Presiento que no puedo seguirlos contando, que debería dejarlos correr a algún lugar sereno y risueño donde no los malgaste. Pero noventa y nueve Mayos me hubieran encantado. Tantos días como estos me llegaron en este refugio verdinoso y no me alcanzaron patios, enjuagues, ni cigarros para convocar los olvidos. Quisiera que fuera un día como tantos, los que te hablo y los que no, o de aquellos en los que puedo dejarte acomodada y dormida. Pero las voces y los menajes de otros lares no me dejan. Estás en fiestas que no son para ti, en ceremonias y discursos torcidos que no escuchas, en las algarabías de las calles que no caminas, en el desconsuelo de lo mas absurdo de los que te recuerdan. Seguramente te llevaron flores, tantearon el mármol grácil que te corteja, resonaron tus andanzas y tus bríos y hasta en ese instante afectado envidio sus manos y sus figuras. Si estos Mayos algo trajeran que sea la calma. Si estos Mayos algo repusieran que sea tu risa. Presiento que nunca pararé de contarlos. Que serán cien o ciento veinte mis derrumbes y tus llegadas, y que no tendré mayos suficientes para agasajarte, soplar velitas, enviarte cartas siderales, agradecerle a mi vida por vivirte…y abrazarte, abrazarte, abrazarte.
De amor y de guerra, Fermina
martes, 1 de mayo de 2012
lunes, 30 de abril de 2012
...en un abril cualquiera...
Abril siempre fue aquello de “acuérdate de abril recuerda la limpia palidez de sus mañanas no sea que el invierno vuelva y el frio te desgarre el alma”…y el cumpleaños de Luisa, mi amiga. Nos conocimos de vista primero, pasando de un lado a otro por pasillos ocupados por armonías y acordes, vocalizaciones y coros, escaleras atestadas de muchachos fluyendo de un piso a otro, yendo de un salón de ensayo a un aula de clases.
Quizás coincidimos en el comedor, en la cafetería, quizás en el silencio atronador de las viejas cúpulas abandonadas o esperando la guagua de las tardes. Pasados unos años comenzamos a trabajar juntas y aunque era un poco mayor que yo, y ya era madre de una bellas gemelas, nos hicimos muy amigas. Compartíamos una oficina y además de rehacer horarios, arreglar programas, preparar pruebas de ingreso y sumirnos en montañas de papeles, conversábamos mucho. De los sueños, del pasado, los hijos, lo próximo. Yo era joven y arrogante, soberbia y soñadora. Ella era calmada y contenida, sabia y romántica. Yo veía el futuro atiborrado, mil cosas por hacer. Ella fluctuaba comedida, poco que esperar. Yo quería hacerlo todo y ahora. Ella no sobrellevaba tanto a la vez. Algunos días la extrañaba en mi ajetreo. Se quedaba en cama, aquietándose. Abril siempre fue aquello de “acuérdate de mí cuando el otoño le dé paso a la primavera; acuérdate de mí si el pensamiento te libra del amor que te sujeta”…pero también era el cumples de Luisa. Alta, delgada, con un pelo muy negro y siempre con algún tono rojo en merodeo. Dulce, de modales dóciles y carácter galante. Recuerdo su rostro confuso ante mis disposiciones apremiantes, mis intempestivos consejos, ensartadas opiniones o desatinados embrollos. Aquel rostro que también amó para siempre a su primer amor y donde emergieron pequeñas heridas mientras cuidaba a su madre que murió joven de cáncer. Pegábamos la hebra con la vida, las frustraciones, los gustos, las maromas. Nos reíamos hasta llorar y bromeábamos con todo, les instalábamos motes a los profesores, imitábamos a los alumnos, leíamos poemas, tomábamos café y fumábamos como locas. Con Luisa y las otras anduve los mejores años de mi vida profesional. Compartimos los peores años de una sobrevivencia injusta. Los últimos antes de dejar la isla. Abril siempre fue el “acuérdate de mí, no me abandones tan solo, que este abril me desespera; no olvides que el amor vuela de noche y anida en otro abril cualquiera”… y también y para siempre el cumpleaños de Luisa, mi amiga. Yo sé que no tenía que decirlo, pero por si acaso te asomas al balcón o sales en busca de alguna partitura.
lunes, 16 de abril de 2012
Domingo
Temí abrir los ojos y no verte. Y por eso no abrí los ojos aunque ya escuchaba al perro cascabelear y los camiones en la calle recogiendo la basura. No quería abrir los ojos y ser grande y tener que acomodar un desayuno o coleccionar ropas por toda la casa para emplazar la lavadora. No abrí los ojos a pesar del reloj protestando, la ventana apartada y el sol incomodándome en la cara. Suerte que tuvimos tiempo de abrazarnos y alcancé a curiosear tu delantal y oler tus manos y ver de cerca tu verruga y escucharte decir vamos mija vamos que se hace tarde…antes de sentir una lengua pegajosa frotándome el pie, las teclas de la laptop y el tiki tiki del juego y una voz generosa ¿cafecito?
miércoles, 11 de abril de 2012
Pedazos
Para Dag.
Se rompió como un cristal, en cientos de pedazos, mientras todos se cubrían los oídos para evitar escuchar el estallar consumido del desplome. Sencillamente se quebró, chispeando las lozas con el mismo sonido con que se despedazan todas las cosas que para siempre quedan fragmentadas, grabadas con pulcras líneas amarillentas cuando se logra juntar todos los pedazos diseminados por doquier. Me hizo recordar aquel día que andaba yo lloriqueando cuando una amiga contó delante de otros que yo tomaba un biberón en las mañanas. Me sentí traicionada y expuesta. Exhibía algo íntimo, un secreto arrinconado. Lo del biberón era cierto, pero eran cosas de mami, me lo daba dormida antes de irme a la escuela para hacerme tomar la leche que yo no quería. Me dolía el uso de algo tan personal para dejarme mal parada delante de los otros niños. Un amigo no hace eso, a los nueve años eso pensaba. "Si el búcaro de cristal se rompe, decía mami, lo pegamos otra vez pero nunca será el mismo, siempre estará marcado entre todas las piezas que logramos pegar. Así pasa con la amistad".
Se rompió con un sonido exangüe y cuajado. Mezcla de pasión y desacierto. La época de los uniformes en los recreos se va y se van tantas otras cosas. Madurar te hace feliz, y al paso que sea, te rompe el alma, te alerta, te descubre. ¿Cuántas frases dijo que hirieron a alguien? ¿O cuántas ni siquiera dijo? ¿Cuántas veces asumió la posición más arrogante tratando de demostrar quién sabe qué? ¿Cuántas veces no escuchó? ¿Cuántas veces se ausentó y cuántas otras regresó aceptando nada? ¿Por cuánto tiempo creyó correcta y ulterior su palabra, su actitud, y equivocada la de otros?
Pero todo cambia. No los errores, que esos los seguimos acumulando en bolsas más pequeñas y menos pesadas. Uno cambia. Solo no cambian los amores. Esa palabra vasta, cursi y agitada, que pertenece a cada historia nuestra, a la raíz, a la semilla, a los días más aventureros, a la casa y al monte de la infancia, a los brazos amigos que se agrandaron sin improvisaciones o se marcharon sin vuelta de hoja. Cuando estuvo del otro lado de tanta perspectiva empalmó palabras y se dejó empujar. El más enigmático empuje. Hay cosas que no cambian. Y había que vivirlas a pesar de que luego hubiera que juntar trozos de cristales exponiendo sin remedio finas líneas amarillas. A pesar quizás, de no volver a encontrar algún pedazo.
viernes, 30 de marzo de 2012
Tiempos
El reloj del abuelo Ficato vegetaba taciturno y desabrigado en una casa del Vedado pintadita de verde claro, con portal pequeño y ventanas de cristales a través de las cuales podía verlo mover su pesado péndulo dorado y del que, en mi visión fantasiosa, brotaban lágrimas. Una de las tantas historias que eran parte de nuestras excursiones a comer sándwiches a la cafetería El Carmelo o a la de El Potín. De regreso a casa en el veterano Ford de la tía Carmen transitábamos despacio por delante de aquella casa para saludar con cariño de antiguos amigos al triste reloj. Asomando el rostro por la ventanilla mi hermana y yo, regadas las greñas por la brisa, la tía Carmen nos contaba siempre con voz recóndita que en esa casa vivía el señor Ficato. Militar retirado con alto rango y honores que hacía muchos años gustaba de tocar el piano en el saloncito de su casa y de limpiar su querido reloj de pie. Regalo de su bisabuelo a su abuelo y de su abuelo a su padre y de su padre a él. Una caja de madera de mar, hermosa y tallada, con una dedicatoria en letras de oro: El tiempo descubre la verdad. Una pieza única, una obra maestra. Lo había mandado a hacer a un famoso ingeniero relojero de su ciudad natal allá en Cataluña y se lo entregó al primero de los Ficatos en su graduación de médico. Se conservó en el mismo sitio por años, y para que la luz del sol no blanqueara su cuerpo cobrizo durante las horas del mediodía lo cubrían con la mantilla de encaje de Chantilly de su esposa. A mediados del año 1959, cuando los barbudos ya asentados en la capital pesquisaban rezagos y dominios, se le aparecieron en la casa al señor Ficato. Buscaban su arma pues no aparecía registrada en las entregas. El tembloroso y enfermo abuelo Ficato, como ya le llamábamos a estas alturas de la historia, aseguró que si la había depuesto, que sería una equivocación, un error burocrático. Tres hombres uniformados del verde olivo revolucionario estremecieron la casa, dejaron gavetas tiradas en el patio, colchones rotos y lozas de la cocina levantadas. Casi al salir, uno de ellos reparó en el viejo reloj del que ya le habían molestado sus campanadas. Y fue por el. No valieron las súplicas del abuelo Ficato o el sollozo arrasado de su mujer, ni la intervención del vecino llamado a testigo. Con una silla quebraron la caja del reloj por detrás, sacaron la maquinaria y le dejaron todo hecho un amasijo de metales sonantes sobre el sofá de mimbre. No encontraron nada pero le dieron cita para pagar una multa por desacato. Desde entonces los acordes de Bach se enmudecieron y solo se escuchaba el eco de martillos y clavas, y el retintín de llaves y pinzas. El abuelo Ficato recompuso su reloj y lo colocó en el mismo lugar, exhibiéndolo a todos los transeúntes que le habían admirado desde siempre.
Sus hijos y nietos abandonaron el país unos años después sin que les dejaran llevar ni sus propios relojes de pulsera, y el abuelo Ficato murió tomando su siesta en el sofá de mimbre al lado de su reloj. Dinorah, la cridada de la casa, recibió todo en testamento, y conservaba la joya en el mismo sitio. Fue ella quien contó la historia a una amiga de una amiga de una amiga de mi tía Carmen. La primera noche que la escuché, llegué a casa y agarré una silla de la cocina, me encaramé y descolgué de la pared, en lo alto estante del calentador del agua, el reloj amarillo con bordes dorados en forma de cafetera que conocía de toda la vida y que regía los tiempos de mami para la cocina y para nosotros. Lo escondí entre las colchas de los perros y no pudieron encontrarlo en varios días. Hoy creo que aferrarse al pasado con garras de tigre no es totalmente saludable. No debemos, y no queremos, olvidar. Pero no podemos desangrarlo buscando una cura. Si alguien me hubiera arrebatado aquel reloj amarillo en forma de cafetera de la maravillosa cocina de mi casa hubiera perdido mis tiempos y mis sitios, e igual que una paloma mensajera no encontraría regreso al hogar.
lunes, 19 de marzo de 2012
Recuento
Desde pequeña quise ser actriz. Como casi todas las niñas. De las cosas que se me ocurrieron en ese largo camino hasta el momento de elegir, fue la única que atesoré con esperanza. Crecí en una casa llena de espejos y lunas inmensas y me paralizaba ante ellos con vestidos, zapatos y collares de mami y tía. Teníamos una buena biblioteca donde se podían encontrar viejos long play de 33 y 45rpm de boleros, zarzuelas y algún que otro importado. Lo mismo imitaba a Sarita Montiel que me deleitaba siendo una versión femenina de Barry Manilow. Cuando me di cuenta que no tendría ni cuerpo de modelo, ni afinación ni voz, ni aptitudes de danzarinas igual quedé tranquila pues ser actriz era mucho más que eso y si podía escribir mejor aun. Teatros, obras de la escuela, monólogos, declamaciones, y escuela de arte. Seguí cada paso con cautela y timidez. No lo logré. A alguna edad te das cuenta que hacen falta mucho más que persistencia y talento para conquistar algunas cosas. En ese largo camino también soñé con ser piloto de aviones comerciales. Coleccionaba y armaba todos los modelos que vendían y que por supuesto eran todos los aviones rusos del momento: Ilyushin, Yakovlev, Tupolev, Antonov, me los conocía al detalle y me devoraba toda la literatura rusa sobre el tema. La única escuela de aviación cubana radicada en la isla no aceptaba mujeres. Un día también comprendí que mis hipo-glicemias y constantes migrañas no me llevarían a ningún lugar de esos. Pero como la vida no es vaca cerrera y si te apuras alcanzas, me hice maestra, y a pesar de los inconvenientes que los difíciles años del “periodo especial” y el descalabro nos fueron reportando, terminé viviendo entre la música y el arte con la satisfacción de escuchar cada nota y sentir cada interpretación con la misma fibra de aquellas viejas ilusiones.
A unas pocas horas de que mi hijo cumpla catorce años lo miro y me pregunto si algunas de todas las ilusiones que ya va almacenando las lograra vivir. O si fantaseará con algunas demasiado engrandecidas. Ser adolescente es complejo. Allá lo vivíamos diferente, y a nadie le conmovía si tus hormonas o tus espacios tenían importancia. Mi hijo dice, y es lo único que ha dicho en muchos años, que quiere ser médico. Busca en internet el ranking de universidades para hacer el pre-med y la carrera, costos y especialidades. Y quiere ser tan brillante como Dr. House. Parece ser que el también tiene su Barry Manilow y su Tupolev. Pero no le decimos que para lograr algunas de estas cosas no solo se necesita persistencia y talento. Solo quiero que sea noble. Suponemos que haber dejado tanto atrás para intentar proveerle un futuro será recompensado.
Le vi afeitarse su bigote por primera vez y recordé cuando lo mecía en el sillón por horas. Lo miro y estoy tan segura de que no haber sido actriz o piloto de aviones, no me dejaron ni una marca. Lo veo patinar y reírse con los amigos, lo veo llegar de la escuela diciendo “que hambre tengo”, lo observo cuando duerme y casi se le salen los pies de esta cama, y estoy tan segura que la mayor satisfacción de mi vida no me la hubiera dado ninguna profesión.
miércoles, 14 de marzo de 2012
La mujer del coronel
Una novela de Carlos Alberto Montaner.
“Es una novela sobre la libertad, sobre la libertad de las personas para tomar sus propias decisiones en las circunstancias más dramáticas. En Cuba, uno de los controles más lamentables que existen, una de las faltas mayores, es la falta de libertad afectiva. Un régimen que es capaz de decirle a la sociedad –ustedes no pueden tener contacto con las personas que se fueron del país, usted no puede volver a tener contacto con sus hijos o con sus hermanos o con sus padres porque esas personas se fueron del país…porque son desafectos al régimen- entonces cuando un sistema entra en el corazón de las personas y les dicta a quienes tiene que amar y a quienes tienen que rechazar y a quienes tiene que aplaudir aunque no los quieran y aunque los detesten, cuando un régimen se adueña de la afectividad de las personas ha liquidado cualquier vestigio de libertad. Después de eso la libertad económica, la libertad política ya eso no significa nada porque ¿qué puede haber más importante que el derecho a hacer con el afecto y con el corazón lo que uno desee? Por eso decía que esta es una novela dedicada a explorar la libertad”.*
Y comencé a leerla con la desconfianza de ojear lo mismo con lo mismo, esa mezcla impaciente de daños, repercusiones, infortunios, niñas prostituidas, vecinos desafiantes ante cualquier pista de tenencia, familias en ofensivas diarias por un trozo de pan, balsas, balsas...muerte. La realidad que conocemos aunque la vivamos a ciertos pasos de distancia y que desde este otro lado de la orilla me mudó el espíritu en desafío y culpa. Y hallé un asomo distinto. La mujer del coronel lo tiene, lo devora y no lo dice, no me lo ralla con el lado sin filo del cuchillo. Desmenucé palabras dispares, repasos rancios que venían de otras voces, parajes de los patios y entrecalles húmedas, de aquel vecino vestido de verde con olor a charco que no nos dejaba correr por su pedazo de acera, de la trágica historia en el velorio de la hija de A., del mar y aquella frase “tú te marchaste, yo me quedé” y las caras de todos cuando se oía en el Phillips “Lagrimas Negras”.
Uno escucha, uno habla, uno comenta pero no siempre se detiene a pensar. Y por un rato me enfrasqué en que tal si el Coronel Arturo Gómez y su mujer Nuria hubieran sido los vecinos de al lado. No hay una vida que no haya sido tocada por el desafío, por el egoísmo de las ideas sublimes y costosas, por la mano que ofreció y timó. Tampoco han existido muchos pueblos que no sucumban ante tanta exaltación y fogueo.
La novela me devoro a mí. Una historia de amor que te estaciona en una época y un lugar en que no hubiera querido vivir. Una historia de amor llena de sensualidad, sexualidad y erotismo. Y de escenas muy gráficas y demandantes. A veces me detuve y cerré el libro. No por pudor ni candor. Por vergüenza, por cobardía, por pena ajena. Pensaba en Nuria, en la ambigüedad de sus sentimientos, en la tergiversación de su propia realidad, en su inteligencia desmantelada. Nuria no amó a un hombre, no engañó a nadie, amó el amor, la libertad de sentir, de poseer, de entregarse. Dejó de engañarse a sí misma por unos días. Y cuando todo el tumulto de pasiones, de amores filiales lejanos, de aires cálidos y dulces en viejos empedrados se soltaron la abandonaron sorprendida y vulnerable.
"…no Arturo mis padres no eran unos traidores. Eran simplemente unas personas que no querían vivir en Cuba, que no creían en la revolución… no, Lucia no es una enemiga ni una agente de nada…encontrarme con ella fue encontrarme con un pedazo mutilado de mi vida…no, no fui a Roma a engañarte…no Arturo, no soy una puta, no me ofendas…tal vez quería sentir emociones antiguas…necesidad de experimentar una felicidad distinta……yo no quería hacerte daño… no, te equivocas, no pretendía humillarte. La relación con Martinelli, cincos días miserables, no era contra ti, sino por mi…no vuelvas a llamarme puta…y ¿tus infidelidades, Arturo?...si…ustedes tienen la necesidad de regar esperma y nosotras de sentirnos amadas… ¿Por qué me fui a la cama con un viejo? Porque yo no andaba buscando belleza física, ni nadie que compitiera contigo…sabía que estaba mal lo que hacía, pero también sé que es absurdo exigirle permanentemente a las personas un comportamiento que es contrario a la naturaleza humana…lo que me parece terrible es que el ejército y el gobierno se inmiscuyan en las vidas privadas de los cubanos…tampoco es verdad que exista el honor colectivo… ¿a quién coño se le ocurre decir que una institución, una abstracción jurídica, tiene honor? Honor tenemos tu y yo, pero ni tu honor depende de mi actuación, ni el mío depende de las cosas que tú haces ni el de los dos depende de lo que podemos hacer con nuestros genitales…te equivocas, yo si tengo honor y no ha desaparecido…Mi honor consiste en serte leal a ti y a mi misma en las cosas fundamentales de la vida. En tener valor para abrazara mi hermana. En defender las cosas…que creo… ¡Soy una mujer coño, que una vez se dejo llevar por su corazón sin pretender hacerle daño a nadie!…Hay mil cosas peores que las infidelidades…"**
Un buen libro, se lee rápido, te mantiene alerta, y te sorprende. Nos cuenta una historia con un interesante equilibrio entre la prosa y los personajes. No puede leerse con mojigaterías o prejuicios. Y de día mejor, durante la hora del almuerzo y en público…
* Palabras de Carlos A. Montaner en una de las presentaciones de su libro.
**Ultimas páginas de la novela, en su enfrentamiento con el esposo. Se le conoce como el monólogo de Nuria.
martes, 13 de marzo de 2012
De vuelta
Galveston 2012 |
Pero este Volverás …
miércoles, 25 de enero de 2012
Trance
Orquidea con olor a chocolate. Cuba, Orquideario Soroa, 2010 |
Igualito que con la tormenta que está cayendo ahora mismo. Que llueve y para, que derrumba y escampa, que sopla el viento y asusta y que se calma. Luego habrá que abrir ventanas y luego abrir las puertas. Benedetti, en su novela Primavera con una esquina rota, de las prosas que prefiero, marca así más o menos los espacios de Santiago extrañando a Graciela y al mundo desde una celda colmada por unas “ganas de abrir ventanas y lo que es peor de abrir una puerta”.
Afuera hay una de esas tormentas que conocemos por aquí y que, con este raro calor peregrino en el mismo medio de Enero, asusta tras un aviso de tornados. Y entonces me dieron al fin, unas poquitas ganas de escribirlo. Durante los últimos días habían desaparecido y ahora que lo hago ni siquiera creo que tenga realmente ganas. Y he pensado mucho en el asunto y he sentido que abrir una página y revolver otras no puede ser una presión. Y la he sentido. No es que no quiera escribir, es que no tengo deseos de escribir. Eso para mí, es más o menos, no tener ganas de hablar. No tener ganas de decir. Me gustaría pensar que es una mezcla aderezada de desajustes de hormonas, clima embarazoso y autodisciplina en falta.
Pero también creo que debemos darnos estos chances de regarnos, de parar de decir siempre lo que creemos que debemos decir, de perdernos un poco en alguna bobería, de mandar a “casa ‘e la yuca” las impaciencias, de permitir a la “midlife crisis” que nos arrastre, nos tome el pelo, que nos haga un poco de mierda.
Cosas buenas: ha venido J. Diecisiete años que no lo veíamos. Vino de la Česká Republika a donde se fue casualmente durante el agosto del maleconazo habanero en busca de algo mejor que aquello que teníamos, o de lo que no, en el verano del 94.
Cosas malas: los desánimos
Y de otras cosas: se busca solución tecnología de punta touchless, un invento del 3000, una lectura mental o extraterrestre que le evite a las mujeres tener que visitar al ginecólogo para los exámenes anuales que a cierta edad son necesarios…
miércoles, 4 de enero de 2012
Y debía
(Tomada de la red) |
(Y yo haciéndome la modesta).
La verdad es que me he sentido un poco rendida. Eso de escribir un post deseando que el 2012 venga así y asao de bueno y venturoso se me hizo talco de bebé. Si yo misma no me lo creo. Mi isla no me repone optimismo ni certezas. Mi esposo, en medio de la festividad y estallido de copas de la noche del 31 nos recordó a todos que mientras nos enwhiscabamos Ivonne Malleza, esa negra cubana con alma de mambí en batalla, estaba encerrada en una celda de castigo y en huelga de hambre. Una cubana que decidió que la libertad y la democracia en su tierra valían más que su propia vida. Y a pesar de que alzamos las copas en un grito de Libertad para Cuba (como unos viejos miameros de la calle 8 en la esquina del Versailles) sentí que en medio del pecho la vergüenza y el odio se me dieron cita y sin majadera melancolía ni ventisca pasada.
Debí haber escrito un post donde dedicara mis deseos de año nuevo a ver mi isla rescatada de la castrodictadura de una vez y por todas, debí haber estampado mi fe de asco y algún estatuto de chispazos anti-bélicos, debí haberles contado a ustedes de aquel sueño donde construíamos un puente-muro, de verdad y de concreto, desde South Beach hasta Varadero y lo cruzábamos bailando y en medio de una añeja comparsa maleconera, debí creer que gritaba como todos los valientes que gritan y son apaleados.
Y ¿por qué no? También debí dejar constancia de mi aspiración augusta de perder estas libras de más y regresar al gimnasio en tanto me lo permita la tal fascitis plantar y también podía contarles que he jurado tener dos y medio ápices de paciencia con mi pequeño de trece años, agasajar nuestro veinte aniversario de novios, y jurar que intentaré amar al prójimo disimulando un tanto algunas ganas de golpearlo.
Pero me han ganado todos. Me vencieron todas las enhorabuenas y los fuegos. Me superaron los otros Blogs, las otras personas, la bola de New York, la otra vida. No he tenido ganas de postear nada, ni de aquello ni de esto. No sé que desearles para este año que ya llegó y en tres días nos puso en línea con los babalaos, los rumores tediosos de muertes deseadas, los albures de Iowa, y los millones de hits en You Tube.
Yo que debía…me quedo así contemplando la gravedad si es posible. Y entonces esto es lo que finalmente les digo…
Suscribirse a:
Entradas (Atom)