. Montaner en una de las presentaciones de su libro.
**Ultimas páginas de la novela, en su enfrentamiento con el esposo. Se le conoce como el monólogo de Nuria.

martes, 13 de marzo de 2012

De vuelta

Galveston 2012
 Como si nada hubiera sucedido o mejor dicho, como si hubiera sucedido de todo. Los tiempos, cuando lo he experimentado, tienen la duración de los espacios personales, de las plazas de la voluntad, de los estados de ánimo, de la vitalidad que les entregues. Te estancas o te agitas, te sacudes o te detienes. Nada es lo mejor ni lo peor. Todo es lo que tú construyas, lo que necesites.  Este minutar filosófico no me sirvió de mucho. Decidí no pensar en esta calle mía de hablar como me gusta, en esta avenida de los otros lados donde viven algunos fantasmas. Decidí quedarme medio quieta por allá y dejarme llevar por la marea. Tuvimos visitas largas, preparativos para las que vendrán, luego la tía que se fue, seis meses un poco mas aturdida y llena de lo que en la isla llamamos “pacotilla” y todo lo demás que ni te imaginas que allá se necesita.  No hice cosas que debía hacer lo que agrandó “aquello que está pendiente”, me quejé de lo mismo que siempre me quejo, me hundí en la lectura de algunas cosas muy buenas y le pase por arriba a otras regulares, he mejorado del pie, llovió y llovió como venía haciendo falta y luego estoy de vuelta. Y contenta. Y como escribió Le Pera y cantó Gardel  eso de que “veinte años no es nada” aun está por ver…
Pero este Volverás