martes, 20 de julio de 2010

Del reencuentro, lo íntimo y lo inevitable.

Otra vez en tu casa, nuestra casa, la que “el separado” no quiere que nombremos así. Bien que le sirvió para vendernos tú propio espejo, tu luna querida, los muebles de la terraza y las sillas del comedor que hacía varios años él mismo te había traído de Bogotá. Que sinvergüenza. Bah! Pero no es de eso que te quería hablar. Quería contarte de la casa, nuestra casa de la calle 15. Tu silla de aluminio y cordón azul plástico, la que te acogió cuando tu cuerpo se volvió dócil, la ayudante fiel de todas las manos que te cuidaron, estaba allí como la esencia más primaveral de tu cuarto. El cuarto tuyo y de Picon, mío y de mi hermana, mío y de K. Quería contarte que todo está igualito. Bueno, algunas cosas han cambiado, ahora hay lámparas/ventiladores que tienen las aspas doblabas hasta caer en forma de boomerang de tanto calor que las agobia. Dice M. que hay que destornillarlas e invertirlas de vez en cuando.
Algunos azulejos del baño se han golpeado, y cambiaron el inodoro y el lavamanos pues ya no había manera de reparar la caducidad. La que fue una fastuosa pila en el fregadero de la cocina hubo que sustituirla (por otra más moderna que quedó peor) y dejó un hoyo corroído y siniestro que tía tapa con un cartón lleno de maripositas.
K. y yo les regalamos un hornito microondas minúsculo y enclenque (lo mejor que apareció por allá) que ahora ponen sobre el aparador amarillo de la cocina y se contempla más de lo que se usa.
La pared de platos ya no se limpia con la misma frecuencia que a ti te gustaba pero aun se planean esos días, las palanganas, la escalera, los papeles periódicos y lo que queda del antiguo mapa. Y que te cuento de tanto “teléfono sonando y puerta tocando”. Hay un solo aparato en la cocina y estas mujeres caminan el día entero de un lado a otro para atender el teléfono y la puerta que no dan pausa. Ya sabes cómo es allá, “el entra y sale”, el cafecito y la mesa de la cocina que no para de recibir convidados. Vecinos llegando del trabajo que antes de entrar a sus casas hacen su primera tertulia de la tarde. Pero tú no estás. Y no hay manera de no percibirlo. A veces podía verte, sentada en la sillita de hierro de cojín rojo, con tus manos cruzadas al frente, reposando sobre tu saya, con el gesto de la conversación amena y la sonrisa especial de dentadura postiza que a todo pesar te hacía más joven. M. te hace honor. Todo el mundo llega buscándola, compartiendo, contando penas y glorias en aquella cocina que siempre fue tu reserva, tu selva amazónica, tu valle de paz, la entrega del afecto para todos, incluso en aquellos días en que esa vieja mesa raída y sus sillitas de hierro mudaron sus aires de familia por el desconcierto del hambre.
¿Lo demás? Más o menos lo mismo. El cuartico de atrás está lleno de tarecos, recuerdos y desgastes. Es decir, de nosotros. Tía sigue cuidando de las plantas, ya no hay muchas adentro de la casa pues con tanta jácara del “Aedes aegypti” y la fumigación revolucionaria con queroseno no hay vida que aguante, excepto los propios mosquitos. El pobre pajarraco escandaloso murió unos días antes de mi regreso. Pensé en ti, en tu manera de interpretar los hechos. Todas habíamos pensado lo mismo: “el infortunado se llevó lo malo cuando era preciso”. El garaje acumula menos periódicos, la tabla de planchar y las tendederas por si llueve y ningún vecino pide espacios prestados pues ya nadie tiene nada que amontonar. La mata de naranja agria sobrevive. Se alza sin misterios ni melindres. Apenas da frutos pero permanece. M. dice que a veces tiene alguna naranja pequeña y sin mucho jugo, pero ella siente como si la brindara con ternura y reclamara el gusto de alguna sazón de nuestra cocina, volver a ser parte de lo que hemos sido. Pero no te pongas triste. Todo está bien. Solo que las cosas cambian aunque no nos demos cuenta o, aunque nos demos cuenta y no podamos evitarlo. No volveremos a vivir como antes como cuando vivíamos contigo pero viviremos. Andarás por ahí, soliviantando los empeños, amarrando a San Dimas en las patas de las mesas, meciendo y dando palmadas en las nalgas de quien no pueda dormir, abatiendo cazuelas en la cocina o sentada en la terraza “para coger un diez” y eso nos hará feliz aunque guardemos el abrazo para más tarde. Oye mami, es que era eso nada más, que quería contarte…

8 comentarios:

  1. Oye Fermina, es un hermoso relato-recuerdo para tu mami que se prolonga en ti que vuelves a esos lugares queridos. Sensibilidad al máximo y sin ñoñerías. Saludos.

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  2. Ay Fermina, ¡cuantas emociones! me he puesto muy triste. Hemos perdido tantas cosas por el camino de ida. Tú al menos puedes regresar a lo que fue tu hogar. Yo ni eso.
    Besos,

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  3. Hola Pepe:
    Realmente creo que eso es lo que se siente, una prolongacion. Saludos
    Que tengas buenas vacaciones!

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  4. Lola, siento que te haya puesto triste, te entiendo, pues se cuanto extranas a tu mami tambien. Pero esta vez senti que a pesar de lo que nos llevemos, de lo que no se ve,la vida sigue, todo a nuestro alrededor, la familia, la casa, las rutinas se acomodan y cambian, y es lo mas natural. Lo mas importante es no olvidar.
    Besos

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  5. Hola Toro:
    Gracias por visitarme.
    Si, da mucha pena, pero como decia, creo que esta vez lo asumi de una manera diferente, no queda de otra.
    Saludos

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  6. Fermina, regresar y contar es todo un mundo.
    Mostrar un universo tan íntimo es como despojarse de una retahíla de pesadumbres que mejor dejar escritas...
    Un beso.

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  7. Fermina,

    Tienes una facilidad para expresarte en la prosa envidiable. A mi, en cambio, me cuesta mucho escribir; me resulta mucho mas fácil expresarme graficamente. Supongo que podemos aplicar el dicho, 'cada loco con su tema'.

    En fin, creo que sentimos todos lo mismo al regresar, o no? Que nostalgia, que melancolía...cuantos recuerdos que reviven en un instante!

    Saludos

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