A propósito de lo que leo, y lo que veo. “Sigue mi consejo chiquita…”
El recuerdo de la bofetada. Le viró la cara de un solo trompón y Dinorah se desplomó tan rápido que su quejido quedó suspendido, su grito se eternizó, ahogado en su propia saliva. Podía escuchar los huesos de sus manos estrellarse contra el granito frio. Él salió como una exhalación, llegó a la esquina y se lo dijo a todo aquel reguero de hombres como si se tratara del último cuadrangular de Regino Otero en las grandes Ligas. “¡Y que se atreva otra vez, la muy puta!”, vociferó mientras “le daba agua al dominó”.
Cada día el mismo episodio. La policía lo llevaba y lo traía. A nadie le importaba un comino. Los niños se escondían donde primero alcanzaban cada vez que entraba tambaleándose y echando espumarajos por la boca, haciendo un surco de sangre que brotaba por cualquier lugar de su cabeza: “¡De bronca en bronca…, me pasé la noche de bronca en bronca porque yo sí que soy tremendo macho y no el enclenque ese de tu padre, que es un cabrón de mierda!”. Y luego los golpes, los gritos, el llanto, los moretones en los ojos y los brazos, y tener que salir solitos a la escuela al día siguiente.
“La mató como a una perra” nos contó Cándida un día, así de sorpresa. Todavía no olvido sus ojos. Y yo me quedaba pensando si es que a los perros se les mata así. “Le dio patadas, piñazos, la dejó tirada en el medio de la calle a las dos de la madrugada el día de la fiesta de Changó, y el camionero no la vio. El pobre hombre se arrodillaba y se llevaba las manos a la cabeza, menos mal que la policía luego dijo que en ese momento ya estaba muerta. Y entonces nos trajeron para aquí. Y crecimos así, trabajando duro, cuidándonos el uno al otro. Por eso nunca me casé ni busqué ningún hombre, porque tenía miedo que me mataran así. Y ahora viene a decir que somos sus hijos, que los años de encierro lo cambiaron, que es un buen hombre, que lo perdonemos…”
Dos días después, mí querida Cándida, la buena y tranquila, la que nunca había dicho: ni esta bosa es mía, la más compasiva de toda aquella comitiva del café de los domingos, se quitó la vida… “para no tener que verlo”, le dejó escrito a su hermano. A mí me decía “oye mi consejo chiquita: mas buena que tú, ni la tierra que pisas…acuérdate bien mija, ni celosos, ni borrachos, nunca.” Y aquella historia de la pobre mujer que la mataron como a una perra sobrevivió leyendas familiares, reencuentros y noches de apagón. Perdimos a la querida Cándida pero no su espíritu que siempre apagaba las velas o tiraba jarrones advirtiendo fatalidades.
Cuanto hijo de puta maltratador.
ResponderEliminarDe mujeres, de hijos...
Esto solo se arregla dándoles de su propia medicina.
Nada de denuncias.
Ni de ordenes de alejamiento.
Al final no sirven para nada.
Una buena paliza cada vez que maltraten a alguien pero que les rompan hasta los dientes, y así hasta que aprendan.
Besos.
¿Qué se puede decir después de leer esto?
ResponderEliminarAlgo así como el Spot social "Aleja a tus hijos del alcohol"
Lo más triste es que no pierde vigencia.
Un Saludo bien fuerte.
Lo peor es que algunos ni son borrachos ni alcohólicos y tienen inclusive hasta inmunidad.
ResponderEliminarBesos, Fermina.
He puesto el vídeo porque me gusta mucho la voz de esa mujer y al cabo de un rato me he puesto a leer la entrada. He sentido lo que debe ser como pasar del cielo al infierno. ¡Como me gustaría que terminaran de existir esos cabrones!
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